Recordemos a nuestros difuntos con esperanza

Por Obispo Joseph Kopacz
Hace casi dos semanas, a medida que la oscuridad comenzaba tarde en el mediodía cuando cambió la hora y perdimos una, surgió en mí esa sensación de aprensión que se repite cada año cuando la oscuridad devora la luz diurna al final del día. Es esa sensación insistente que produce la restricción de la luz del día. Tengo la reacción de que no hay suficiente tiempo; que pasa demasiado rápido.
Por supuesto, estamos muy agradecidos por la hora extra a la llegada del amanecer, pero de manera realista, no abre muchas puertas prácticas. Sin duda estamos seguros de que extrañamos la luz diurna al otro extremo del lado práctico de nuestro día para hacer mandados, lo cual puede verse obstaculizado.
Sin embargo, en forma paradójica, la oscuridad puede arrojar luz de maneras significativas. Durante el mes de noviembre, en la tradición de nuestra iglesia a medida que la oscuridad se asienta, proclamamos de muchas maneras que efectivamente la vida es corta y que no tenemos aquí ciudad permanente. (Hebreos 13:14) Esta respuesta es sicologícamente sana y espiritualmente segura porque la vida y Dios pusieron nuestra mortalidad ante nuestros sentidos, y como gente de fe la Palabra de Dios nos recuerda que nuestra ciudadanía está en el cielo. (Filipenses 3:20) En la fe, nuestro tiempo en la tierra es el prólogo a la vida eterna.
Sin embargo, no es fácil afrontar nuestra mortalidad porque el impulso natural más fuerte que tenemos como seres humanos es la auto preservación y la preservación de aquellos que amamos. Cuando la vida es amenazada el temor y la ansiedad se revuelven y probablemente vamos a luchar o huir, a atacar o a escondernos debajo de las cobijas. Pero nuestra fe en el Señor Jesús, crucificado y resucitado, puede romper a través de nuestros instintos naturales con la paz que el mundo no puede dar.
En las propias palabras del Señor escuchamos, “el miedo es inútil, lo que se necesita es confianza”. (Lc 8:50) La confianza es posible porque el Señor nos ha dado un regalo. “La paz os dejo, mi paz os doy”. (Jn 14:27) La paz del Señor es su gracia, su amor, el don del Espíritu Santo, que es el anticipo y promesa de la vida eterna.
Esta vida abundante es de la que escribe San Pablo en su carta a los Romanos como el Espíritu de adopción que nos lleva desde la esclavitud del temor a la familia de Dios, a quien invocamos como Abba, Padre. (Romanos 8:15) ¿Qué regalo más grande puede haber en esta vida? “Gracias a Dios que nos ha dado la victoria en Cristo Jesús”. (2Cor 2:14)
Hay muchos en nuestra familia de fe, en nuestra familia natural, amigos y vecinos, y muchos otros que nos pueden enseñar lo que realmente importa en la vida. Noviembre y los próximos meses puede agudizar nuestros sentidos espirituales para saber que “sólo hay tres cosas que son permanentes, la fe, la esperanza y el amor, pero la más importante de todas tres es el amor”. (1Cor 13:13)
Los santos, especialmente los mártires que inauguraran el mes de noviembre, son enseñanzas vivas de lo que significa morir a uno mismo a fin de que la semilla de mostaza del Reino pueda crecer en nuestro mundo. Los mártires tenían un asombroso amor por Dios y por los demás y una capacidad inextinguible para hacer la obra de Dios en este mundo, y sin embargo, “su amor por la vida no los hizo disuadir de la muerte”. (Apocalipsis 12:11) Con San Pablo, ellos podrían decir, “vivir es Cristo, el morir es ganancia”. (Filipenses 1:21) Una pequeña dosis de esta poción te lleva a un largo camino.
Muchos en nuestra vida personal son ahora parte de la eternidad. Es nuestra fe llena de esperanza y oración que ellos forman parte de esa nube de testigos que se reúnen alrededor del trono de Dios. Oramos por ellos, ya que la oración nunca se ofrece en vano, especialmente para aquellos que continúan siendo lavados por la sangre del Cordero, en el purificado y amado fuego del Espíritu Santo.
Sabemos muy bien que el purgatorio no es un lugar, como nuestros 50 estados, sino un estado del ser donde el pecado y el egoísmo son transformados en la luz y el amor de Dios. Dado que este es un recorrido eterno en Dios que ya ha empezado en esta vida, no hay momento como el presente, este día, para responder a la gracia de Dios y seguir al Señor con más fidelidad. El tiempo es precioso y está pasando por cada uno de nosotros, sin embargo, es abrazado por la eternidad. Nuestra fe y nuestra esperanza inspiran la convicción de que existe la vida eterna y que nuestro destino es estar con Dios para siempre.
El Señor Jesús, con gran respeto, observó a la viuda en el templo colocando sus dos centavos en el tesoro del templo, todo lo que tenía para vivir. También nosotros solo podemos vivir un día a la vez, y podemos vivirlo con amor, con generosidad, y de forma creativa cuando lo ofrecemos a Dios, sin dejar nada fuera de nuestra vida. Ella predijo al Señor quien procedió a darlo todo en la cruz, el signo eterno del amor. El paso del tiempo es un constante recordatorio  para vivir sabiamente, para abrazar la cruz y para morir al pecado y al egoísmo cada día con el fin de producir el fruto del evangelio, de acumular tesoros en el cielo.
Para aquellos que están afligidos en este momento a causa de la reciente o prematura muerte de un ser querido, especialmente un niño, que nuestra oración por ellos sea que sufran con esperanza, bañados en la paz y la promesa de Jesucristo, el primogénito de los resucitado de entre los muertos. Qué podamos acompañar a aquellos que se están muriendo con la confianza de que lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. (2Cor 4:18)
Qué a través de los ojos de la fe, podamos ver más allá de las crecientes sombras y tinieblas, que la eternidad ya ha comenzado para nosotros cuando seguimos al Señor quien es el camino, la verdad y la vida. “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencido de la realidad de las cosas que no vemos”. (Hb 11,1)

