Trae alegría a la arena política

Por Obispo Joseph Kopacz
En su breve tiempo como Santo Padre, el Papa  Francisco ha desafiado a todos los cristianos, y especialmente a todos nosotros como católicos a vivir la alegría del evangelio. Estamos llamados a ser discípulos misioneros donde quiera que vivamos y en cualquier circunstancia.En las últimas décadas, la alegría del evangelio a través de la oración y la acción durante el mes de octubre, es la promoción del don de la vida humana desde el primer momento hasta el último aliento. Es la búsqueda insaciable de la iglesia por un orden social más justo.
El Papa Francisco nos recuerda en la Alegría del Evangelio: no es posible seguir alegando que la religión debe limitarse a la esfera privada y que sólo existe para preparar las almas para el cielo… Una fe auténtica que nunca es complaciente o totalmente personal, implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, para dejar la tierra de alguna manera mejor que cuando la encontramos.
La llamada a vivir con amor y con justicia es el corazón y el alma de la Palabra de Dios, de las Sagradas Escrituras. En el Salmo 85, escuchamos las inspiradas palabras poéticas: “el amor y la verdad se darán cita; la justicia y la paz se besaran. La verdad brotará de la tierra, y la rectitud mirará desde el cielo”.
Creo que todos estaríamos de acuerdo en que el Papa Francisco ha encarnado en una forma más evidente la amorosa bondad y verdad que Jesucristo quiere del Supremo Pastor de la Iglesia. Esto no es nada nuevo; más bien es algo antiguo. San Pedro en su carta a las primeras comunidades cristianas escribió, “En su corazón veneren a Cristo como el Señor.
Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que tienen. Pero hagan esto con humildad y respeto (1 Pedro 3:15). Recuerden que el Papa Juan Pablo II visitó en la cárcel al hombre que intentó asesinarlo y lo abrazó y lo perdonó. Esto no está limitado al papa; es la llamada de todos los bautizados. La amorosa bondad y la verdad son los arroyos que alimentan la búsqueda de la justicia y la paz en nuestra sociedad. Recordando que el sol brilla sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, traemos la bondad de Dios a la plaza pública aunque nos encontremos impávidamente frente a la injusticia, la indiferencia y la hostilidad.
El fundamento de toda vida humana es el derecho a la vida del no nacido. En qué otro lugar puede comenzar nuestra búsqueda, sino ser la voz de aquellos que no tienen voz. Los avances de la medicina y la tecnología nos están atrayendo más profundamente al milagro de la vida en el seno materno para experimentar su maravillosa complejidad en las primeras etapas.
El Papa Francisco, en la Alegría del Evangelio reconoce: “Entre los vulnerables, los cuales la iglesia desea cuidar con particular amor y preocupación, están los niños no nacidos, los más indefensos e inocentes entre nosotros.
Hoy en día se están haciendo esfuerzos para negarles su dignidad humana y hacer con ellos lo que a uno le plazca, tomando sus vidas y aprobando leyes que le impidan a alguien ponerse en su camino. Con frecuencia, como una forma de ridiculizar a la iglesia por los esfuerzos por defender sus vidas, tratan de presentar su posición como ideológica, oscurantista y conservadora. Sin embargo, esta defensa de la vida por nacer está estrechamente vinculada a la defensa de todos y cada uno de los demás derechos humanos. Se trata de la convicción de que un ser humano es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en todas las etapas de desarrollo. Los seres humanos son fines en sí mismos y nunca como un medio de resolver otros problemas.
Una vez que esta convicción desaparece, también desaparecen los fundamentos sólidos y duraderos para la defensa de los derechos humanos, que siempre estarían sujetos a la aprobación de los poderes. Ya es motivo suficiente el reconocer el valor inviolable de cada vida humana, pero si también miramos la cuestión desde el punto de vista de la fe, “toda violación de la dignidad personal del ser humano grita venganza delante de Dios y es una ofensa en contra del creador del hombre”. (213)
El Papa Francisco concluye este examen crítico con una completa llamada por la justicia. “Por otra parte, también es cierto que poco hemos hecho para acompañar a las mujeres en situaciones muy difíciles, donde el aborto aparece como una solución rápida a su profunda angustia, sobre todo cuando la vida que se está desarrollando dentro de ellas es el resultado de una violación o de una situación de extrema pobreza. ¿Quién puede permanecer insensible ante tales situaciones dolorosas?” (213).
En la sección anterior de su exhortación apostólica, el papa hace referencia a la triste realidad que muchas mujeres enfrentan, a menudo privándolas de su dignidad humana. “Doblemente pobres son aquellas mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, ya que a menudo son menos capaces de defender sus derechos. A pesar de ello, constantemente somos testigos de los impresionantes ejemplos de heroísmo cotidiano en la defensa y protección de sus vulnerables familias”. (212)
El Papa Francisco a lo largo de la Alegría del Evangelio lamenta los difundidos ataques a la vida y a la dignidad incluyendo la situación de los pobres, las víctimas de la guerra y el terrorismo, los horrores de la trata de seres humanos, y el saqueo de la creación.
De hecho, muchos cristianos y personas de buena voluntad están trabajando para crear un orden mundial más justo y pacífico, pero hay mucho por hacer. Muchos, en casa y en el extranjero, se encuentran sin educación básica, atención sanitaria adecuada, agua limpia, y una dieta saludable.
Sin embargo, a pesar de todas las agresiones contra la vida y la dignidad humana, en la fuerza de la cruz del Señor y la resurrección, somos un pueblo de esperanza que sabe que podemos cultivar la imagen de Dios en nuestro mundo. No hemos recibido un espíritu de timidez, sino de amor, poder y disciplina.
Qué el Señor fortalezca nuestra determinación en nuestra sed por una más justa, humana, y compasiva sociedad que continuamente de a luz a una amorosa bondad y verdad, justicia y paz.