Por Obispo Joseph Kopacz
Declaración del Obispo Richard O. Gerow, Obispo de Diócesis de Natchez-Jackson, el 3 de julio de 1964, inmediatamente después de la promulgación de la Ley de Derechos Civiles.
“La Ley de Derechos Civiles ha sido aprobada por el Congreso de los Estados Unidos. El pueblo de nuestro querido Mississippi tienen la histórica oportunidad de dar al mundo un ejemplo de verdadero patriotismo en una democracia. Cada uno de nosotros, teniendo en cuenta la ley del amor de Cristo, puede establecer su propia motivación personal de la reacción a la ley y, por lo tanto, convertir este tiempo como una ocasión de crecimiento espiritual.
Los profetas de la lucha y el sufrimiento no necesitan tener razón. Queridos cristianos católicos, su obispo los llama a que acepten la acción del Congreso de la República como americanos leales y que hagan una contribución positiva a nuestro estado rechazando el espíritu de rebelión y apoyar la justicia, el amor y la paz”.
En mi corto tiempo (5 meses) como el 11ª obispo de Jackson, siguiendo a los Obispos Gerow, Brunini, Houck, y Latino, he sido inspirado una y otra vez a aprender del vigoroso y valiente legado de la Iglesia Católica en el estado de Mississippi en contra de la plaga del racismo en el estado y la nación. La declaración del Obispo Gerow habló de la violencia y las luchas que rodeó a esta plaga en la sociedad y la justa participación de la Iglesia en la sociedad en nombre del bien común.
En el documento titulado “Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles” (2007) la Conferencia de Obispos Católicos los Estados Unidos articula el caso de la declaración del Obispo Gerow de hace 50 años. “La obligación de la iglesia de participar en la formación del carácter moral de la sociedad es una exigencia de nuestra fe, una parte de la misión dada a nosotros por Jesucristo. La fe nos ayuda a ver más claramente la verdad sobre la vida y la dignidad humana que entendemos también a través de la razón. Como personas de fe y razón, los católicos están llamados a llevar la verdad a la vida política y a practicar el mandamiento de Cristo de “amarse los unos a los otros”.
Una vez que la Iglesia primitiva creció de una pequeña secta de discípulos a una presencia importante en la sociedad, la responsabilidad de atender las necesidades sociales de cada época se convirtió en el núcleo de la misión confiada que Jesucristo nos encomendó. En realidad, los profetas del Antiguo Testamento y la conciencia de Israel, habían abierto esta puerta siglos antes de Jesucristo, últimamente empujando a la Iglesia a involucrarse más profundamente en los asuntos de la sociedad. Las palabras de Amós, el profeta de la Justicia Social, resuenan en todas las épocas. “Dejen que la justicia fluya como el agua y la bondad como un manantial inagotable” (5,24). El poder de las palabras de Amós impregna la declaración del Obispo Gerow durante el Verano de la Libertad.
Los obispos católicos y muchos en la Iglesia de los Estados Unidos, laicos, sacerdotes y religiosas, han sido una voz por la justicia y la paz por muchas generaciones, con la convicción de que “la tradición de pluralismo de nuestra nación es incrementada, no amenazada, cuando grupos religiosos y personas de fe traen sus convicciones a la vida pública. La comunidad católica trae al diálogo político un marco moral consistente y amplia experiencia sirviendo a las personas necesitadas”. “Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles”
En todas las épocas y en todos los lugares es obligatorio para la Iglesia trabajar por una mayor justicia y paz a fin de inspirar a sus miembros y a todas las personas de buena voluntad a hacer el bien y evitar el mal. El Documento “Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles” valientemente dirige la palabra a la sociedad contemporánea. “Hay algunas cosas que nunca debemos hacer, como individuos o como sociedad, porque estas siempre son incompatibles con el amor de Dios y del prójimo. Estos actos intrínsecamente malos siempre deben ser rechazados y nunca apoyados.
Un buen ejemplo es la privación intencional de la vida humana como en el aborto. Del mismo modo, las amenazas directas a la dignidad de la vida humana como la eutanasia, la clonación humana, la investigación destructiva en los embriones humanos también son intrínsecamente malos y se deben combatir. Tampoco nunca se pueden justificar otros ataques contra la vida y la dignidad humana, tales como el genocidio, la tortura, el racismo, y personas inocentes que no están involucradas en combates de terror o de guerra. El desacato a cualquier vida humana menoscaba el respeto por toda vida humana”.
El Documento “Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles” también anota que el derecho a la vida implica y está ligado a otros derechos humanos – a los bienes básicos que toda persona necesita para vivir y prosperar – incluyendo alimentos, vivienda, salud, educación y trabajo significativo. El uso de la pena de muerte, el hambre, la falta de atención a la salud o la vivienda, el tráfico de seres humanos, los costos humanos y morales de la guerra y las injustas políticas de inmigración son algunas de las graves cuestiones morales que interpelan nuestra conciencia y nos obligan a actuar.
La declaración del Obispo Gerow en los 40 años de su largo episcopado en la Diócesis de Natchez-Jackson (1924-1967) fue respaldada por el trabajo favorable de la Iglesia por más de un siglo contra el racismo en el estado de Mississippi, más notablemente en el sistema de los colegios católicos.
La Iglesia Católica valientemente educó a la población negra a pesar de las leyes de Jim Crow desde antes de la guerra civil, y esta misión de educación para todos los ciudadanos de Mississippi no vaciló con la segregación. El Obispo Gerow ejerció notable liderazgo en este frente a través de su largo mandato. Podemos estar seguros que él publicó ese 3 de julio de 1964 su declaración con una clara conciencia porque había hecho lo que dijo que haría y sus palabras fluyeron sin problema desde el corazón de la Iglesia Católica en Mississippi con la pasión que la justicia fluye como agua y la bondad como un manantial inagotable.
(Lea la columna de esta semana sobre la educación en los colegios católicos en la pag. 3 de la edición en inglés.)