Recordemos a nuestros difuntos con esperanza

Por Obispo Joseph Kopacz
Hace casi dos semanas, a medida que el telón bajaba tarde en el mediodía cuando cambió la hora y perdimos una, surgió en mí esa sensación de aprensión que se repite cada año cuando la oscuridad devora la luz diurna al final del día. Es esa sensación insistente que produce la restricción de la luz diurna. Tengo la reacción de que no hay suficiente tiempo; que pasa demasiado rápido. Por supuesto, estamos muy agradecidos por la hora extra a la llegada del amanecer, pero de manera realista, no abre muchas puertas prácticas. Sin duda estamos seguros de que extrañamos la luz diurna al otro extremo del lado práctico de nuestro día para hacer mandados lo cual puede verse obstaculizado.
Sin embargo, en forma paradójica, la oscuridad puede arrojar luz de maneras significativas. En la tradición de nuestra iglesia durante el mes de noviembre, a medida que la oscuridad se asienta, proclamamos de muchas maneras que efectivamente la vida es corta y que no tenemos aquí ciudad permanente. (Hebreos 13:14) Esta respuesta es sicologícamente sana y espiritualmente segura porque la vida y Dios pusieron nuestra mortalidad ante nuestros sentidos, y como gente de fe la Palabra de Dios nos recuerda que nuestra ciudadanía está en el cielo. (Filipenses 3:20) En la fe, nuestro tiempo en la tierra es el prólogo a la vida eterna.
Sin embargo, afrontar nuestra mortalidad no es fácil, porque el impulso natural más fuerte que tenemos como seres humanos es la auto preservación y la preservación de aquellos que amamos. Cuando la vida es amenazada el temor y la ansiedad se revuelven y probablemente vamos a luchar o huir, a atacar o a escondernos debajo de las cobijas. Pero nuestra fe en el Señor Jesús, crucificado y resucitado, puede romper a través de nuestros instintos naturales con la paz que el mundo no puede dar.
En las propias palabras del Señor escuchamos, “el miedo es inútil, lo que se necesita es confianza”. (Lc 8:50) La confianza es posible porque el Señor nos ha dado un regalo. “La paz os dejo, mi paz os doy”. (Jn 14:27) La paz del Señor es su gracia, su amor, el don del Espíritu Santo, que es el anticipo y promesa de la vida eterna.
Esta vida abundante es de la que escribe San Pablo en su carta a los Romanos como el Espíritu de adopción que nos lleva desde la esclavitud del temor a la familia de Dios, a quien invocamos como Abba, Padre. (Romanos 8:15) ¿Qué regalo más grande puede haber en esta vida? “Gracias a Dios que nos ha dado la victoria en Cristo Jesús.” (2Cor 2:14)
Hay muchos en nuestra familia de fe, en nuestra familia natural, amigos y vecinos, y muchos otros que nos pueden enseñar acerca de lo que realmente importa en la vida. Noviembre y los próximos meses puede agudizar nuestros sentidos espirituales para saber que “sólo hay tres cosas que permanentes, la fe, la esperanza y el amor, pero la más importante de todas las tres es el amor”. (1Cor 13,13)
