Todos están invitados a la reconciliación

Por Obispo Joseph Kopacz
“La justicia demorada es justicia negada”, una frecuente cita de sabiduría, es ampliamente comprendida y aceptada al considerar la virtud que rige el orden social. Recientemente, el Papa Francisco decretó que la misericordia tampoco se retrasaría más cuando un pecador arrepentido confiesa el pecado del aborto en el sacramento de la reconciliación.
El Papa Francisco anunció el martes que los sacerdotes Católicos Romanos estarán facultados para ofrecer la absolución del pecado del aborto durante el Año Santo de la Misericordia que comienza el 8 de diciembre. A pesar de que la mayoría de los obispos de los Estados Unidos ya han autorizado a sus sacerdotes en el tema, muchos en otros países no lo han hecho, es decir a las mujeres que buscan la absolución puede que le pongan obstáculos, que se las retrasen o rechazen.
El mandato de Francisco efectivamente optimiza el proceso por solo un año. El razonamiento detrás de la tradicional práctica pastoral es que la iglesia considera el aborto como un pecado tan grave que pone en manos de un obispo la concesión de perdón para éste, quien podría escuchar la confesión de la mujer él mismo o delegar a un sacerdote que es experto en este tipo de situaciones.
La oferta del Papa Francisco no es sin precedente. En el año 2000, el Papa Juan Pablo II permitió a los sacerdotes ofrecer la misma absolución, sin embargo, el Papa Francisco demuestra un impulso más amplio para hacer a la iglesia más misericordiosa y acogedora.
“Me he encontrado con tantas mujeres que llevan en su corazón la cicatriz de esta penosa y dolorosa decisión”, dijo el Papa Francisco en un comunicado emitido por el Vaticano. “Lo que ha sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo comprendiendo la verdad de esto puede permitirle a uno a no perder la esperanza”.
Enfrentando la verdad de haber terminado una vida en sus primeras etapas puede ser profundamente doloroso, pero puede encaminarlo a uno en el camino a la curación, la esperanza y la libertad de las cadenas del pasado. Esto puede ser un motivo de vergüenza, pero Dios no quiere que nadie mantenga esa vergüenza, un estado de mente y de corazón que pueden ser tan destructivos. Este es un tipo de algo sano de culpabilidad que puede llevar al perdón y la reconciliación. Un movimiento de la culpabilidad hacia el perdón y a la reconciliación, y una nueva oportunidad en la vida, es la verdad que lo hace libre a uno, y una experiencia de la vida en abundancia que Jesús ofrece a través de la fe en Él.
Como un sacerdote de la Diócesis de Scranton tuve la bendita experiencia en participar en un retiro de fin de semana llamado “Viñedo de Raquel (Rachel’s Vineyard). Este es un ministerio que ofrece a las mujeres que han sufrido el trauma del aborto la oportunidad de encontrar curación y esperanza, y la paz que sólo puede venir de Dios, el Shalom de Jesucristo, crucificado y resucitado. La siguiente cita es de la Dra. Theresa Burke, la fundadora de Viñedo de Raquel y estaríamos de acuerdo que sus palabras están en armonía con la invitación del Papa Francisco de cruzar el umbral de la misericordia.
Querida amiga,
“Quiero darte la bienvenida al “Viñedo de Raquel”. Si las heridas emocionales y espirituales de un pasado   aborto han ido debilitando la fe, el amor y la alegría de su vida, le prometo que si entras en este proceso de sanación, tu vida comenzará a cambiar. El caminar en un “Viñedo de Raquel” es un regalo que sólo tú puedes abrir tu corazón para recibirlo. El proceso espiritual de la reconciliación con ti misma, con Dios y con tu hijo perdido realmente resultará en plenitud y libertad y la diferencia serás capaz de sentirla dentro de tu corazón.
Este proceso de curación te dará una profunda compasión por ti misma. Es también un recorrido que te dará una nueva apreciación de tu fuerza y valentía. Al recorrer por el camino de curación en el “Viñedo de Raquel” podrás experimentar un fin a la soledad, la desesperación y la desesperanza. Tendrás la posibilidad de visitar metas y sueños abandonados y articular los deseos más profundos de tu futuro”.
El sitio Web de la Viña de Raquel ofrece una amplia visión de la belleza y el poder de este increíble ministerio.
En la última parte de esta columna quiero recordar el pasaje del Libro de las Lamentaciones en el Antiguo Testamento, que muestra la profundidad de la marginalidad que puede abrumar a una persona en la agonía del pecado, seguido inmediatamente por el don de la misericordia de Dios que provee un camino de vida nueva. Estas palabras de Dios son para todos y especialmente para aquellos atrapados en las cadenas del pecado.

De mi se ha alejado la paz,
y he olvidado lo que es la felicidad;
Me digo a mi mismo que mi vigor ha perecido  ,
todo lo que yo esperaba del Señor.
Acuerdate de mi afliccion y de mi vagar;
del ajenjo y de la amargura,
recordando esto una y otra vez,
deja mi alma triste.
Pero llamaré esto a la mente.
Las bondades del Señor jamás terminan;
Sus misericordias nunca fallan.
Se renuevan cada mañana tan grande es su fidelidad. Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí;
por eso en él confio!

La misericordia no se retrasará para todo aquel que busca el don del perdón y libertad por la opción de abortar una vida por nacer, hombre o mujer. El sacramento de la reconciliación es el medio ordinario en la vida de la iglesia que ofrece la extraordinaria misericordia que sólo puede venir de Dios.
Tal vez una persona está demasiado paralizada para acercarse a Dios. Recuerden la experiencia en el Evangelio cuando Jesús estaba predicando y cuatro amigos abrieron el techo de la casa para bajar a su amigo paralítico justo delante del Señor. “Tus pecados te son perdonados; levántate y camina”, fue la respuesta inmediata del Señor.
A través de la ayuda de otros o por nuestros propios esfuerzos, pongámonos en presencia del Señor Jesús para que seamos perdonados y restaurados de una manera que sea digna de los hijos de Dios.

