By Bishop Joseph Kopacz
We are now at the halfway point of the month of November, a month that majestically begins in our Catholic tradition of faith with the feast of All Saints along with the hope-filled commemoration of All Souls. During this time of year, our hearts and minds are naturally and spiritually drawn to the end of time and space, as we know it, to the mystery of eternal life.
“We are God’s children now. What we shall later be has not yet come to light. (1Jn3). We see things dimly now, as in a mirror, but then we shall see face to face,” (1Corinthians 13). We are called to be in eternal communion with living God, through Jesus Christ, crucified and risen from the dead. “I believe in the communion of saints, the resurrection of the body, and life everlasting,” are the statements of faith that conclude the proclamation of creedal belief that we proclaim on Sundays and feast days.
The seasons of the year, God’s gift of creation, speak to the seasons of human life, and the inexorable engine of time. Autumn provides the natural setting in the Northern Hemisphere to reflect upon, and embrace the reality that mortality has the upper hand in this life. Even in Mississippi as the daylight hours diminish the early autumn mornings can be brisk, bordering on cold.
During these southern November days, I am delighting in the fall foliage, and the brown grass, and the leaves that cover backyards and fairways, a full month after NEPA (Northeast Pennsylvania). The natural world in manifest ways is dying to self, preparing to rest in winter’s dormancy. In a paradoxical way there is a unique beauty with dying and death in the natural world that can draw us deeper into the finitude of our own lives.
So it is with the seasons of human life. Developmental psychologists have made enormous contributions to our understanding of life’s challenges and opportunities at every stage on the journey, beginning with life in the womb up to the moment when the sun sets on a person’s life. Early on we seek to establish our identity.
Upon this foundation we continue to build the structure of our lives at the onset of adulthood. At mid-life, stagnation frequently comes knocking at the door, and we must dig deeper to remain loving and productive. With the onset of old age wisdom can be the welcome guest, or a person could succumb to various forms of despair. “Therefore we do not lose heart. Although our outer selves are wasting away, our inner selves are being renewed each day,” (2Corinthians 4,2).
It is true that the gift of faith in Jesus Christ blesses us with the promise of eternal life through the indwelling of the Holy Spirit. Yet, there is sober reality all around us slogging through time, even while we possess the sense dof the eternal. In the movie, “The Hobbit,” Gollum and Bilbo Baggins go head to head with riddles that entertain, but also confront the viewer with life’s somber reality.
Riddle 3:
It cannot be seen, cannot be felt,
Cannot be heard, cannot be smelt.
It lies behind stars and under hills,
And empty holes it fills.
It comes out first and follows after,
Ends life, kills laughter.
The answer is darkness. A poignantly clever riddle, no doubt, but in faith one that succumbs to the powerful words of the Word made flesh, Jesus the Christ. “I am the light of the world. Whoever follows me will never walk in darkness, but will have the light of life,” (John 8,12).
Gollum’s final riddle stumps Bilbo, and he needs more time to solve it.
Riddle 5:
This thing all things devours;
Birds, beasts, trees, flowers;
Gnaws iron, bites steel;
Grinds hard stones to meal;
Slays king, ruins town,
And beats mountain down.
Bilbo needed more time to realize that the answer to the riddle is time. Sometimes people are given more time to get it right, or to right wrongs, and sometimes not. Time is fleeting (tempus fugit); it passes quickly. “Our days on earth are like grass; like wildflowers, we bloom and die,” (Psalm 103,15). Yet, once again we have the words that are eternal in the face of the conquering worm. “I am the resurrection and the life. The one who believes in me will live, even though they die,” (John 11,25).
Jesus once said to the Sadducees, non-believers in eternal life, who were trying to trip him up: “You are so wrong. Our God is the God of the living, not the dead,” (Matthew 22, 32). The Catholic Church celebrated the promise of eternal life in the recent canonizations of Saint Pope John Paul II, and Saint Pope John XXIII. We embrace the communion of saints, the forgiveness of sins, and life everlasting.
As we pray for our beloved dead with greater attention and intention this month, and ask the intercession of the saints, may their love and prayers on our behalf inspire us to live a life worthy of the calling we have received by virtue of the three gifts that last, faith, hope, and love.
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Estación requiere de esperanza, descanso, renovación
Por Obispo Joseph Kopacz
Ahora estamos a mediados del mes de noviembre, un mes que comienza majestuosamente en nuestra tradición católica de fe con la celebración del Día de todos los Santos junto con la espera, llena de conmemoración del Día de los Fieles Difuntos. Durante esta época del año, nuestros corazones y mentes naturalmente y espiritualmente se concentran en el final del tiempo y del espacio, como lo conocemos, en el misterio de la vida eterna.
Somos hijos de Dios ahora. Lo que veremos más adelante aún no ha salido a la luz”, (1Jn3). Ahora vemos las cosas indistintamente, como en un espejo, pero entonces las veremos cara a cara, (1 Corintios 13). Estamos llamados a vivir en comunión eterna con Dios vivo, a través de Jesucristo, crucificado y resucitado de entre los muertos. “Creo en la comunión de los santos, la resurrección de los muertos y la vida eterna”, son las declaraciones de fe que concluyen en la proclamación de fe del Credo que proclamamos los domingos y días de fiesta.
Las estaciones del año, el don de Dios de la creación, habla de las estaciones de la vida humana y del inexorable motor del tiempo. El otoño ofrece el entorno natural en el Hemisferio Norte para reflexionar y adoptar la realidad de que la mortalidad tiene el dominio en esta vida. Incluso en Mississippi cuando las horas de luz disminuyen, las mañanas tempranas en el otoño pueden ser frescas, casi frías. Durante estos días sureños de noviembre, me deleito en el follaje del otoño, y en la hierba marrón, y las hojas que cubren los patios y las calles, todo un mes después del noreste de Pensilvania.
El mundo natural, de maneras manifestadas, está muriéndose a si mismo, preparándose para descansar en el letargo del invierno. De manera paradójica, hay una belleza única con la agonía y la muerte en el mundo natural que nos puede acercar más en la finitud de nuestra propia vida.