Los santos, especialmente los mártires que inauguraran el mes de noviembre, son enseñanzas vivas de lo que significa morir a uno mismo, a fin de que la semilla de mostaza del Reino pueda crecer en nuestro mundo. Los mártires tenían un asombroso amor por Dios y por los demás y una capacidad inextinguible para hacer la obra de Dios en este mundo, y sin embargo, “su amor por la vida no los hizo disuadir de la muerte”. (Apocalipsis 12:11) Con San Pablo, ellos podrían decir, “vivir es Cristo, el morir es ganancia”. (Filipenses 1:21) Una pequeña dosis de esta poción te lleva a un largo camino.
Muchos en nuestra vida personal son ahora parte de la eternidad. Es nuestra fe llena de esperanza y oración que ellos forman parte de esa nube de testigos que se reúnen alrededor del trono de Dios. Oramos por ellos, ya que la oración nunca se ofrece en vano, especialmente para aquellos que continúan siendo lavados por la sangre del Cordero, en el purificado y amado fuego del Espíritu Santo.
Sabemos muy bien que el purgatorio no es un lugar, como nuestros cincuenta estados, sino un estado del ser donde el pecado y el egoísmo son transformados en la luz y el amor de Dios. Dado que este es un recorrido eterno en Dios que ya ha empezado en esta vida, no hay momento como el presente, este día, para responder a la gracia de Dios y seguir al Señor con más fidelidad. El tiempo es precioso y está pasando por cada uno de nosotros, sin embargo, es abrazado por la eternidad. Nuestra fe y nuestra esperanza inspiran la convicción de que existe vida perdurable, y que nuestro destino es estar con Dios para siempre.
El Señor Jesús, con gran respeto, observó a la viuda en el templo colocando sus dos centavos en el tesoro del templo, todo tuvo que ver en vivo. También nosotros solo podemos vivir un día a la vez, y podemos vivirlo con amor, con generosidad, y de forma creativa cuando lo ofrecemos a Dios, sin dejar nada en el campo de la vida. Ella prefiguró al Señor quien procedió a darlo todo en la cruz, el signo eterno del amor. El paso del tiempo es un constante recordatorio  para vivir sabiamente, para abrazar la cruz, y para morir al pecado y al egoísmo cada día con el fin de producir el fruto del evangelio, de acumular tesoros en el cielo.
Para aquellos que están afligidos en este momento a causa de la reciente o prematura muerte de un ser querido, especialmente un niño, que nuestra oración por ellos sea que sufran con esperanza, bañados en la paz y la promesa de Jesucristo, el primogénito de los resucitado de entre los muertos. Qué podamos acompañar a aquellos que se están muriendo con la confianza de que lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. (2Cor 4:18) Qué a través de los ojos de la fe, podamos ver más allá de las crecientes sombras y tinieblas, que la eternidad ya ha comenzado para nosotros cuando seguimos al Señor quien es el camino, la verdad y la vida. “Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencido de la realidad de las cosas que no vemos”. (Hb 11,1)