All invited to seek reconciliation, healing

By Bishop Joseph Kopacz
“Justice delayed is justice denied,” an oft-quoted piece of wisdom, is widely understood and accepted when considering the virtue that governs the social order. Recently Pope Francis decreed that mercy also would no longer be delayed when a repentant sinner confesses the sin of abortion in the Sacrament of Reconciliation.
Pope Francis announced Tuesday that all Roman Catholic priests would be empowered to offer absolution for the sin of abortion during the church’s Holy Year of Mercy, which begins on December 8. Though most bishops in the United States have already empowered their priests on the issue, many in other countries have not — meaning women seeking absolution can face delays, obstacles or rejection. Francis’ edict effectively streamlines the process for a single year. The reasoning behind the traditional pastoral practice is that the Church views abortion as such a grave sin that it put the matter of granting forgiveness for an abortion in the hands of a bishop, who could either hear the woman’s confession himself or delegate that to a priest who is expert in such situations.
Francis’ offer is not without precedent. Pope John Paul II enabled priests to offer the same absolution during the last Holy Year, in 2000, yet it shows his broader push to make the Church more merciful and welcoming.
“I have met so many women who bear in their heart the scar of this agonizing and painful decision,” Francis said in a statement issued by the Vatican. “What has happened is profoundly unjust; yet only understanding the truth of it can enable one not to lose hope.”
Facing the truth of having terminated life at its earliest stages can be deeply painful, but it can set one on the path of healing, hope, and freedom from the shackles of the past. This can be a matter of shame, but God wants no one to wallow in shame, a state of mind and heart that can be so destructive. This is the stuff of healthy guilt that can lead to forgiveness and reconciliation. A movement through guilt to forgiveness and reconciliation, and a new lease on life, is the truth that sets one free, and an experience of the life in abundance that Jesus Christ offers through faith in Him.
As a priest in the Diocese of Scranton I had the blessed experience of participating in the Rachel’s Vineyard weekend retreat. It is a ministry that offers women who have experienced the trauma of abortion or miscarriage the opportunity to find healing and hope, and the peace that can only come from God, the Shalom of Jesus Christ, crucified and risen. The following quote is from Dr. Theresa Burke, the founder of Rachel’s Vineyard’s Ministries, and we would agree that her words are in harmony with Pope Francis’ invitation to cross the Threshold of Mercy.
Dear friend,
“I would like to personally welcome you to Rachel’s Vineyard! If the emotional and spiritual wounds of a past abortion have been sapping faith, love and joy from your life, I can promise, that if you enter this process for healing, your life will begin to change. A journey into Rachel’s Vineyard is a gift only you can open your heart to receive. The spiritual process of reconciliation with yourself, with God and your lost child will truly result in wholeness and freedom and a difference you will be able to feel inside your heart. This healing process will give you a deeper compassion for yourself. It’s also a journey that will give you a new appreciation of your strength and courage. By traveling a path of healing in Rachel’s Vineyard, you will experience an end to isolation, despair and hopelessness. You will have the potential to revisit abandoned goals and dreams, and articulate your truest and deepest desires for your future.”
The Rachel’s Vineyard Website provides a comprehensive overview of the beauty and the power of this amazing ministry.
For the final part of this column I want to recall the passage from the Book of Lamentations in the Old Testament which shows the depth of brokenness that can overwhelm a person in the throes of sin, followed immediately by the gift of God’s mercy that provides a path to new life. These words of God are intended for all, and especially those ensnared in the shackles of sin.

My soul is deprived of peace;
I have forgotten what happiness is;
I tell myself my future is lost,
all that I hoped for from the Lord.
The thought of my homeless poverty is wormwood and gall; Remembering it over and over leaves my soul downcast.
But I will call this to mind.
The favors of the Lord are not exhausted;
His mercies are not spent.
They are renewed each morning so great is his faithfulness.
My portion is the Lord, says my soul;
Therefore, will I hope in Him.

Mercy will not be delayed to anyone who seeks the gift of forgiveness and freedom from the choice to abort unborn life, woman or man. The Sacrament of Reconciliation is the ordinary means in the life of the Church that offers the extraordinary mercy that can only come from God. Perhaps a person is too paralyzed to make a move toward God. Remember the experience in the Gospel when Jesus was preaching and four friends opened up the roof for their paralyzed friend and lowered him right in front of the Lord. “Your sins are forgiven; get up and walk” were the Lord’s immediate response.
Through the help of others, or by our own efforts, may we place ourselves in the presence of the Lord Jesus that we may be forgiven and restored in a manner that is befitting for the children of God.