De igual manera son las estaciones de la vida humana. Los psicólogos han hecho enormes contribuciones a nuestra comprensión de los desafíos de la vida y las oportunidades en cada una de las etapas en el camino, comenzando con la vida en el vientre materno hasta el momento cuando el sol se pone en la vida de una persona. Desde temprano tratamos de establecer nuestra identidad.
Sobre este fundamento seguimos construyendo la estructura de nuestras vidas en el inicio de la edad adulta. Hacia la mitad de nuestra vida, el estancamiento con frecuencia viene a llamar a la puerta, y tenemos que cavar más profundo para permanecer amorosos y productivos. Con el inicio de la vejez, la sabiduría puede ser el huésped bienvenido, o la persona puede sucumbir a diversas formas de desesperación. Por lo tanto, no perdamos la esperanza. Aunque nuestros cuerpos se están desgastando, nuestro yo interior se renueva cada día, (2 Corintios 4:2 ).
Es cierto que el don de la fe en Jesucristo nos bendice con la promesa de la vida eterna a través de la morada del Espíritu Santo. Sin embargo, hay sobria realidad alrededor de nosotros resbalando a través del tiempo, incluso mientras poseemos el sentido de lo eterno. En la película el Hobbit, Gollum y Bilvo Baggins se van cabeza a cabeza con enigmas que entretienen, pero también afrontar al espectador con la sombría realidad de la vida.
Enigma 3:
No se puede ver, no se puede sentir,
No se puede oír, no se puede oler.
Se encuentra detrás de las estrellas
y debajo de las colinas,
y agujeros vacíos llena.
Sale primero y sigue después,
termina la vida, mata la risa.
La respuesta es la oscuridad. Un mordaz e inteligente enigma, sin duda, pero en la fe uno que sucumbe a las poderosas palabras de la Palabra hecha carne, Jesús el Cristo. “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad”. (Juan 8:12 )
El enigma final de Gollum deja perplejo a Bilbo, y este necesita más tiempo para solucionarlo.
Enigma 5:
Esta cosa todas las cosas las devora;
las aves, las bestias, los árboles, las flores;
corroe el hierro, pica el acero;
Muele piedras a polvo;
mata a rey, arruina ciudad,
y desmorona montaña.
Bilbo necesita más tiempo para darse cuenta de que la respuesta al enigma es el tiempo. A veces a las personas se les da más tiempo para hacer las cosas bien, o para corregir las injusticias, y a veces no. El tiempo es fugaz (tempus fugit); pasa rápidamente. Nuestros días sobre la tierra son como la hierba, como flores silvestres, que florecen y mueren, (Salmo 103:15). Sin embargo, una vez más tenemos las palabras que son eternas en el rostro del gusano conquistador. Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá, (Juan 11,25 ).
Jesús le dijo en una ocasión a los Saduceos, que no creían en la vida eterna y estaban tratando de cogerlo en una falta: “Ustedes está equivocados. Nuestro Dios es el Dios de la vida, no de los muertos.” (Mateo 22:32) La Iglesia Católica celebró la promesa de la vida eterna en la reciente canonización de San Juan Pablo Segundo y San Juan XXIII. Nosotros abrazamos la comunión de los santos, el perdón de los pecados, y la vida eterna.
Cuando oramos por nuestros queridos difuntos con mayor atención e intención este mes y pedimos la intercesión de los santos, que su amor y oraciones en nuestro nombre nos inspire a vivir una vida digna de la vocación que hemos recibido en virtud de los tres dones que perduran, la fe, la esperanza y el amor.
In synod, Holy Spirit just starting
By Bishop Joseph Kopacz
The Pastoral Synod on the Family has been launched in the Catholic world, and it has created a buzz far beyond the corridors of the Vatican, and the confines of Catholic parishes and ministries throughout the world. Representatives from around the world, laity and bishops, gathered in Rome for two weeks to wrestle with the realities that affirm and afflict marriage and family in the modern world.
When I attended the orientation sessions for new bishops in Rome in September it was emphasized time and again that the Synod is called pastoral because its purpose is to strengthen the bonds of marriage and family, and to reconcile those who have been hurt by the very institution that God established to be life-giving. It is not a Synod whose purpose is to change the Church’s teaching on marriage. But, to apply the wisdom of “Guadium et Spes,” the landmark document of the Second Vatican Council, it is absolutely necessary to read the signs of the times in the modern world, and to respond in loving service while being faithful to the Church’s tradition. Without a doubt, this is a herculean task before us.
Consistent with his philosophy for the Catholic Church as expressed in the “Joy of the Gospel,” the Apostolic Exhortation on evangelization, Pope Francis encouraged a climate of openness embodied in dialogue and discernment in light of the mystery of God’s gaze upon us. In other words, it is an open process that is intended to create a bond of trust and communion in order to better serve the People of God. Of course, this led to some feisty conversations among the Synod’s participants, and an intense trolling by the secular media to expose any fault lines in the Church’s unity. Part of Pope Francis’ closing statement is on page 17 of this edition of Mississippi Catholic and I would like to highlight several of his observations.
At the end of the Synod he reminded everyone that we “still have one more year to mature, with true spiritual discernment, the proposed ideas and to find concrete solutions to so many difficulties and innumerable challenges that families must confront, to give answers to the many discouragements that surround and suffocate families.”
The knowledge and wisdom produced by painstaking efforts will not lay dormant in some bureaucrat’s file cabinet. The year ahead will mirror the year that led to the Synod in Rome with active participation from many stakeholders in every corner of the Catholic world.
The Pope describes the immediate future as “one year to provide a faithful and clear summary of everything that has been said and discussed in this hall and in the small groups.” The year ahead will be a time for the fine wine of the Synod’s deliberations to age so that Pope Francis can fashion for the Church an Apostolic Exhortation that will guide and inspire us for years to come.
The Pope astutely pointed out in his closing remarks that there are inevitable temptations that can undercut our long journey together. There is the temptation to ‘hostile inflexibility” that bars the doors against any surprises from the Holy Spirit. This is the frozen terrain of the rigid traditionalist. Likewise, there is the temptation of the ‘do-gooders” who in the name of deceptive mercy, bind the wounds without curing them and treating them. These are the so-called progressives and liberals. The latter is the temptation “to turn stones into bread to break the hard fast, and the former is the temptation to transform the bread into stones and cast them against the sinners, the weak and the sick, that is to transform it into unbearable burdens.”