Remembering loved ones with hope

By Bishop Joseph Kopacz
As the curtain dropped in the late afternoon nearly two weeks ago when we fell back an hour, that sinking feeling arose in me that recurs each year when darkness devours daylight at day’s end. There is that nagging sense that curbed daylight produces. I have the reaction that there is not enough time; it passes too quickly.
Of course, we are grateful for the extra hour with dawns’ arrival, but realistically, it doesn’t open up many practical doors. Without a doubt we sure do miss the daylight at the other end as the practical side of our day for errands and such can be hampered.
Yet, in a paradoxical manner, the darkness can shed light in meaningful ways. In our Church tradition during the month of November, as the darkness settles in, we proclaim in many ways that life indeed is short, and that we have no lasting city here. (Hebrews 13,14) This response is psychologically healthy and spiritually wholesome because life and God place our mortality before our senses, and as a people of faith the Word of God reminds us that our citizenship is in heaven. (Philippians 3,20)  In faith, our time on earth is the prologue to eternal life.
Yet, confronting our mortality is not easy, because the strongest natural drive that we have as human beings is self preservation and the preservation of those we love. When life is threatened fear and anxiety get stirred up, and we are likely to fight or flee, to lash out or to hide under the covers.
But our faith in the Lord Jesus, crucified and risen, can break through our natural instincts with the peace that the world cannot give. In the Lord’s own words, we hear, “fear is useless, what is needed, is trust.” (Luke 8,50) Trust is possible because the Lord has given us a gift. “Peace I leave with you, my peace I give to you.” (John 14,27) The peace of the Lord is his grace, his love, the gift of the Holy Spirit which is the foretaste and pledge of eternal life.
This abundant life is what Saint Paul writes in his letter to the Romans as the Spirit of Adoption that leads us from the slavery of fear into the family of God whom we call upon as Abba, Father. (Romans 8,15ff) What greater gift can there be in this life? “Thanks be to the God who has given us the victory in Christ Jesus.” (2Cor 2,14)
There are many in our family of faith, our natural family, friends and neighbors and many others who can teach us about what really matters in life. November and the months ahead can sharpen our spiritual senses to know that “there are only three things that last, faith, hope and love, and the greatest of these is love.” (1Cor 13,13)
The saints, especially the martyrs, who inaugurate the month of November, are living lessons of what it means to die to self in order that the mustard seed of the Kingdom can grow in our world. The martyrs had an amazing love for God and for others and an undying capacity for doing the Lord’s work in this world, and yet “their love for life did not deter them from death.” (Revelations 12,11) With Saint Paul, they could say, “to live is Christ, to die is gain.” (Philippians 1,21) A little dose of this potion goes a long way.
Many in our personal lives are now part of eternity. It is our faith-filled hope and prayer that they are part of that cloud of witnesses who gather around God’s throne.  We pray for them, for prayer is never offered in vain, especially for those who continue to be washed clean by the Blood of the Lamb, in the purifying and loving fire of the Holy Spirit. We know deep down that Purgatory is not a place, like our fifty states, but a state of being where sin and selfishness are transformed into the light and love of God.
Since this is an eternal journey in God that already has begun in this life, there is no time like the present, this day, to respond to God’s grace and to follow the Lord more faithfully. Time is precious and is passing for each of us, yet it is embraced by eternity. Our faith and hope inspire the conviction that there is unending life, and that our destiny is to be with God forever.
The Lord Jesus, with great respect, observed the widow in the temple placing her two cents, dos centavos, into the temple treasury, everything she had to live on.  We too can only live one day at a time, and we can live it lovingly, generously and creatively when we offer it to God leaving nothing on the field of life. She prefigured   the Lord who proceeded to give it all on the Cross, the eternal sign of love.
The passing of time is a constant reminder to live wisely, to embrace the Cross, to die to sin and selfishness each day in order to produce the fruit of the Gospel, to store up treasures in heaven.
For those who are grieving now because of the recent or untimely death of a loved one, especially a child, may our prayer for them be that they grieve with hope, bathed in the peace and promise of Jesus Christ, the firstborn of those risen from the dead.
May we accompany those who are dying with the confidence that what is seen is transitory, what is not seen is eternal. (2Cor 4,18) Through the eyes of faith, may we see beyond the increasing shadows and darkness, that eternity has already begun for us as we follow the Lord who is the way, the truth and the life.  “Faith is the assurance of things hoped for, the evidence of things not seen.” (Hebrews 11,1)