El Día del Trabajador subraya la lucha por la justicia

Por Obispo Joseph Kopacz
Las familias han estado recibiendo mucha atención recientemente en el mundo católico. El sínodo extraordinario de la familia volverá a reunirse en el otoño en Filadelfia, y durante la tradicional audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco está ofreciendo una catequesis sobre la familia.
En su encíclica, Laudato Si’, el Papa Francisco enseña que de todos los grupos que desempeñan un papel en el bienestar de la sociedad y ayudan a garantizar el respeto a la dignidad humana, “la familia sobresale entre ellos como célula básica de la sociedad” (n. 157).
Por lo tanto, en este Día del Trabajador, el 7 de septiembre, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre cómo el trabajo digno con un salario esencial es crítico para ayudar a que nuestras familias y nuestra sociedad prospere. En su encíclica, Laudatio Si, el Papa Francisco nos enseña que el trabajo debe permitir al trabajador desarrollarse, florecer como persona y también debe proporcionar los medios para que las familias puedan prosperar. “El trabajo es una necesidad, una parte del significado de la vida sobre la tierra, un camino de crecimiento, desarrollo humano y realización personal” (n. 128). El trabajo con dignidad y los frutos de esa labor nutren a las familias, a las comunidades y al bien común.
El año pasado el Papa Francisco canonizó a San Juan XXIII y a San Juan Pablo II. Ambos hicieron enormes contribuciones a la doctrina social de la iglesia sobre la dignidad del trabajo y su importancia al florecimiento humano. San Juan Pablo II indicó que el trabajo es “probablemente la clave esencial de toda la cuestión social” (Laborem Exercens, No. 3).  San Juan XXIII destacó que los trabajadores tienen “derecho a un salario que se determine de acuerdo con los preceptos de la justicia” (Pacem in Terris, No. 20).
Es evidente para aquellos que tienen ojos ver que el capitalismo ha cosechado enormes beneficios desde la fundación de nuestra nación. Muchos tienen un nivel de vida que es inimaginable en muchas partes del mundo, que en gran parte es debido a los recursos naturales de nuestro país, la libertad arraigada en nuestra constitución, la capacidad empresarial, genio creativo, el trabajo duro y el deseo de tener una vida mejor para nuestros hijos.
Por otro lado, es una variada historia cuando consideramos los efectos de la codicia desenfrenada, el talón de Aquiles del capitalismo. El medio ambiente a menudo ha sido objeto de saqueos y pillajes, hombres y mujeres han sido aplastados por la rueda, usando una frase del autor Herman Hesse, y la pobreza sigue siendo intratable en muchas comunidades de nuestro país.
Cada generación debe comprometerse a si misma a una sociedad que sea más justa y solidaria, por lo menos si vamos a reclamar que somos parte del plan de Dios, promoviendo el mandato divino de ser co-trabajadores en la tierra, la joya de la creación. ¿Hay alguna duda de que las familias en los Estados Unidos están luchando hoy? Muchos matrimonios tienen el peso aplastante de los horarios impredecibles de varios trabajos que hacen imposible el tener tiempo suficiente para nutrir a los hijos, para la fe y la comunidad. Millones de niños viven cerca o en la pobreza en este país. Muchos de ellos son niños que tienen llave de casa, que vuelven a sus viviendas vacías todos los días mientras sus padres  trabajan para sobrevivir. Además, algunas parejas demoran intencionalmente el matrimonio, mientras que el desempleo y los trabajos de baja recompensa hacen la vida de una familia estable difícil de ver.
El Arzobispo Thomas Wenski de Miami en su declaración el Día del Trabajador, en nombre de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) pinta el siguiente inquietante panorama. “La tasa de desempleo se ha reducido, pero mucho de eso es debido al hecho de que la gente simplemente ha dejado de buscar empleo, no porque hayan encontrado trabajo a tiempo completo. ¿Proporcionan la mayoría de los empleos suficiente salario, prestaciones de jubilación, estabilidad o seguridad de la familia?
Muchas familias están encadenadas a empleos a medio tiempo para pagar sus cuentas. Las oportunidades para los trabajadores jóvenes están en declive. La tasa de desempleo de los adultos jóvenes en Estados Unidos, a más del 13 por ciento, es más del doble del promedio  nacional (6,2 por ciento).  Hay el doble de personas buscando trabajo como hay trabajos disponibles, y eso no incluye los siete millones de trabajadores a medio tiempo que quieren un trabajo a tiempo completo. Millones de personas más, especialmente los que han estado desempleados por mucho tiempo, están desanimados y abatidos”.
Cuando la dignidad de la persona y la estabilidad de las familias son fuertes motivadores, y no la avaricia, o un margen de beneficio insostenible, o la presión de los accionistas, puntos de luz pueden soportar, incluso en tiempos difíciles. Yo era párroco en el área de Pocono en la Diócesis de Scranton cuando la última recesión golpeó duro. Uno de los miembros de la parroquia, propietario de una empresa con un par de docenas de trabajadores, compartió conmigo en una conversación que era una lucha conseguir suficientes contratos para mantener a su personal trabajando, pero que ese era su principal objetivo. Dios lo había bendecido y tenía suficiente riqueza para vivir bien, como él mencionó, e incluso si los beneficios de su negocio declinaran profundamente, él iba a asegurarse  que sus hombres pudieran trabajar y cuidar de sus familias.
El confíaba que la recesión económica mejoraría. Su confianza estaba basada en Dios y en la dignidad de la persona. Esta ética de vida es una rareza en las grandes empresas y corporaciones multinacionales, y esto es lo que el Papa Francisco describió como el estiércol del diablo del capitalismo en su reciente visita a Ecuador, cuando los beneficios borran la dignidad de la persona humana.
Nuestro desafío en este Día del Trabajador es el de levantarse al desafío de la solidaridad de Jesús cuando ordenó, “Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros” (Juan 13:34 ).
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que, “los problemas socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: la solidaridad de los pobres entre si mismos, entre los ricos y los pobres, los trabajadores entre sí, entre los empleadores y los empleados de una empresa, la solidaridad entre las naciones y los pueblos” (No. 1941).  Ya que cada uno de nosotros está hecho a la imagen de Dios y obligado por su amor, poseyendo una profunda dignidad humana, tenemos la obligación de amar y honrar esa dignidad entre nosotros y especialmente en nuestro trabajo.
En el mejor de los casos, los sindicatos y las instituciones como ellos encarnan solidaridad mientras promueven el bien común. Ayudan a los trabajadores “no sólo a tener más pero, sobre todo, a ser mejores …  y realizar más plenamente su humanidad en todos los sentidos” (Laborem Exercens, no. 20).
Sí, los sindicatos y las asociaciones de trabajadores son imperfectos como son todas las instituciones humanas. Pero el derecho de los trabajadores a asociarse libremente es apoyado por la enseñanza de la iglesia con el fin de proteger a los trabajadores y moverlos, especialmente a los más jóvenes, mediante la orientación y el aprendizaje, hacia empleos decentes con salarios justos.
Compartimos un hogar común como parte de una grande y única familia para que la dignidad de los trabajadores, la estabilidad de las familias y el estado de salud de las comunidades estén todas conectadas. ¿Cómo podemos avanzar la obra de Dios, en las palabras del salmista, “hace justicia a los oprimidos y da de comer a los hambrientos, y da libertad a los presos” (Salmo 146:7)?
Estas preguntas son difíciles de hacer, pero hay que hacerlas. La reflexión y acción individual es fundamental. Tenemos la necesidad de una profunda conversión de corazón en todos los niveles de nuestra vida. Examinemos nuestras opciones y demandemos para nosotros mismos y entre nosotros espíritus de gratitud, auténtica relación y una verdadera inquietud.
Que Dios bendiga la obra de nuestras manos, corazones y mentes.