The Pope continues powerfully. “The temptation is to neglect the deposit of faith, to come down off the Cross, to please the people, and not to stay there, in order to fulfill the will of the Father, to bow down to the worldly spirit instead of purifying it and bending it to the Spirit of God.” Likewise, there is “the temptation to neglect reality” the veritable ostrich with one’s head in the ground as the world turns.
The work ahead is a critical mission on behalf of the family, society and the church. Pope Francis, with heartfelt concern, reveals the path of compassion and truth. “I have felt that what was set before our eyes was the good of the Church, of families, and the supreme law, the ‘good of souls.’ And this always we have said here in the Hall without ever putting into question the fundamental truths of the Sacrament of Marriage; its indissolubility, unity, faithfulness, fruitfulness, and openness to life. …And this is the Church, the vineyard of the Lord, the fertile Mother and caring Teacher, who is not afraid to roll up her sleeves to pour oil and wine on people’s wounds; who doesn’t see humanity as a house of glass to judge or categorize people. It is the Church not afraid to eat and drink with prostitutes and sinners.
The joy and hope of the gospel for all people is crystal clear in the closing reflections of Pope Francis, opening the door to a year of grace and favor from the Lord that is intended to guide the Church deeper into the mystery of God. It’s an exciting time.
May the Holy Spirit open our minds and hearts to know the goodness of the Lord.
Trabajo del sínodo, el Espiritu Santo apenas comienza
Por el Obispo Joseph Kopacz
El Sínodo Pastoral de Obispos Sobre la Familia ha sido lanzado al mundo católico y ha creado un rumor más allá de los pasillos del Vaticano y de los confines de las parroquias católicas y de los ministerios en todo el mundo. Representantes de todo el mundo, laicos y obispos, se reunieron en Roma durante dos semanas para dialogar sobre las realidades que afirman y afectan el matrimonio y la familia en el mundo moderno.
Cuando asistí a las reuniones de orientación para los nuevos obispos en Roma en septiembre se enfatizó, que al sínodo se le llama pastoral porque su objetivo es fortalecer los lazos del matrimonio y la familia, y para conciliar aquellos que han sido lastimados por la institución que Dios estableció para ser dador de la vida. No se trata de un sínodo cuyo propósito es cambiar la enseñanza de la iglesia sobre el matrimonio sino para aplicar la sabiduría del “Guadium et Spes”, el histórico documento del Concilio Vaticano II. Es absolutamente necesario interpretar los signos del tiempo en el mundo moderno y responder con servicio amoroso mientras se mantiene fiel a la tradición de la iglesia. Sin duda, se trata de una enorme tarea que tenemos ante nosotros.
Consistente con su filosofía de la Iglesia Católica tal como se expresa en la Alegría del Evangelio, la Exhortación Apostólica sobre la evangelización, el papa Francisco alentó un clima de apertura englobado en el diálogo y el discernimiento a la luz del misterio de la mirada de Dios sobre nosotros. En otras palabras, es un proceso abierto con la intención de crear un vínculo de confianza y comunión con el fin de servir mejor al pueblo de Dios. Por supuesto, esto llevó a algunas abruptas conversaciones entre todos los participantes en el sínodo, y una intensa atracción en las medios de comunicación secular para exponer cualquier línea de falla en la unidad de la Iglesia.
La declaración de clausura del papa Francisco está publicada en esta edición de Mississippi Catholic y me gustaría destacar varias de sus observaciones.
Al final del sínodo el papa les recordó a todos que “todavía tenemos un año más para madurar, con verdadero discernimiento espiritual, las ideas propuestas y para encontrar soluciones concretas a las muchas dificultades y los numerosos desafíos que las familias deben afrontar para dar respuesta a los muchos desalientos que rodean y ahogan a las familias”.
El conocimiento y la sabiduría producida por arduos esfuerzos no permanecerán inactivos en algún archivo burócrata. El próximo año será un reflejo del año que llevó al Sínodo de Roma con la participación activa de muchos de los interesados en cada rincón del mundo católico. El papa describe al futuro inmediato como “un año para proporcionar un resumen claro y fiel de todo lo que se ha dicho y discutido en esta sala y en los pequeños grupos”. El próximo año será un tiempo para que madure el buen vino de las deliberaciones del sínodo para que el papa Francisco pueda preparar para la iglesia una Exhortación Apostólica que nos guíe e inspire en los años venideros.
El Papa astutamente indicó en su discurso de clausura que hay inevitables tentaciones que pueden debilitar nuestro largo camino juntos. Existe la tentación de la “rigidez hostil” que impide cualquier sorpresa del Espíritu Santo. Este es el congelado terreno del rígido tradicionalista. Del mismo modo, existe la tentación de los “voluntariosos” que en nombre de una falsa piedad vendan las heridas sin curarlas y medicarlas. Estos son los llamados progresistas y liberales.
Esta última es la tentación “de transformar las piedras en pan para romper la rigidez rápidamente, y el primero es la tentación de transformar el pan en piedras para tirarlas a los pecadores, los débiles y los enfermos a fin de transformarla en cargas insoportables”.
El papa continua con fuerza. “La tentación es descuidar la confianza de la fe para descender de la cruz, para complacer al pueblo y no quedarse allí, con el fin de cumplir la voluntad del Padre, para doblarse al espíritu mundano en vez de purificarlo y encauzarlo hacia el Espíritu de Dios”. Del mismo modo, hay “la tentación de descuidar la realidad” la verdadera avestruz con la cabeza en la tierra mientras el mundo gira.
El trabajo que tenemos por delante es una misión crítica en nombre de la familia, la sociedad y la iglesia. El papa Francisco, con profunda preocupación, revela el camino de la compasión y la verdad.
“He tenido la sensación de que lo que se ha puesto ante nuestros ojos es el bien de la iglesia, de las familias, y de la ley suprema, el “bien de las almas”. Y esto siempre lo hemos dicho aquí en la sala sin jamás poner en cuestión las verdades fundamentales del sacramento del matrimonio; su indisolubilidad, unidad, fidelidad, fecundidad, y apertura a la vida. …Y esta es la iglesia, la viña del Señor, la madre fecunda y cuidadosa maestra, que no tiene miedo de enrollarse las mangas para verter aceite y vino sobre las heridas de la gente; quien no ve la humanidad como una casa de cristal para juzgar o clasificar a la gente. Es la iglesia que no tiene miedo de comer y beber con prostitutas y pecadores.