Called by baptism to seek vocation

By Bishop Joseph Kopacz
National Vocation Awareness week is an annual opportunity to pray for, dialogue over, and witness to the call of the Lord to each of us that began through faith and Baptism. Since many of us were carried into church for the sacrament of Baptism a genuine response to the Lord must be loving, prayerful and intentional as the years pass. The Harvest Master desires to send workers into his vineyard, in season and out of season, and an essential part of the workforce is the ordained priest.
Who will finish the Eucharist?
Archbishop Oscar Romero was martyred while serving at the altar in the midst of the Eucharistic Prayer. His blood flowed from his heart in harmony with his Lord whose blood and water, flowing from his side on the cross, began the river of martyrdom that has flowed unceasingly for nearly two thousand years.
“This is my body given up for you; this is my blood poured out for you.” Archbishop Romero did not finish the celebration of the Eucharist. Neither was the Eucharist of his funeral Mass finished. Gunfire and death were again present, and people had to rush into the cathedral for cover. Who will finish the Eucharist is the invitation at the heart of the vocation to the priesthood from where the fountain of God’s grace empowers the priest to be a faithful steward of the mysteries of God, the sacraments, a zealous herald of God’s Word and a Servant-Leader who guides the flock in holiness, and inspires the members of the Church, the Body of Christ, to be faithful to their call.
The Eucharist is the re-enactment of the drama of the passion, death, and resurrection of Jesus Christ. Bishop Oscar Romero and all priests offer themselves with Christ as a peace offering so that the earth might be reconciled with its creator, and sins be forgiven. Who will finish the Eucharist, the fountain of Sacramental life in the Church that will proclaim the death of the Lord until he comes?
The call to priesthood comes alive through prayer, meditation on the Word of God, and discerning dialogue. Pope Francis repeatedly encourages dialogue because it is not about making compromises, nor about negotiation, but about transformation. The deepest truths about an individual’s purpose in life, discerning his or her vocation, are only attainable through patient exchange, building friendship and transforming our hearts and minds.
This process breaks through an individual’s shallow or narrow personal identity and sets him or her free for friendship with God. This is the fertile ground from which a vocation to the priesthood and religious life is nurtured. We all have the privilege and responsibility to answer the question, who will finish the Eucharist?
We know that God’s grace flows through many streams into a person’s life that make a vocation event possible. The most common and ideal font of life is in the family, where people inter-generationally learn to live and love.
The recent canonization of the parents of Saint Therese of the Child Jesus, Luis and Zelie Martin in the midst of the Synod on the family, is an outstanding teachable moment by which we see that the vocations of marriage and of the ordained and/or religious are closely bound. The domestic church plants and nurtures the gift of faith in the young child, and this living presence of God can blossom into a desire to give one’s life in service of the Lord in a vocation in harmony with God’s will. Holiness is integral to all vocations, and the marriage covenant, the sacrificial love of husband and wife for one another, gives witness to the love of Jesus Christ for his Church, every moment of every day. The gift of the celibacy in the life of the ordained and consecrated is a clear sign of the promise of the Kingdom of Heaven, and at times a sign of contradiction as gospel values conflict with the world’s values. Both are not mutually exclusive and Saint Therese captures the holiness of her parents in one of her journal entries. “The good Lord gave me a father and a mother more worthy of heaven than of earth.”
A culture for vocations begins at home but is magnified throughout the Church and society as each person in their respective way of life, married, ordained, religious and single become living witnesses of Jesus Christ, in their daily acts of loving service, sacrifice, joys and sufferings. The promise for vocations begins at home, but it takes the whole Body of Christ to bring to fulfillment what God has begun.
The recently completed Synod on the Family will contribute to a renewed love and respect for family life that is essential for the Church and society. In this light it will be a challenge for the Church to lift up with renewed zeal the vocation of marriage and family in our modern world. To do so, is to strengthen the foundation for the call to men and women to the ordained and consecrated way of life. In this Year of Consecrated Life, coupled with the extraordinary work of the Synod on the Family may the Lord strengthen us to wake up the world to all that is good and lasting.
Who will finish the Eucharist? We give thanks to all who continue to serve the Lord in the ordained and religious life, and may we pray ardently for those who are discerning, begging the harvest master to send laborers into the vineyard.