El dia del trabajo subraya la lucha por la justicia

Por Obispo Joseph Kopacz
Las familias han estado recibiendo mucha atención recientemente en el mundo católico. El sínodo extraordinario de la familia volverá a reunirse en el otoño, y durante la tradicional audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco esá ofreciendo una catequesis sobre la familia. En su encíclica, Laudato Si’, el Papa San Francisco enseña que de todos los grupos que desempeñan un papel en el bienestar de la sociedad y ayudan a garantizar el respeto de la dignidad humana, “sobresaliente entre ellos es la familia, como célula básica de la sociedad” (n. 157).
Por lo tanto, en este Día del Trabajo, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre cómo el trabajo digno con un salario esencial es crítico para ayudar a que nuestras familias y nuestra sociedad prospere. En su encíclica, Laudatio Si, el Papa Francisco nos enseña que el trabajo debe permitir al trabajador desarrollarse y florecer como persona. El trabajo también debe proporcionar los medios para que las familias puedan prosperar. “El trabajo es una necesidad, una parte del significado de la vida sobre la tierra, un camino de crecimiento, desarrollo humano y realización personal” (n. 128).  El trabajo con dignidad y los frutos de esa labor nutren a las familias, las comunidades, y al bien común.
El año pasado el Papa Francisco canonizó a San Juan XXIII y a San Juan Pablo II. Ambos han hecho enormes contribuciones a la doctrina social de la Iglesia sobre la dignidad del trabajo y su importancia al florecimiento humano. San Juan Pablo II indicó que el trabajo es “probablemente la clave esencial de toda la cuestión social” (Laborem Exercens, No. 3).  San Juan XXIII destacó que los trabajadores tienen “derecho a un salario que se determina de acuerdo con los preceptos de la justicia” (Pacem in Terris, No. 20).
Es evidente para aquellos que tienen ojos ver que el capitalismo ha cosechado enormes beneficios desde la fundación de nuestra nación. Muchos tienen un nivel de vida que es inimaginable en muchas partes del mundo, que es en gran parte debido a los recursos naturales de nuestro país, la libertad arraigada en nuestra constitución, la capacidad empresarial, genio creativo, el trabajo duro y el deseo de tener una vida mejor para nuestros hijos. Por otro lado, es una variada historia cuando consideramos los efectos de la codicia desenfrenada, el talón de Aquiles del capitalismo. El medio ambiente a menudo ha sido objeto de saqueos y pillajes, hombres y mujeres han sido aplastados por la rueda, usando una frase del autor, Herman Hesse, y la pobreza sigue siendo intratable en muchas comunidades de nuestro país.
Cada generación debe comprometerse a si misma a una sociedad que sea más justa y solidaria, por lo menos si vamos a reclamar que somos parte del plan de Dios, promoviendo el mandato divino de co-trabajadores en la tierra, la joya de la creación. ¿Hay alguna duda de que las familias en los Estados Unidos están luchando hoy? Muchos matrimonios tienen el peso aplastante de los horarios impredecibles de varios trabajos, que hacen imposible tiempo suficiente para nutrir a los hijos, para la fe y la comunidad. Millones de niños viven cerca o en  pobreza en este país. Muchos de ellos son niños con llave de casa, que vuelven a sus viviendas vacías todos los días mientras los padres de familia trabajan para sobrevivir. Además, algunas parejas demoran intencionalmente el matrimonio, mientras que el desempleo y los trabajos de baja recompensa hacen la vida de una familia estable difícil de ver.
El Arzobispo Thomas Wenski de Miami en su declaración el Día del Trabajador en nombre de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) pinta el siguiente inquietante panorama. “La tasa de desempleo se ha reducido, pero mucho de eso es debido al hecho de que la gente simplemente ha dejado de buscar empleo, no porque hayan encontrado trabajo a tiempo completo. ¿La mayoría de los empleos proporcionan suficiente salario, prestaciones de jubilación, estabilidad o seguridad de la familia?
Muchas familias están encadenadas a empleos a medio tiempo para pagar sus cuentas. Las oportunidades para los trabajadores jóvenes están en declive. La tasa de desempleo de los adultos jóvenes en Estados Unidos, a más del 13 por ciento, es más del doble del promedio  nacional (6,2 por ciento).  Hay el doble de personas que están buscando trabajo como hay trabajos disponibles, y eso no incluye los siete millones de trabajadores a medio tiempo que quieren trabajar a tiempo completo. Millones de personas más, especialmente los desempleados de mucho tiempo, están desanimados y abatidos”.
Cuando la dignidad de la persona y la estabilidad de las familias son fuertes motivadores, y no avaricia, o un margen de beneficio insostenible, o la presión de los accionistas, puntos de luz pueden soportar, incluso en tiempos difíciles.
Yo era párroco en el área de Pocono en la Diócesis de Scranton cuando la última recesión golpeó duro. Uno de los miembros de la parroquia, propietario de una empresa con un par de docenas de trabajadores, compartió conmigo en una conversación que era una lucha conseguir suficientes contratos para mantener a su personal trabajando, pero que ese era su principal objetivo. Dios lo había bendecido y tenía suficiente riqueza para vivir bien, como él mencionó, e incluso si los beneficios de su negocio declinaran profundamente, él iba a asegurarse  que sus hombres pudieran trabajar y cuidar de sus familias.
El confíaba que la recesión económica mejoraría. Su confianza estaba basada en Dios y en la dignidad de la persona. Esta ética de vida es una rareza en las grandes empresas y corporaciones multinacionales, y esto es lo que el Papa Francisco describió como el estiércol del diablo del capitalismo en su reciente visita a Ecuador, cuando los beneficios borran la dignidad de la persona humana.
Nuestro desafío en este Día del Trabajo es el de levantarse al desafío de la solidaridad de Jesús cuando ordenó, “Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros” (Juan 13:34 ).
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que, “los problemas socioe-conómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: la solidaridad de los pobres entre si mismos, entre los ricos y los pobres, los trabajadores entre sí, entre los empleadores y los empleados de una empresa, la solidaridad entre las naciones y los pueblos” (No. 1941).  Ya que cada uno de nosotros está hecho a la imagen de Dios y obligado por su amor, poseyendo una profunda dignidad humana, tenemos la obligación de amar y honrar esa dignidad entre nosotros y especialmente en nuestro trabajo.
En el mejor de los casos, los sindicatos y las instituciones como ellos encarnan solidaridad mientras promueven el bien común. Ayudan a los trabajadores “no sólo tienen más, pero, sobre todo, para ser más…  y realizar más plenamente su humanidad en todos los sentidos” (Laborem Exercens, nO 20).
Sí, los sindicatos y las asociaciones de trabajadores son imperfectos, como son todas las instituciones humanas. Pero el derecho de los trabajadores a asociarse libremente es apoyado por enseñanza de la Iglesia con el fin de proteger a los trabajadores y moverlos, especialmente a los más jóvenes, mediante la orientación y el aprendizaje, hacia empleos decentes con salarios justos.
Compartimos un hogar común como parte de una grande y única familia, para que la dignidad de los trabajadores, la estabilidad de las familias y el estado de salud de las comunidades estén todas interconectadas. ¿Cómo podemos avanzar la obra de Dios, en las palabras del salmista, “hace justicia a los oprimidos y da de comer a los hambrientos, [y] da libertad a los cautivos” (Salmo 146:7)?
Estas preguntas son difíciles de hacer, pero hay que hacerlas. La reflexión y acción individual es fundamental. Tenemos la necesidad de una profunda conversión de corazón en todos los niveles de nuestra vida. Examinemos nuestras opciones, y demandemos para nosotros mismos, y de otro espíritus de gratitud, auténtica relación y una verdadera inquietud.
Que Dios bendiga la obra de nuestras manos, corazones y mentes.