La alegría y la esperanza del evangelio para todos los hombres está muy clara en el cierre las reflexiones del papa Francisco, lo que abre la puerta a un Año de Gracia y Favor del Señor con el objetivo de orientar a la iglesia más profundamente en el misterio de Dios. Es un tiempo muy emocionante. Qué el Espíritu Santo abra nuestra mente y corazón para conocer la bondad del Señor.
Trae alegría a la arena política
Por Obispo Joseph Kopacz
En su breve tiempo como Santo Padre, el Papa Francisco ha desafiado a todos los cristianos, y especialmente a todos nosotros como católicos a vivir la alegría del evangelio. Estamos llamados a ser discípulos misioneros donde quiera que vivamos y en cualquier circunstancia. En las últimas décadas, la alegría del evangelio a través de la oración y la acción durante el mes de octubre, es la promoción del don de la vida humana desde el primer momento hasta el último aliento. Es la búsqueda insaciable de la iglesia por un orden social más justo.
El Papa Francisco nos recuerda en la Alegría del Evangelio: no es posible seguir alegando que la religión debe limitarse a la esfera privada y que sólo existe para preparar las almas para el cielo… Una fe auténtica que nunca es complaciente o totalmente personal, implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, para dejar la tierra de alguna manera mejor que cuando la encontramos.
La llamada a vivir con amor y con justicia es el corazón y el alma de la Palabra de Dios, de las Sagradas Escrituras. En el Salmo 85, escuchamos las inspiradas palabras poéticas: “el amor y la verdad se darán cita; la justicia y la paz se besaran. La verdad brotará de la tierra, y la rectitud mirará desde el cielo”.
Creo que todos estaríamos de acuerdo en que el Papa Francisco ha encarnado en una forma más evidente la amorosa bondad y verdad que Jesucristo quiere del Supremo Pastor de la Iglesia. Esto no es nada nuevo; más bien es algo antiguo. San Pedro en su carta a las primeras comunidades cristianas escribió, “En su corazón veneren a Cristo como el Señor.
Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que tienen. Pero hagan esto con humildad y respeto (1 Pedro 3:15). Recuerden que el Papa Juan Pablo II visitó en la cárcel al hombre que intentó asesinarlo y lo abrazó y lo perdonó. Esto no está limitado al papa; es la llamada de todos los bautizados. La amorosa bondad y la verdad son los arroyos que alimentan la búsqueda de la justicia y la paz en nuestra sociedad. Recordando que el sol brilla sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, traemos la bondad de Dios a la plaza pública aunque nos encontremos impávidamente frente a la injusticia, la indiferencia y la hostilidad.
El fundamento de toda vida humana es el derecho a la vida del no nacido. En qué otro lugar puede comenzar nuestra búsqueda, sino ser la voz de aquellos que no tienen voz. Los avances de la medicina y la tecnología nos están atrayendo más profundamente al milagro de la vida en el seno materno para experimentar su maravillosa complejidad en las primeras etapas.
El Papa Francisco, en la Alegría del Evangelio reconoce: “Entre los vulnerables, los cuales la iglesia desea cuidar con particular amor y preocupación, están los niños no nacidos, los más indefensos e inocentes entre nosotros.
Hoy en día se están haciendo esfuerzos para negarles su dignidad humana y hacer con ellos lo que a uno le plazca, tomando sus vidas y aprobando leyes que le impidan a alguien a ponerse en su camino. Con frecuencia, como una forma de ridiculizar a la iglesia por los esfuerzos por defender sus vidas, tratan de presentar su posición como ideológica, oscurantista y conservadora. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está estrechamente vinculada a la defensa de todos y cada uno de los demás derechos humanos. Se trata de la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en todas las etapas de desarrollo. Los seres humanos son fines en sí mismos y nunca como un medio de resolver otros problemas.
Una vez que esta convicción desaparece, también desaparecen los fundamentos sólidos y duraderos para la defensa de los derechos humanos, que siempre estarían sujetos a la aprobación de los poderes. Ya es motivo suficiente el reconocer el valor inviolable de cada vida humana, pero si también miramos la cuestión desde el punto de vista de la fe, “toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y es una ofensa en contra del creador del hombre”. (213)
El Papa Francisco concluye este examen crítico con una completa llamada por la justicia. “Por otra parte, también es cierto que poco hemos hecho para acompañar a las mujeres en situaciones muy difíciles, donde el aborto aparece como una solución rápida a su profunda angustia, sobre todo cuando la vida que se está desarrollando dentro de ellas es el resultado de una violación o de una situación de extrema pobreza. ¿Quién puede permanecer insensible ante tales situaciones dolorosas?” (213).
En la sección anterior de su exhortación apostólica, el papa hace referencia a la triste realidad que muchas mujeres enfrentan, a menudo privándolas de su dignidad humana. “Doblemente pobres son aquellas mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, ya que a menudo son menos capaces de defender sus derechos. A pesar de ello, constantemente somos testigos de los impresionantes ejemplos de heroísmo cotidiano en la defensa y protección de sus vulnerables familias”. (212)
El Papa Francisco a lo largo de la Alegría del Evangelio lamenta los difundidos ataques a la vida y a la dignidad incluyendo la situación de los pobres, las víctimas de la guerra y el terrorismo, los horrores de la trata de seres humanos, y el saqueo de la creación.
De hecho, muchos cristianos y personas de buena voluntad están trabajando para crear un orden mundial más justo y pacífico, pero hay mucho por hacer. Muchos, en casa y en el extranjero, se encuentran sin educación básica, atención sanitaria adecuada, agua limpia, y una dieta saludable.
Sin embargo, a pesar de todas las agresiones contra la vida y la dignidad humana, en la fuerza de la cruz del Señor y la resurrección, somos un pueblo de esperanza que sabe que podemos cultivar la imagen de Dios en nuestro mundo. No hemos recibido un espíritu de timidez, sino de amor, poder y disciplina.
Qué el Señor fortalezca nuestra determinación en nuestra sed por una más justa, humana, y compasiva sociedad que continuamente de a luz a una amorosa bondad y verdad, justicia y paz.