Llamados por el bautismo a discernir vocación

Por Obispo Joseph Kopacz
La Semana Nacional de Sensibilización Vocacional es una oportunidad anual para orar, dialogar y ser testigos de la llamada del Señor a cada uno de nosotros que empieza a través de la fe y el bautismo. Dado que a muchos de nosotros nos llevaron a la iglesia para el sacramento del bautismo una respuesta genuina al Señor debe ser amorosa, de oración e intencional con el pasar de los años. El viñador desea enviar obreros a su viña, en temporada y fuera de temporada, y una parte esencial de la mano de obra es el sacerdote ordenado.

¿Quién terminará la Eucaristía?
El Arzobispo Oscar Romero fue martirizado cuando estaba en el altar en medio de la Plegaria Eucarística. La sangre brotó de su corazón en armonía con su Señor, cuya sangre y agua, brotando de su costado en la cruz, comenzó el río del martirio que ha continuado incesantemente durante casi dos mil años. “Este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes; ésta es mi sangre que será derramada por ustedes”. El Arzobispo Romero no finalizó la celebración de la Eucaristía. Tampoco fue finalizada la misa de su funeral. Los disparos y la muerte estaban presentes de nuevo y la gente tuvo que apresurarse a la catedral por seguridad.
Quién terminará la Eucaristía es la invitación en el espíritu de la vocación al sacerdocio desde donde la fuente de la gracia de Dios faculta al sacerdote para ser un fiel administrador de los misterios de Dios, los sacramentos, un celoso heraldo de la Palabra de Dios, y siervo-lider que guia al rebaño en santidad y que inspira a los miembros de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, para ser fieles a su llamada.
La Eucaristía es la representación del drama de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Oscar Romero y todos los sacerdotes se ofrecen a sí mismos con Cristo como una ofrenda de paz a fin de que la tierra pueda reconciliarse con su creador y los pecados sean perdonados. ¿Quién terminará la Eucaristía, la fuente de la vida sacramental de la iglesia que anunciará la muerte del Señor hasta que él venga?
La llamada al sacerdocio cobra vida a través de la oración, de la meditación de la Palabra de Dios y discerniendo el diálogo. El Papa Francisco repetidamente alienta al diálogo porque no se trata de hacer concesiones, ni sobre la negociación, sino acerca de la transformación. Las verdades más profundas del propósito de vida de un individuo, discerniendo su vocación, sólo son accesibles a través de un intercambio paciente, fomentando la amistad y transformando nuestros corazones y nuestras mentes.
Este proceso se abre paso a través de la superficial o estrecha identidad personal de un individuo y lo deja libre para una amistad con Dios. Este es el terreno fértil del cual una vocación al sacerdocio y a la vida religiosa se alimenta. Todos tenemos el privilegio y la responsabilidad de responder a la pregunta, ¿quién va a terminar la Eucaristía?
Sabemos que en la vida de una persona la gracia de Dios fluye a través de muchos riachuelos que hacen que una vocación sea posible. La más común y la fuente ideal de la vida está en la familia, donde la gente de varias generaciones aprenden a vivir y amar. La reciente canonización de los padres de Santa Teresa del Niño Jesús, Luis Martin y Zelie Martin, en medio del Sínodo de la Familia, es un excelente momento para enseñar que la vocación del matrimonio y de los ordenados y/o religiosos está estrechamente ligada.
La iglesia doméstica planta y nutre el don de la fe en el hijo joven, y esta presencia viva de Dios puede florecer en un deseo de dar la vida en servicio al Señor en una vocación en armonía con la voluntad de Dios. La santidad es parte integral de todas las vocaciones, y el pacto matrimonial, el amor del esposo y de la esposa del uno por el otro, da testimonio del amor de Cristo por su iglesia, cada momento de cada día.
El don del celibato en la vida de los ordenados y los consagrados es un signo claro de la promesa del Reino de los Cielos, y a veces un signo de contradicción cuando los valores evangélicos tienen conflicto con los valores del mundo. Ambos no son mutuamente excluyentes y Santa Teresa capta la santidad de sus padres en una de sus entradas de su diario. “El buen Dios me dio un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra”.
La cultura por las vocaciones comienza en el hogar, pero se amplifica a través de la iglesia y de la sociedad en la medida en que cada persona en su respectiva forma de vida, casada, sacerdote, religioso y soltero llegan a ser  testigos vivos de Jesucristo, en sus actos cotidianos de servicio amoroso, sacrificio, alegrías y sufrimientos. La promesa de las vocaciones comienza en casa, pero le toma a todo el cuerpo de Cristo llevar a cumplimiento lo que Dios ha comenzado.
El recién concluido Sínodo sobre la Familia contribuirá a un renovado amor y respeto por la vida familiar que es esencial para la iglesia y la sociedad. A la luz de esto estará el desafío de la iglesia para levantar con renovado ardor la vocación del matrimonio y la familia en nuestro mundo moderno. Hacer esto es fortalecer las bases para el llamado a los hombres y mujeres al sacerdocio y a la vida consagrada. En este Año de la Vida Consagrada, junto con la extraordinaria labor del Sínodo de la Familia, que el Señor nos fortalezca para despertar al mundo a todo lo que es bueno y duradero.
¿Quién terminará la Eucaristía? Damos las gracias a todos los que continúan sirviendo al Señor en el sacerdocio y la vida religiosa, y que podamos orar fervientemente por aquellos que están discerniendo, mendigándole al viñador para que envíe obreros a la viña.

