Creando una cultura de vocaciones

Por Obispo Joseph Kopacz
El trabajo de imaginación y planificación pastoral está a punto de llegar a un momento trascendental en el largo proceso de casi un año durante el 2016, es decir, la presentación de las declaraciones de misión y visión, las tres prioridades pastorales y sus objetivos específicos para los próximos dos años.
Ha sido un estimulante proyecto popular y de imaginación de equipo el cual se reunió por séptima vez a comienzos de esta semana para perfeccionar, bajo la guía del Espíritu Santo, lo que será nuestra dirección como diócesis durante los años venideros. Por supuesto, la etapa siguiente es a menudo la más difícil ya que debemos dedicar nuestros esfuerzos a su aplicación en el nuevo año.
Bajo la guía de una de nuestras prioridades pastorales: formar discípulos intencionales a lo largo de toda la vida es la promoción de una cultura de vocaciones. ¿Qué significa esto? Esta edición de Mississippi Catholic está dedicada a las vocaciones e inmediatamente esto puede provocarle a los católicos la línea tradicional de comprensión, es decir, los ordenados y consagrados.
Pero mientras el Espíritu Santo nos guía hacia el segundo milenio del cristianismo estamos mucho más conscientes de que el Señor Jesús llama a todos los que han sido bautizados a seguirlo a lo largo de sus vidas como sus discípulos. Esta llamada universal a la santidad, bajo el impulso del Espíritu Santo, con la mente y el corazón de Jesucristo, para la gloria de Dios Padre, y en la vida de la iglesia, es el fundamento de una cultura de vocaciones. Vocaciones religiosas y nuevos ordenados surgirán de este campo fértil.
La semilla de la fe iniciada en el bautismo, la vida de Dios, la promesa de la vida eterna, es para ser alimentada y no descuidada en cada etapa de nuestras vidas. Los primeros años, por supuesto, son como una piedra angular y a menudo proporcionan la luz orientadora de la fe en el seno de la familia y luego es nutrida en las parroquias, escuelas y en diversos ministerios.
En esta etapa un muchacho o una muchacha son introducidos a la oración y la Biblia, devociones tradicionales católicas, especialmente la Eucaristía, la santa Misa. Como esponjas, los niños y adolescentes pueden ver la fe y la bondad trabajando en las vidas de las generaciones mayores en sus vidas, y estos testigos vivos fortalecerán su experiencia de la presencia viva de Dios en nuestro mundo. Este es el campo fértil de la semilla de la fe cayendo en tierra buena. Pero los obstáculos revelados en la parábola del Señor del sembrador y la semilla es tan relevante en nuestro mundo moderno como lo fue cuando se los dijo desde un barco de pescador en el mar de Galilea en el mundo antiguo.
La semilla de la fe puede caer en el camino y fácilmente puede ser pisoteada por el ajetreo de la vida. La semilla también puede caer en las rocas y sin la posibilidad de echar raíces, es quemada por el calor del día, que es el sufrimiento inevitable en este mundo, así como la frecuente persecución y la hostilidad dirigida contra los discípulos del Señor.
Además, la semilla puede caer entre las espinas y las ansiedades y temores diarios, junto con el señuelo de la riqueza y del bienestar material, pueden también ahogar la palabra viva. Pero incluso en el clima más duro la vida puede perdurar y creemos que nada es imposible para Dios porque donde hay vida hay esperanza.
El Señor nos llama a perseverar y a crear esos jardines y culturas de fe en nuestras familias, parroquias, escuelas y ministerios, a fin de que podamos ser discípulos a lo largo de toda la vida donde las vocaciones puedan florecer.
Exige que las comunidades de discípulos recen y fomenten las vocaciones en todas las edades. Las vocaciones a la vida consagrada y ordenada permanecen como una importante, viable y crítica forma de servir al Señor Jesús en nuestro tiempo. Durante más de un siglo, a partir de la década de los años 1850, grandes familias de inmigrantes produjeron muchas vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa.
Con el advenimiento del mundo moderno y durante el último medio siglo han habido levantamientos sísmicos en los ámbitos seculares y religiosos que pondrían en tela de juicio todos los valores tradicionales.
De hecho, ahora más que nunca necesitamos discípulos del Señor que decidan ser célibes por el bien del reino de Dios. Cuando viven plenamente y fielmente los ordenados y religiosos son testigos vivientes de la vida eterna. De seguro, Jesús vino a darnos vida abundante ahora, pero siempre con miras hacia la eternidad. El sello del estado célibe es el amor a Jesucristo y el espacio dejado por Dios para ser consagrado exclusivamente en este mundo.
Nunca va a ser una vía de escape de este mundo, o un estado de ánimo que mira el amor conyugal y los niños como una casta inferior. Más bien es una forma de vida que le permite a uno la libertad de equilibrar la contemplación y la acción en el amoroso servicio al Señor en la Iglesia y en el mundo en una vida de dedicación, reflejando el amor de Jesucristo, que no se sí hoy y no mañana. Su amor es fiel y permanente. Este es un valor que el mundo moderno lucha por entender cuando todo es relativo y temporal. La vida de dedicación de los ordenados y religiosos es un ancla el mundo moderno que es fácilmente arrojado en los vientos de cambio.
Una vocación al servicio de Dios según el plan de Dios para nuestras vidas es nuestra diaria paz y propósito, y la promesa de la vida eterna. Sólo la semana pasada, después de 108 años los Cubs de Chicago ganaron la Serie Mundial. En medio de todo estaba el Padre Burke Masters, un sacerdote católico de la Diócesis de Jolliet que había jugado béisbol en la Universidad Estatal de Mississippi (Mississippi State University) con una prometedora carrera profesional de béisbol.
Un gran momento para él y la franquicia de los Cubs, seguro, pero él está trabajando en un campo de sueños diarios sirviendo en la viña del Señor en la parroquia, en el trabajo vocacional, y en el parque de béisbol, una bendición más allá de este mundo de éxitos.
Para mí, por la gracia de Dios y las oraciones de muchos, acojo mi vocación como un trabajo de amor sobre un campo de sueños. Abundan las bendiciones. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado, y mi alegría será suya y su alegría será completa” es la paz que el mundo no puede dar. Oren por las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, promuévanlas en sus familias y caminen fielmente con el Señor en la tierra de los vivientes.