Trae alegría a la arena política
Por Obispo Joseph Kopacz
En su breve tiempo como Santo Padre, el Papa Francisco ha desafiado a todos los cristianos, y especialmente a todos nosotros como católicos a vivir la alegría del evangelio. Estamos llamados a ser discípulos misioneros donde quiera que vivamos y en cualquier circunstancia.En las últimas décadas, la alegría del evangelio a través de la oración y la acción durante el mes de octubre, es la promoción del don de la vida humana desde el primer momento hasta el último aliento. Es la búsqueda insaciable de la iglesia por un orden social más justo.
El Papa Francisco nos recuerda en la Alegría del Evangelio: no es posible seguir alegando que la religión debe limitarse a la esfera privada y que sólo existe para preparar las almas para el cielo… Una fe auténtica que nunca es complaciente o totalmente personal, implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, para dejar la tierra de alguna manera mejor que cuando la encontramos.
La llamada a vivir con amor y con justicia es el corazón y el alma de la Palabra de Dios, de las Sagradas Escrituras. En el Salmo 85, escuchamos las inspiradas palabras poéticas: “el amor y la verdad se darán cita; la justicia y la paz se besaran. La verdad brotará de la tierra, y la rectitud mirará desde el cielo”.
Creo que todos estaríamos de acuerdo en que el Papa Francisco ha encarnado en una forma más evidente la amorosa bondad y verdad que Jesucristo quiere del Supremo Pastor de la Iglesia. Esto no es nada nuevo; más bien es algo antiguo. San Pedro en su carta a las primeras comunidades cristianas escribió, “En su corazón veneren a Cristo como el Señor.
Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que tienen. Pero hagan esto con humildad y respeto (1 Pedro 3:15). Recuerden que el Papa Juan Pablo II visitó en la cárcel al hombre que intentó asesinarlo y lo abrazó y lo perdonó. Esto no está limitado al papa; es la llamada de todos los bautizados. La amorosa bondad y la verdad son los arroyos que alimentan la búsqueda de la justicia y la paz en nuestra sociedad. Recordando que el sol brilla sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, traemos la bondad de Dios a la plaza pública aunque nos encontremos impávidamente frente a la injusticia, la indiferencia y la hostilidad.
El fundamento de toda vida humana es el derecho a la vida del no nacido. En qué otro lugar puede comenzar nuestra búsqueda, sino ser la voz de aquellos que no tienen voz. Los avances de la medicina y la tecnología nos están atrayendo más profundamente al milagro de la vida en el seno materno para experimentar su maravillosa complejidad en las primeras etapas.
El Papa Francisco, en la Alegría del Evangelio reconoce: “Entre los vulnerables, los cuales la iglesia desea cuidar con particular amor y preocupación, están los niños no nacidos, los más indefensos e inocentes entre nosotros.
Hoy en día se están haciendo esfuerzos para negarles su dignidad humana y hacer con ellos lo que a uno le plazca, tomando sus vidas y aprobando leyes que le impidan a alguien ponerse en su camino. Con frecuencia, como una forma de ridiculizar a la iglesia por los esfuerzos por defender sus vidas, tratan de presentar su posición como ideológica, oscurantista y conservadora. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está estrechamente vinculada a la defensa de todos y cada uno de los demás derechos humanos. Se trata de la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en todas las etapas de desarrollo. Los seres humanos son fines en sí mismos y nunca como un medio de resolver otros problemas.
Una vez que esta convicción desaparece, también desaparecen los fundamentos sólidos y duraderos para la defensa de los derechos humanos, que siempre estarían sujetos a la aprobación de los poderes. Ya es motivo suficiente el reconocer el valor inviolable de cada vida humana, pero si también miramos la cuestión desde el punto de vista de la fe, “toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y es una ofensa en contra del creador del hombre”. (213)
El Papa Francisco concluye este examen crítico con una completa llamada por la justicia. “Por otra parte, también es cierto que poco hemos hecho para acompañar a las mujeres en situaciones muy difíciles, donde el aborto aparece como una solución rápida a su profunda angustia, sobre todo cuando la vida que se está desarrollando dentro de ellas es el resultado de una violación o de una situación de extrema pobreza. ¿Quién puede permanecer insensible ante tales situaciones dolorosas?” (213).
En la sección anterior de su exhortación apostólica, el papa hace referencia a la triste realidad que muchas mujeres enfrentan, a menudo privándolas de su dignidad humana. “Doblemente pobres son aquellas mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, ya que a menudo son menos capaces de defender sus derechos. A pesar de ello, constantemente somos testigos de los impresionantes ejemplos de heroísmo cotidiano en la defensa y protección de sus vulnerables familias”. (212)
El Papa Francisco a lo largo de la Alegría del Evangelio lamenta los difundidos ataques a la vida y a la dignidad incluyendo la situación de los pobres, las víctimas de la guerra y el terrorismo, los horrores de la trata de seres humanos, y el saqueo de la creación.
De hecho, muchos cristianos y personas de buena voluntad están trabajando para crear un orden mundial más justo y pacífico, pero hay mucho por hacer. Muchos, en casa y en el extranjero, se encuentran sin educación básica, atención sanitaria adecuada, agua limpia, y una dieta saludable.
Sin embargo, a pesar de todas las agresiones contra la vida y la dignidad humana, en la fuerza de la cruz del Señor y la resurrección, somos un pueblo de esperanza que sabe que podemos cultivar la imagen de Dios en nuestro mundo. No hemos recibido un espíritu de timidez, sino de amor, poder y disciplina.
Qué el Señor fortalezca nuestra determinación en nuestra sed por una más justa, humana, y compasiva sociedad que continuamente de a luz a una amorosa bondad y verdad, justicia y paz.
Bring joy to political arena
By Bishop Joseph Kopacz
In his brief time as the Holy Father, Pope Francis has challenged all Christians, and most especially all of us as Catholics to live the joy of the Gospel. We are called to be missionary disciples wherever we live, and in whatever circumstances. The joy of the Gospel through prayer and action during the month of October in recent decades is the promotion of the gift of human life from the first moment to the final breath. It is the Church’s insatiable quest for a more just social order.