Labor Day highlights struggle for justice

By Bishop Joseph Kopacz
Families have been receiving a lot of attention recently in the Catholic World. The Extraordinary Synod on the family will reconvene in the Fall, and during the traditional Wednesday audience at Saint Peter’s, Pope Francis is offering a catechesis on the family. In his encyclical, Laudato Si’, Pope Francis teaches that of all the groups that play a role in the welfare of society and help ensure respect for human dignity, “outstanding among [them] is the family, as the basic cell of society” (no. 157).
Therefore, this Labor Day, we have the opportunity to reflect on how dignified work with a living wage is critical to helping our families and our greater society thrive. In Laudato Si Pope Francis teaches that Labor should allow the worker to develop and flourish as a person. Work also must provide the means for families to prosper. “Work is a necessity, part of the meaning of life on this earth, a path to growth, human development and personal fulfillment” (no. 128). Dignity-filled work and the fruits of that labor nourish families, communities and the common good.
Last year Pope Francis canonized Saint John XXIII and Saint John Paul II. Both made immense contributions to the social teaching of the Church on the dignity of labor and its importance to human flourishing. St. John Paul II called work “probably the essential key to the whole social question” (Laborem Exercens, No. 3).  St. John XXIII stressed workers are “entitled to a wage that is determined in accordance with the precepts of justice” (Pacem in Terris, No. 20).
It is evident for those who have eyes to see that capitalism has reaped enormous benefits since our nation’s founding.  Many have a standard of living that is unimaginable in many parts of the world, that is due in large part to the natural resources of our great land, the liberty rooted in our constitution, entrepreneurship, creative genius, hard work and the desire to have a better life for our children. On the other hand, it is a checkered story when we consider the effects of unbridled greed, the Achilles heel of Capitalism. The environment too often has been pillaged and plundered, men and women have been crushed beneath the wheel, to borrow a phrase from the author, Herman Hesse, and poverty remains intractable in too many communities in our nation.
Each generation must recommit itself to a society that is more just and compassionate, at least if we are going to claim that we are part of God’s plan, furthering the divine mandate as co-workers on the earth, the jewel of creation. Is there any question that families in America are struggling today? Too many marriages bear the crushing weight of unpredictable schedules from multiple jobs, which make impossible adequate time for nurturing children, faith, and community.. Millions of children live in or near poverty in this country. Many of them are latch key kids, returning to empty homes every day as their working parents struggle to make ends meet. Moreover, couples intentionally delay marriage, as unemployment and substandard work make a vision of stable family life difficult to see.
Archbishop Thomas Wenski of Miami in his Labor Day Statement on behalf of the USCCB paints the following troubling picture: “The unemployment rate has declined, yet much of that is due to people simply giving up looking for a job, not because they have found full-time work. Do the majority of jobs provide sufficient wages, retirement benefits, stability or family security. Far too many families are stringing together part-time jobs to pay the bills. Opportunities for younger workers are in serious decline. The unemployment rate for young adults in America, at more than 13 percent, is more than double the national average (6.2 percent).  There are twice as many unemployed job seekers as there are available jobs, and that does not include the seven million part-time workers who want to work full-time. Millions more, especially the long-term unemployed, are discouraged and dejected.”
When the dignity of the person and the stability of families are strong motivators, and not greed, or an unsustainable profit margin, or the pressure from stockholders, points of light can endure, even in tough times. I was a pastor in the Pocono area of the Diocese of Scranton when the last recession hit hard.
One of the parishioners, a business owner, with a workforce of a couple of dozen men, shared with me in conversation that it was a struggle to secure sufficient contracts to keep his men working, but that was his primary goal. God had blessed him and he had sufficient wealth to live with confidence, as he reflected, and even if his business’s margin of profit took a big hit, he was going to make sure that his men could work and take care of their families.
He trusted that the economic downturn would come around. His trust was rooted in God and the dignity of the person. This ethic for living is a rarity in large businesses and multinational corporations, and this is what Pope Francis describes as the devil’s dung of capitalism in his recent visit to Ecuador, when profit obliterates the dignity of the human person.
Our challenge this Labor Day is to rise to the challenge of solidarity posed by Jesus when he commanded, “Love one another. As I have loved you, so you also should love one another” (Jn 13:34).
The Catechism of the Catholic Church teaches, “Socio-economic problems can be resolved only with the help of all the forms of solidarity: solidarity of the poor among themselves, between rich and poor, of workers among themselves, between employers and employees in a business, solidarity among nations and peoples” (No. 1941). Since each of us is made in the image of God and bound by His love, possessing a profound human dignity, we have an obligation to love and honor that dignity in one another, and especially in our work.
At their best, labor unions and institutions like them embody solidarity and subsidiarity while advancing the common good. They help workers “not only have more, but above all be more… [and] realize their humanity more fully in every respect” (Laborem Exercens, No. 20).
Yes, unions and worker associations are imperfect, as are all human institutions. But the right of workers to freely associate is supported by Church teaching in order to protect workers and move them – especially younger ones, through mentoring and apprenticeships–into decent jobs with just wages.
We share one common home as part of a larger, single family, so the dignity of workers, the stability of families, and the health of communities are all intertwined. How can we advance God’s work, in the words of the Psalmist, as he “secures justice for the oppressed, gives food to the hungry, [and] sets captives free” (Ps 146:7)?
These are difficult questions to ask, yet we must ask them. Individual reflection and action is critical. We are in need of a profound conversion of heart at all levels of our lives. Let us examine our choices, and demand for ourselves, and of one another spirits of gratitude, authentic relationship, and true concern.
May God bless the work of our hands, hearts, and minds.

Videos reveal darkness of abortion industry

By Bishop Joseph Kopacz
Over the past month the darkness of the abortion industry has been brought into the light of day in chilling and often gruesome detail. Videos portrayed the reality of abortion, the direct assault upon human life in the earliest stages, as well as the flippant and casual attitude of Planned Parenthood executives pricing the remains.
There are many who do not want to view this repulsive reality because it is hard to fathom the descent into barbarity that has occurred in sectors of our society, a fact that Saint Pope John Paul II called the Culture of Death more than 20 years ago in his encyclical, Veritatis Splendor. Others, in their fanatical support for Planned Parenthood refuse to see the truth, recalling the words of Jesus in the third chapter of Saint John. “Everyone who does evil hates the light, and will not come into the light for fear that his or her deeds will be exposed. But whoever lives by the truth comes into the light, so that it may be seen plainly that what they have done has been done in the sight of God.”  (Jn. 3, 20-21)
In Catholic social justice teaching, the first of seven principles, given priority of place, is The Life and Dignity of the Human Person. This has been a long-standing commitment of the Catholic Church, and the United States Catholic Conference of Bishops teaches as follows:  “Human life is sacred and the dignity of the human person is the foundation of a moral vision for society. This belief is the foundation of all the principles of our social teaching. In our society, human life is under direct attack from abortion and euthanasia.”
People of reason and good faith should be able to come to a greater consensus that the destruction and selling of the unborn is a very brittle pillar for any claim for a moral vision of society. The “throwaway culture” so often deplored by Pope Francis, has once again raised its ugly head.
For many years as a theology teacher at the junior high level in several Catholic Schools in the Diocese of Scranton, I taught human development to our young adolescents. An essential component of the curriculum was to learn about fetal development and the development of unborn life, along with the inseparable link between sexuality, sexual behavior, and the conception of a new life. In the late 80’s through the mid 90’s I used the video, “The Miracle of Life” that revealed the beauty and complexity of human life from the moment of conception to natural birth. The words of Psalm 139 could have been the narration throughout this hour long production. “For you created my inmost being; you knit me together in my mother’s womb.” (Psalm 139,13) In the state of such awareness, the Psalmist responds with great joy. “I praise you because I am fearfully and wonderfully made.” (14)
This is the reverence for life that Elizabeth rejoiced over when the baby leapt for joy in her womb in the presence of the author of all creation residing in the womb of Mary. This is the reverence for life that the Planned Parenthood executives and physicians are mocking in the recent expose. We all pay a price when human life becomes a means to an end, in this case, profit and experimentation. In this light, is human trafficking so surprising, or is it merely the next phase of exploitation and profit? To complete the circle, at the end of the life cycle, euthanasia disposes of the weak and infirm. Should we be aghast, or acquiescent to the logic of the culture of death that is crippling our reverence for human life, the crown of God’s creation? It’s the web of life, and in the words of the poet, John Dunne, “never send to know for whom the bell tolls; it tolls for thee.”
As mentioned earlier, the Life and Dignity of the Human Person is the first principle of the Catholic Church’s social justice tradition. There are six other dimensions about which the Church is also passionate. We only have to look to the social justice work within our own diocese, past and present, to recognize these pro-life labors that give hope and new life to many who find life burdensome. But the intentional destruction of unborn human life can never be placed on the scales as inevitable collateral damage. The Church will continue to be a prophetic voice in our world, fighting the good fight and keeping the faith.
The unrelenting commitment of many in our Church and in our society on behalf of the pro-life cause for the unborn has not been in vain. Currently in the United States there are more than 3,000 pregnancy help centers that outnumber abortion clinics by six to one. This is a culture of life. I believe that one compelling reason for this trend is that modern technology has revealed the humanity of fetal life. From the moment of conception, human life is a complex wonder. In addition, medical advancements have rolled back viability outside the womb to under six months in some cases.
This is a crisis of conscience for many in our society, and pressure will be brought to bear to roll back the abortion industry that exploits women and their unborn life. The Catholic Church will be a strong voice towards this end. A critical part of this campaign for all of us is faithful prayer that is the fertile ground for conversion, and the inspiration for greater courage and creativity on behalf of those who have no voice. In the words of Saint Paul, “the Kingdom of Heaven is not about eating and drinking, but about justice, peace, and joy in the Holy Spirit.” (Romans 14,17)