Pope Francis reminds us in the “Joy of the Gospel:” “It is no longer possible to claim that religion should be restricted to the private sphere and that it exists only to prepare souls for heaven…An authentic faith which is never complacent or completely personal, always involves a deep desire to change the world, to transmit values, to leave the earth somehow better than when we found it.”
The call to live lovingly and justly is the heart and soul of the Word of God, the Sacred Scriptures. In Psalm 85 we hear the inspired poetic words: “Loving kindness and truth shall meet; justice and peace shall kiss. Truth shall spring out of the earth, and justice shall look down from heaven.”
I think that we would all agree that Pope Francis has embodied in a more apparent way the loving kindness and truth that Jesus Christ wants from the Chief Shepherd of his Church. This is nothing new; it is rather ever ancient. Saint Peter in his letter to the early Christian communities wrote, “In your hearts revere Christ as Lord. Always be prepared to give an answer to everyone who asks you to give the reason for the hope that you have. But do this with gentleness and respect” (1Peter 3:15). Remember that Saint Pope John Paul visited in prison the man who attempted to assassinate him, and embraced and forgave him. This is not restricted to the Pope; it is the call of all the baptized.
Loving kindness and truth are the streams that feed the quest for justice and peace in our society. Remembering that the sun shines on the good and the bad, the just and the unjust we bring the goodness of God to the public square even as we stand unflinchingly in the face of injustice, indifference and hostility.
The foundation of all human life is the right to life of the unborn. Where else can our quest begin, but to be the voice of those who have no voice? Medical advances and technology are drawing us deeper into the miracle of life in the womb to experience its wonderful complexity at the earliest stages.
Pope Francis in the Joy of the Gospel avows: “Among the vulnerable for whom the church wishes to care with particular love and concern are unborn children, the most defenseless and innocent among us. Nowadays efforts are made to deny them their human dignity and to do with them whatever one pleases, taking their lives and passing laws preventing anyone from standing in the way of this. Frequently, as a way of ridiculing the church’s effort to defend their lives, attempts are made to present her position as ideological, obscurantist and conservative. Yet this defense of unborn life is closely linked to the defense of each and every other human right. It involves the conviction that a human being is always sacred and inviolable, in any situation and at every stage of development.
Human beings are ends in themselves and never a means of resolving other problems. Once this conviction disappears, so do solid and lasting foundations for the defense of human rights, which would always be subject to the passing whims of the powers that be. Reason alone is sufficient to recognize the inviolable value of each single human life, but if we also look at the issue from the standpoint of faith, “Every violation of the personal dignity of the human being cries out in vengeance to God and is an offense against the creator of the individual.” (213)
Francis concludes this critical consideration with a complete call for justice. “On the other hand, it is also true that we have done little to adequately accompany women in very difficult situations, where abortion appears as a quick solution to their profound anguish, especially when the life developing within them is the result of rape or a situation of extreme poverty. Who can remain unmoved before such painful situations?”(213)
In the preceding section of his exhortation he refers to the grim reality that many women face, often depriving them of human dignity. “Doubly poor are those women who endure situations of exclusion, mistreatment and violence, since they are frequently less able to defend their rights. Even so, we constantly witness among them impressive examples of daily heroism in defending and protecting their vulnerable families.” (212)
Pope Francis throughout the Joy of the Gospel laments the widespread assaults on human life and dignity including the plight of the poor, the victims of war and terrorism, the horrors of human trafficking and the plundering of creation. Indeed, many Christians and people of good will are laboring to create a more just and peaceful world order, but there is much to be done. Too many, at home and abroad, are without basic education, adequate health care, clean water, and a healthful diet.
Yet in spite of all of the assaults on human life and dignity, in the power of the Lord’s cross and resurrection, we are a people of hope who know that we can cultivate the image of God in our world. We have not received a spirit of timidity, but of love, power, and discipline.
May the Lord strengthen our resolve in our thirst for a more just, humane, and compassionate society that will continually give birth to loving kindness and truth, justice and peace.
Obispos viajan al corazón de la iglesia
Por Obispo Joseph Kopacz
Estoy escribiendo esta columna desde por encima de la tierra, en vuelo de regreso a Jackson y a la diócesis y el ministerio que me espera. Para aquellos de ustedes que no saben, participé en una conferencia en Roma, Italia, diseñada para todos los obispos recién ordenados de todo el mundo. Alrededor de 250 obispos estuvieron presente para escuchar una serie de charlas sobre las múltiples dimensiones de la vida de un obispo. Los cardenales, que son los jefes de los distintos departamentos dentro de la Ciudad del Vaticano que sirven a la Iglesia Católica en todo el mundo, dieron la mayoría de las presentaciones.
Una de las ventajas a largo plazo de la conferencia es la nueva relación que surgió con mis compañeros obispos de los Estados Unidos. Todos estamos en el mismo barco, por así decirlo, como obispos recién ordenados, y es enriquecedor empezar a conocer sus historias y algo de las diócesis donde ahora sirven. Por supuesto, ninguna diócesis es tan interesante como la de Jackson. Ademas, obtener una mejor perspectiva de los obispos que están sirviendo en otras partes del mundo es siempre valioso. Algunos están sirviendo bajo extrema coacción debido a la pobreza y a los disturbios.
Cada día, aparte de asistir a cuatro conferencias, celebrar la Eucaristía junto con la oración de la mañana y de la tarde y comer tres comidas importantes, ¿qué más occurió para crear recuerdos duraderos?
Para empezar, todos los obispos tuvieron la oportunidad de celebrar la santa misa en la Basílica de San Pedro sobre la tumba de San Pedro. Después de la misa, reverentemente pausamos en su lugar de enterramiento, un momento muy conmovedor.
Al día siguiente, domingo, me subí en el autobús y viajé a Asís como un buen peregrino para pasar un día en el ambiente del gran San Francisco por quien nuestro Santo Padre es llamado. Celebramos la santa misa con los padres franciscanos en el horario regular de domingo en la Basílica de San Francisco.
Los visitantes de Asís y los feligreses de la parroquia estaban un poco aturdidos al mirar hacia arriba y ver la comitiva de obispos que procesaban durante el himno de apertura. Esa tarde visitamos la iglesia dedicada a nuestra Madre Santísima, Santa Maria degli Angeli, yo “tweeted” (mensaje por email) desde la amplia plaza que desemboca en la iglesia donde la tradición marca el lugar donde murió San Francisco.
El momento culminante del viaje a Roma fue la audiencia con el Papa Francisco en una de las espaciosas y acogedoras salas del Vaticano que acomodó fácilmente a nuestros acompañantes.
Fue excelente poder verlo de cerca y en persona, escuchar sus palabras de aliento y saludarlo personalmente. Fue una sensación surrealista de toda la experiencia, sin embargo, también fue una hora de conexión con amplio tiempo para saborear el encuentro con mis hermanos en el episcopado.
Veinte de ellos eran de Argentina y el Papa realmente se emocionó cuando reconoció a muchos de ellos en el saludo personal. Esos fueron momentos conmovedores de observar.
He seleccionado algunas de las reflexiones que el Papa Francisco nos dio en su charla. Comenzó diciendo que estaba feliz de conocernos y rápidamente nos alentó diciendo que somos “el fruto del arduo trabajo y oración incansable de la Iglesia que, cuando elige a su pastores, recuerda toda esa noche que el Señor pasó en la montaña en presencia del Padre, antes de nombrar a los que él quiso que se quedaran con él y que fueran por el mundo”. En compañía de los obispos de todo el mundo, las palabras del Papa resonaron de una manera apremiante.
Como un buen padre tiene que hacer, a continuación nos retó a abrazar el ministerio, el regalo que nos ha sido encomendado. “Ahora que ya han superado sus temores iniciales y el entusiasmo de su consagración, nunca den por hecho el ministerio que se les ha encomendado, nunca pierdan su asombro ante el plan de Dios, ni el temor reverente de caminar consciente de su presencia y la presencia de la iglesia, que es, en primer lugar suya”.
Continuando con este sentimiento procedió a destacar la estrecha relación entre el obispo y los fieles de su diócesis. “Hay un vínculo inseparable entre la presencia estable del obispo y el crecimiento de la congregación”. Esto toca el corazón de la visión del Papa Francisco de anunciar y de vivir el Evangelio que expuso en su Exhortación Apostólica, “La Alegría del Evangelio” (Evangelii Guadium), es decir, tenemos que encontrarnos el uno al otro y acompañarnos a la luz del Evangelio en nuestro servicio al Señor en nuestra vida diaria.
En este sentido, el Santo Padre nos aconsejó a imitar la paciencia de Moisés mientras dirigía a su pueblo como “no hay nada más importante que introducir a la gente a Dios!
Hacia el final de su alocución, poéticamente nos estimuló a estar especialmente atentos a dos grupos de personas. Queridos hermanos, “comiencen con los jóvenes y los ancianos, porque los primeros son nuestras alas y los segundos son nuestras raíces; alas y raíces, sin las cuales no sabemos lo que somos ni mucho menos adonde vamos”.
Estoy feliz de poder compartir con ustedes algo de mi experiencia de esta visita especial a Roma, la ciudad eterna, e incluso estoy aún más contento de estar en tierra firme, en mi hogar una vez más en Jackson, la encrucijada del Sur.
Bishops journey to heart of church
By Bishop Joseph Kopacz
I am writing this column from way above the earth, in flight back to Jackson, and to the diocese and ministry that await me. For those of you who may not know, I participated in a conference in Rome, Italy for all newly ordained bishops throughout the world. About 250 bishops were on hand to listen to a series of talks that touched upon the many dimensions of a bishop’s life. The Cardinals, who are the heads of various departments within the Vatican that serve the Catholic Church throughout the world, gave most of the talks.
One of the lasting benefits of the conference is the new relationships that emerged with my fellow bishops from around the United States. We are all in the same boat, so to speak, as recently ordained and appointed bishops, and it is enriching to begin to know their stories, and something of the dioceses where they now serve.
Of course, no diocese is as interesting as Jackson. In addition, getting a better perspective of the bishops who serve throughout the world is always worthwhile. Some are serving under extreme duress due to poverty and unrest.
Apart from sitting in four conferences per day, celebrating the Eucharist along with morning and evening prayer each day while eating three substantial meals, what else occurred to create lasting memories?
For starters, all of the bishops had the opportunity to celebrate Mass in Saint Peter’s Basilica above the tomb of Saint Peter. As we processed out after Mass, we reverently paused at his place of burial, a very stirring moment.
On Sunday, the following day, I hopped on the bus and journeyed to Assisi like a good pilgrim to spend a day in the ambience of the great Saint Francis after whom our Holy Father is named. We celebrated Mass with the Franciscan priests at a regularly scheduled Sunday service in the Basilica of Saint Francis. The visitors to Assisi and the parishioners of the parish were a bit stunned to look up and see the entourage of bishops who processed in during the opening hymn. Later in the day we visited the Church dedicated to our Blessed Mother, Santa Maria degli Angeli, I tweeted from the expansive piazza, leading into the church where tradition marks the location of the death of Saint Francis.
The culminating moment of the journey to Rome was our audience with Pope Francis in one of the spacious, yet cozy Vatican halls that easily accommodated our entourage. It was super to be able to see him up close and personal, to hear his encouraging words and to personally greet him.
There was a surreal feeling to the whole experience, yet it was also a well-grounded hour with plenty of time to savor the encounter with my brother bishops. Twenty of them were from Argentina and the Pope really lit up when he recognized many of them at the personal greeting. Those were endearing moments to observe.
I have selected a few of Pope Francis’ reflections from the talk that he gave us. He began by saying that he was happy to meet us, and quickly encouraged us by saying that we are “the fruit of the arduous work and tireless prayer of the Church who, when she chooses her pastors, recalls that entire night the Lord spent on the mount, in the presence of the Father, before naming those He wanted to stay with him and to go forth into the world.” In the company of bishops from all over the world, the Pope’s words resonated in a compelling manner.
As a good father ought to do he then proceeded to challenge us to embrace the ministry, the gift, entrusted to us. “Now that you have overcome your initial fears and excitement of your consecration, never take for granted the ministry entrusted to you, never to lose your wonder before God’s plan, nor the awe of walking aware of His presence and the presence of the Church who is, first and foremost, His.”