Encyclical theme no surprise

By Bishop Joseph Kopacz
Pope Francis’ first encyclical is the inspiring document entitled Laudatio Si. This unique title is drawn from the beginning of the canticle of Saint Francis of Assisi that addresses God the Creator. “Praise be to you, my Lord, through our Sister, Mother Earth, who sustains and governs us, and who produces various fruit with colored flowers and herbs.” Pope Francis is calling on all of humankind, especially those of the Christian faith to care for our common home.
This encyclical should come as no surprise. On March 19, 2013, on the feast of Saint Joseph, in his inaugural homily with religious and national leaders present from all over the world, Francis proclaimed Jesus Christ to all the nations in the spirit of the great saint from Assisi whose name he chose.
In his prophetic homily he mentioned care for creation, our common home, nine times. This struck me as remarkable theme in an inaugural address with countless millions viewing throughout the world, and joyfully praying with the first Pope from the Americas.
Pope Francis spoke eloquently about Saint Joseph, the protector of Jesus Christ and his mother, Mary. “The core of the Christian vocation is Jesus Christ. Let us protect Christ in our lives, so that we can protect others, protect Creation.” Francis continues. “This is something human, involving everyone. It means protecting all creation, the beauty of the created world, as the Book of Genesis tells us, as Saint Francis showed us.”
Embodying the spirit of Saint Francis, Francis of Rome is pleading with us “to protect the whole of creation, to protect each person, especially the poorest, to protect ourselves.” He concludes his homily as if conducting a symphony, “so that the Star of Hope will shine brightly, let us protect with love all that God has given us.”
The Joy of the Gospel, Evangelii Guadium, Francis’ first Apostolic Letter is the beginning and end of all that he is doing, teaching, and preaching. Jesus Christ is mankind’s joy and hope, and all who are baptized in His name are called to be missionary disciples, joyful witnesses of the Lord of history, especially where the Cross is most evident. Laudatio Si emerges from Evangelii Guadium as daylight flows from the dawn of a new day. The seeds of both are contained in Francis’ inaugural homily on the Feast of Saint Joseph. “The earth is our common home and all of us are brothers and sisters.” (Evangelii Guadium)
In Laudatio Si Pope Francis is speaking as a spiritual and moral leader calling each of us to more fully answer the call to care for others and to care for God’s creation. It is a summons to “profound interior conversion” by recognizing with humility the results of human activity unmoored from God’s design. It is an integral ecology that further develops the teachings of the Church, most notably since the Second Vatican Council in the 1960s. Let us look at two examples, although there are many more.
On the occasion of the annual celebration of the World Day of Peace on January 1, 1990, Pope Saint John Paul II offered a vision of this integral ecology as a message of hope and peace to the world. “Theology, philosophy and science all speak of a harmonious universe, of a cosmos endowed with its own integrity, its own internal, dynamic balance. This order must be respected. The human race is called to explore this order, to examine it with due care and to make use of it while safeguarding its integrity.”
On November 14, 1991, the United States Conference of Catholic Bishops published the document entitled Renewing the Earth which addresses this holistic understanding of the crises and opportunities facing the modern world. “At its core the environmental crisis is a moral challenge.
It calls us to examine how we use and share the goods of the earth, what we pass on to future generations, and how we live in harmony with God’s creation.” The Bishops then and now “want to stimulate dialogue, particularly with the scientific community. We know these are not simple matters; we speak as pastors… Above all, we seek to explore the links between concern for the person and for the earth, between natural ecology and social ecology. The web of life is one.”
What is astounding is that Pope Francis has chosen the complex reality of an integral ecology as the matter for his first encyclical. This has been on his mind and heart for a long time. Not unexpectedly, those on the left and the right of the political spectrum have offered criticism or have found compatibility with their own world views.
But there is a length and height, breath and depth to this encyclical that cannot be worthily addressed through sound bites or superficial analysis. As he has done from the beginning of his election Pope, Francis encourages dialogue and encounter with respect and humility.
As with Evangelii Guadium, Laudatio Si requires a commitment from each of us to read it, pray about it, dialogue about it, and allow it to shape us as missionary disciples in God’s fragile yet resilient world, our common home. This is an encyclical to which we will return often. “And God saw that it was very good.” (Genesis)

Tema de la encíclica no sorprende a nadie

Por Obispo Joseph Kopacz  La primera encíclica del Papa Francisco es el inspirado documento titulado Laudatio Si. Este original título fue extraído del comienzo del cántico de San Francisco de Asís que trata  sobre Dios el Creador. “Alabado sea mi Señor, por nuestra hermana, la Madre Tierra que nos sostiene y nos gobierna, y que produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. El Papa Francisco le pide a toda la humanidad, y en especial a los de la fe Cristiana, que cuiden de su hogar común.
Esta encíclica no debería sorprender a nadie. El 19 de marzo de 2013, en la fiesta de San José, en la homilía de su discurso inaugural con dirigentes religiosos y nacionales presentes de todo el mundo, Francisco proclamó a Jesucristo a todas las naciones en el espíritu del gran santo de Asís cuyo nombre escogió.
En su profética homilía, mencionó el cuidado de la creación, nuestro hogar común, nueve veces. Esto me pareció un notable tema en un discurso inaugural con incontables millones de personas viendo en todo el mundo, y con alegría rezando con el primer papa de la Américas.
El Papa Francisco habló elocuentemente sobre San José, el protector de Jesucristo y su madre, María. “El núcleo de la vocación cristiana es Jesucristo. Protejamos a Cristo en nuestras vidas, para que podamos proteger a otros y proteger la creación”. Francisco continua. “Esto es algo humano, que involucra a todos. Quiere decir proteger toda la creación, la belleza del mundo creado, como el Libro del Génesis nos dice, como San Francisco nos mostró”.
Encarnando el espíritu de San Francisco, el Francisco de Roma nos está implorando “a proteger la totalidad de la creación, a proteger a cada persona, especialmente a los más pobres, a protegernos a nosotros mismos”. El concluye la homilía como si estuviera dirigiendo una sinfonía, “para que la Estrella de la Esperanza brille, protejamos con amor todo lo que Dios nos ha dado”.
La Alegría del Evangelio, Evangelii Guadium, la primera Carta Apostólica de Francisco, es el inicio y el final de todo lo que está haciendo, enseñando y predicando. Jesucristo es la alegría y la esperanza de la humanidad, y todos los que han sido bautizados en su nombre están llamados a ser discípulos misioneros, testigos gozosos del Señor de la historia, especialmente donde la Cruz es más evidente.
Laudatio Si surge de Evangelii Guadium como la luz del día fluye del amanecer de un nuevo día. Las semillas de ambos se encuentran en la homilía inaugural de Francisco en la Fiesta de San José. “La tierra es nuestra casa común y todos nosotros somos hermanos y hermanas”. (Evangelii Guadium)
En Laudatio Si el Papa Francisco habla como un líder espiritual y moral llamándonos a cada uno de nosotros a responder de un modo más completo a la llamada de cuidar a los demás y de cuidar la creación de Dios. Es una invitación a “una profunda conversión interior” reconociendo con humildad los resultados de la actividad humana desamarrada del diseño de Dios. Es una ecología integral que desarrolla las enseñanzas de la Iglesia, especialmente desde el Concilio Vaticano II en la década de 1960.
Veamos dos ejemplos, aunque hay muchos más. Con ocasión de la celebración anual del Día Mundial de la Paz el 1 de enero de 1990, el Papa San Juan Pablo II ofreció una visión de esta ecología integral como un mensaje de esperanza y de paz al mundo. “La teología, la filosofía y la ciencia hablan de un universo armónico, de un cosmos dotado de su propia integridad, su propio equilibrio interno y dinámico. Este orden debe ser respetado. La raza humana está llamada a explorar este orden, a examinarlo con la debida atención y hacer uso de él mientras salvaguardan su integridad.”
El 14 de noviembre de 1991, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos publicó el documento titulado, “Renovando la Tierra” el cual trata esta comprensión holística de las crisis y las oportunidades que enfrenta el mundo moderno. “En su esencia la crisis del medio ambiente es un desafío moral. Nos llama a examinar cómo usamos y compartimos los bienes de la tierra, lo que pasamos a las generaciones futuras, y cómo vivimos en armonía con la creación de Dios”.
Los obispos, entonces y ahora “quieren estimular el diálogo, en particular con la comunidad científica. “Sabemos que éstas no son cuestiones sencillas; nosotros hablamos como pastores… Por encima de todo, buscamos explorar los vínculos entre la preocupación por la persona y por la tierra, entre la ecología natural y ecología social. El tejido de la vida es uno de ellos”.
Lo que es sorprendente es que el Papa Francisco ha escogido la compleja realidad de una ecología integral como el tema de su primera encíclica. Esto ha estado en su mente y su corazón por un largo tiempo. No inesperadamente, los de la izquierda y la derecha del espectro político han ofrecido críticas o han encontrado compatibilidad con su propia visión del mundo. Pero hay una longitud y altura, amplitud y profundidad de esta encíclica que no puede ser dignamente dirigida a través de acertadas mordeduras o análisis superficial.
Como lo ha hecho desde el comienzo de su elección, el Papa Francisco fomenta el diálogo y el encuentro con respeto y humildad. Como con Evangelii Guadium, Laudatio Si requiere un compromiso por parte de cada uno de nosotros de leerla, de orar al respecto, dialogar sobre el asunto, y permitir que nos forme como discípulos misioneros en el mundo frágil pero resistente de Dios, nuestro hogar común. Esta es una encíclica sobre la cual volveremos a hablar a menudo. “Y Dios vio que era muy bueno”. (Génesis)

El matrimonio y su re-definición, una respuesta

Por Obispo Joseph Kopacz.
La gracia y la paz de parte de Dios nuestro Padre y de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.
Muchos han levantado sus voces desde el espectro de las ideologías, las convicciones religiosas y desde todos los niveles de la sociedad en respuesta a la decisión de la Corte Suprema de sancionar legalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo en todo el país.
Yo también quiero expresar mi opinión en ésta crítica decisión judicial que ha cambiado radicalmente la definición de matrimonio. Al hacerlo, estoy consciente de las inspiradoras palabras del Apóstol San Pedro en su primera carta. Honren a Cristo Señor en sus corazones. Estén siempre preparados a responder a todo el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen, pero háganlo con humildad y respeto. (1 Pedro 3:15)
La iglesia, como administradora de los misterios de Dios y ayudante de Jesucristo (1Cor. 4:1) ha sido encargada de una forma de vida en el matrimonio que está sólidamente establecida en las Escrituras, en la tradición, en antropología cristiana y en nuestra vida sacramental.
La unión de un hombre y una mujer en el matrimonio surge de la obra creadora de Dios como la relación primaria para toda la vida humana. Ha sido la piedra angular, no sólo para la iglesia, sino también para la sociedad civil a lo largo de milenios. Su desaparición en el mundo moderno ha causado enormes problemas para las personas, las familias y la sociedad.
La Iglesia Católica ha estimado y celebrado el sacramento del matrimonio entre sus siete sagrados dones (sacramentos) legado por el Señor Jesús. Las raíces del matrimonio están fundamentadas en la Palabra de Dios, comenzando con el segundo capítulo del Génesis donde “un hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su esposa y los dos serán una sola carne” (Génesis 2:24).
Jesús claramente confirmó la acción creadora de Dios sobre el matrimonio en el Evangelio de San Marcos cuando le recordó a sus oyentes sobre la intención de su padre desde el principio, (Marcos 10: 6-10). Más adelante en el Nuevo Testamento, la base para el sacramento del matrimonio se establece cuando el autor de Efesios elocuentemente escribió, “que los esposos amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25).  Por lo tanto, el amor de marido y mujer en el matrimonio es un signo sagrado del fiel y permanente amor del Señor por nosotros.
Por lo tanto, somos administradores y servidores de la institución sagrada del matrimonio que no somos libres para cambiar en nuestra tradición de fe. A la luz de la fe y la razón, es lamentable que lo que Dios destinó desde el principio ha sido pisoteado tan a menudo en nuestro mundo moderno, y ahora re-definido.
Sin embargo, nuestro inquebrantable compromiso de la dignidad de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y en necesidad de salvación, motiva todos nuestros ministerios y la vida parroquial. Nuestra experiencia personal del amor misericordioso de Dios, la clave de la vida eterna, tiene que dirigir nuestros encuentros, acciones y conversaciones con todas las personas, incluyendo a nuestros hermanos y hermanas de la misma atracción sexual y estilos de vida.
Aunque la iglesia no puede aceptar la re-definición del matrimonio, estamos obligados por el mandato de Jesucristo a amarnos unos a otros como él nos ha amado. e es el amor que mueve cielo y tierra, y trata de conciliar a todas las personas con Dios y con el otro.