Continuing with this sentiment he proceeded to highlight the close relationship between a bishop and the people of his diocese. “There is an inseparable bond between the stable presence of the bishop and the growth of the flock”. This touches the heart of Pope Francis’ vision in proclaiming and living the Gospel which he articulated in “Evangelii Guadium,” his Apostolic Exhortation, i.e., we are to encounter one another, and accompany one another in the light of the Gospel as we serve the Lord in our daily lives. Along these lines, the Holy Father advised us to imitate Moses’ patience in leading his people, as “nothing is more important than introducing people to God!”
Toward the end of his address he poetically urged us to be especially solicitous of two groups of people. Dear brothers, “begin with the young and the elderly, because the first are our wings, and the second are our roots; wings and roots without which we do not know what we are, much less where we are going”.
I am happy to be able to share some of my experience with you from this unique trek to Rome, the eternal city, and I am even more content to be on terra firma, at home once again in Jackson, the crossroads of the South.
Taller de aculturación fortalece ministerios
By Bishop Joseph Kopacz
Recientemente, casi 40 personas participaron en un taller de tres días sobre aculturación en un centro de retiro ubicado en el Lago Tiak-O’Khata en Louisville, Miss. Este proceso de inculturación es patrocinado periódicamente para aquellos que han llegado recientemente y que están cumpliendo o están a punto de comenzar a servir en las parroquias y ministerios de la Diócesis de Jackson.
Por su amplia experiencia y contactos interpersonales, Monseñor Elvin Sunds y la Hermana Donna Gunn fueron escogidos para facilitar este evento con el fin de preparar mejor a quienes están viviendo y sirviendo por primera vez en ministerios pastorales en Mississippi. La suposición básica es que la historia de la Iglesia Católica en Mississippi está indisolublemente vinculada a la cultura e historia del estado.
En mis casi siete meses como obispo de Jackson, me he encontrado en toda la extensión de nuestra diócesis con muchas personas de una fe increíble, trabajando en la viña del Señor. Muchos llaman con orgullo a Mississippi su hogar, y muchos han venido de otros lugares y son ahora ciudadanos adoptados del estado de la Magnolia. A pesar de que la Iglesia Católica hasta el día de hoy está compuesta por un pequeño porcentaje de la población total del estado, ciertamente tenemos un gran impacto en formas que importan.
La esencia de nuestra historia debe ser impartida a todos los inmigrantes que llegan a la escena y poseen un corazón y una mente abiertas a Dios y un profundo deseo de servir a los que se les han confiado. Sin embargo, no hemos vivido aquí, y el taller de aculturación presentó aspectos importantes de la cultura y de la historia del estado a fin de facilitar el proceso de aprendizaje.
Entre los participantes estaban los tres nuevos sacerdotes quienes están sirviendo como párrocos adjuntos.
Nuevas en la escena son las hermanas religiosas que estarán sirviendo en lugares tan diversos como Amory y Mound Bayou. Ellas estuvieron agradecidas por la oportunidad de reunirse con otros siervos del Señor que formaron el grupo de participantes.
Siete sacerdotes de diversas diócesis y órdenes religiosas de la India, que han llegado en los últimos dos años, también se beneficiaron grandemente del taller. A su vez, ellos tuvieron la oportunidad de educar a los participantes acerca de la Iglesia Católica en India y señalaron algunas de las importantes diferencias que existen entre el servicio en India y en Mississippi. Algunos de nuestro personal diocesano participaron en el taller o estuvieron entre los ponentes.
Yo también asistí al seminario y me mantuve inspirado por haber conocido por primera vez a los recién llegados o haber profundizado las relaciones ya existentes entre los participantes. Estos son inteligentes, dedicados, y generosos hombres y mujeres, laicos, religiosos, religiosas, y ordenados, algunos mayores y algunos jóvenes, que quieren unir sus vidas con la gente de Mississippi, con la mente y el corazón de Jesucristo, y lo hacen con humildad y gratitud.
Ofrezco esta visión de los participantes para que muchos miembros activos en nuestras iglesias y ministerios, kilómetros de distancia uno del otro, puedan ser estimulados por el incesante flujo de personas que el Señor sigue enviando.
Los ponentes son personas que han vivido en el estado de Mississippi toda su vida o que vinieron para servir y su intensión fue de quedarse, y los que llegaron hace muchos años y ahora están en el punto de transición en su ministerio aquí en nuestro pueblo y regresan a sus comunidades religiosas en otras partes del país.
A pesar de que en algunos casos están tristes porque se van, están inspirados al ver que pueden pasar la antorcha a la siguiente generación de testigos con su eterno amor a Jesucristo, y con su insaciable hambre y sed de una mayor justicia y paz en nuestro mundo. Bienaventurados son verdaderamente porque son hijos de Dios.
La siguiente lista de temas ofrece una visión general de la orientación de los talleres que se ofrecieron: Los aspectos políticos y económicos de Mississippi, un panel sobre los derechos civiles de los afroamericanos en el Mississippi de hoy, la cultura latina en Mississippi hoy, una perspectiva histórica sobre la educación en Mississippi, la educación pública hoy, “Mirando desde afuera hacia adentro”, una perspectiva de aquellos que han pasado muchos años en diversos ministerios, el legado artístico y paisajísta, y creciendo blanco y católico en Mississippi.
Yo creo que todos los que leen Mississippi Católico estarían de acuerdo en que este seminario fue un evento enriquecedor para todos los recién llegados, con mucho que reflexionar con el fin de servir mejor a la Diócesis de Jackson, el cruce de los caminos del Sur.
La Iglesia Católica tiene casi 2000 años de antigüedad y amamos la tradición de la cual somos la última generación. Del mismo modo, en el marco de nuestro cuerpo universal de Cristo, hay un tapiz de personas y culturas, y parte de la esencia de la Iglesia es la de construir puentes entre los distintos grupos con el fin de promover el reino de Dios en nuestro mundo. El taller de aculturación promocionó la solidaridad entre sus participantes para adoptar juntos la misión y ministerios de nuestra comunidad diocesana.
En conclusión, recordamos las inspiradas palabras de la carta a los Efesios (2, 19 -22). Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni extraños sino conciudadanos con los santos y también miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, con Cristo Jesús mismo como la piedra angular. En él, toda la estructura está integrada y crece para llegar a ser un templo santo en el Señor; en quien ustedes también están unidos espiritualmente en una morada para Dios.