Tema de la encíclica no sorprende a nadie

La primera encíclica del Papa Francisco es el inspirador documento titulado Laudatio Si. Este original título  fue extraído del comienzo del cántico de San Francisco de Asís que trata  sobre Dios el Creador. “Alabado sea mi Señor, por nuestra hermana, la Madre Tierra que nos sostiene y nos gobierna, y que produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. El Papa Francisco le pide a toda la humanidad, y en especial a los de la fe Cristiana, para que cuiden de nuestro hogar común.
Esta encíclica no debería sorprender a nadie. El 19 de marzo de 2013, en la fiesta de San José, en la homilía de su discurso inaugural con dirigentes religiosos y nacionales presentes de todo el mundo, Francisco proclamó a Jesucristo a todas las naciones en el espíritu del gran santo de Asís cuyo nombre escogió. En su profética homilía, mencionó el cuidado de la creación, nuestro hogar común, nueve veces. Esto me pareció un notable tema en un discurso inaugural con incontables millones de personas viendo en todo el mundo, y con alegría rezando con el primer Papa de la Américas.
El Papa Francisco habló elocuentemente sobre San José, el protector de Jesucristo y su madre, María. “El núcleo de la vocación cristiana es Jesucristo. Protejamos a Cristo en nuestras vidas, para que podamos proteger a otros, proteger la creación”.
Francisco continua. “Esto es algo humano, que involucra a todos. Quiere decir proteger toda la creación, la belleza del mundo creado, como el Libro del Génesis nos dice, como San Francisco nos mostró”. Encarnando el espíritu de San Francisco, el Francisco de Roma nos está implorando “a proteger la totalidad de la creación, a proteger a cada persona, especialmente a los más pobres, a protegernos a nosotros mismos”. El concluye la homilía como si estuviera dirigiendo una sinfonía, “para que la Estrella de la Esperanza brille, protejamos con amor todo lo que Dios nos ha dado”.
La Alegría del Evangelio, Evangelii Guadium, la primera Carta Apostólica de Francisco, es el inicio y el final de todo lo que está haciendo, enseñando y predicando. Jesucristo es la alegría y la esperanza de la humanidad, y todos los que han sido bautizados en su nombre están llamados a ser discípulos misioneros, testigos gozosos del Señor de la historia, especialmente donde la Cruz es más evidente. Laudatio Si surge de Evangelii Guadium como la luz del día fluye del amanecer de un nuevo día. Las semillas de ambos se encuentran en la homilía inaugural de Francisco en la Fiesta de San José. “La tierra es nuestra casa común y todos nosotros somos hermanos y hermanas”. (Evangelii Guadium)
En Laudatio Si el Papa Francisco habla como un líder espiritual y moral llamándonos a cada uno de nosotros a responder de un modo más completo a la llamada de cuidar a los demás y de cuidar la creación de Dios. Es una invitación a “una profunda conversión interior” reconociendo con humildad los resultados de la actividad humana desamarrada del diseño de Dios. Es una ecología integral que desarrolla las enseñanzas de la Iglesia, especialmente desde el Concilio Vaticano II en la década de 1960. Veamos dos ejemplos, aunque hay muchos más.
Con ocasión de la celebración anual del Día Mundial de la Paz el 1 de enero de 1990, el Papa San Juan Pablo II ofreció una visión de esta ecología integral como un mensaje de esperanza y de paz al mundo. “La teología, la filosofía y la ciencia hablan de un universo armónico, de un cosmos dotado de su propia integridad, su propio equilibrio interno y dinámico. Este orden debe ser respetado. La raza humana está llamada a explorar este orden, a examinarlo con la debida atención y hacer uso de él mientras salvaguardan su integridad.”
El 14 de noviembre de 1991, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos publicó el documento titulado, “Renovando la Tierra” el cual trata esta comprensión holística de las crisis y las oportunidades que enfrenta el mundo moderno.
“En su esencia la crisis del medio ambiental es un desafío moral. Nos llama a examinar cómo usamos y compartimos los bienes de la tierra, lo que pasamos a las generaciones futuras, y cómo vivimos en armonía con la creación de Dios”. Los obispos, entonces y ahora “quieren estimular el diálogo, en particular con la comunidad científica.
“Sabemos que estas no son cuestiones sencillas; nosotros hablamos como pastores… Por encima de todo, buscamos explorar los vínculos entre la preocupación por la persona y por la tierra, entre la ecología natural y ecología social. El tejido de la vida es uno de ellos”.
Lo que es sorprendente es que el Papa Francisco ha escogido la compleja realidad de una ecología integral como el tema de su primera encíclica. Esto ha estado en su mente y su corazón por un largo tiempo. No inesperadamente, los de la izquierda y la derecha del espectro político han ofrecido críticas o han encontrado compatibilidad con su propia visión del mundo. Pero hay una longitud y altura, amplitud y profundidad de esta encíclica que no puede ser dignamente dirigida a través de acertadas mordeduras o análisis superficial.
Como lo ha hecho desde el comienzo de su elección, el Papa Francisco fomenta el diálogo y el encuentro con respeto y humildad. Como con Evangelii Guadium, Laudatio Si requiere un compromiso por parte de cada uno de nosotros de leerla, de orar al respecto, dialogar sobre el asunto, y permitir que nos forme como discípulos misioneros en el mundo frágil pero resistente de Dios, nuestro hogar común. Esta es una encíclica sobre la cual volveremos a hablar a menudo. “Y Dios vio que era muy bueno”. (Génesis)