Sus gestos y palabras arderán en nuestros corazónes

Por Obispo Joseph Kopacz
La visita pastoral del Papa Francisco a los Estados Unidos fue un torbellino de visitas a los más poderosos en sus respectivos ámbitos y a los débiles en su realidad diaria. El Cardenal Jorge Mario Bergoglio de Buenos Aires, Argentina, estaba acostumbrado a encontrarse casi a diario con los pobres y las personas de influencia en su arquidiócesis y se encontraba como en su casa en las villas o en  los barrios de Argentina, donde por lo regular caminaba, oraba y alentaba a las personas que vivían en los márgenes de la París de América Latina.
Por lo tanto, cuando escogió servir una cena en un comedor cercano en la ciudad de Washington, D.C., en vez de almorzar con los miembros del Congreso de los Estados Unidos – no era una oportunidad para que le tomaran fotografías – como sería el caso de muchos funcionarios públicos, sino más bien una gracia de espontaneidad que es parte de su carácter y de su Evangelio ADN. Es una extensión del abrazo de San Francisco de Asís al leproso cuando no había nadie por allí con una cámara.
Los gestos y las palabras del Papa Francisco arderán en nuestros corazones, mentes e imaginación en los próximos años. Quiero ofrecer una selección de su sabiduría que trasciende la política y la ideología.

Inmigración
“Como hijo de una familia de inmigrantes, estoy feliz de ser un huésped en este país, el cual fue construido en gran parte por estas familias. Espero con interés en estos días de encuentro y de diálogo escuchar y compartir muchas de las esperanzas y los sueños del pueblo americano”. La inmigración fue un tema que se repitió a lo largo de todos sus discursos y homilías durante sus cinco días  en nuestro país. Al final de su discurso a los obispos de Estados Unidos en la Catedral San Mateo, el Papa Francisco concluyó su homilía con un pedido a un encuentro y acompañamiento al inmigrante con dignidad y respeto.

LIBERTAD RELIGIOSA
“Señor  Presidente, junto con sus compatriotas, los católicos estadounidenses están comprometidos a  construir una sociedad que sea verdaderamente tolerante e inclusiva de salvaguardar los derechos de los individuos y las comunidades y de rechazar toda forma de discriminación injusta. Con muchas otras personas de buena voluntad, también están preocupados de que los esfuerzos por construir una sociedad justa, ordenada y prudente  respeten sus profundas preocupaciones y sus derechos a la libertad religiosa. Esa libertad sigue siendo una de las más preciadas posesiones en América. Y como mis hermanos obispos de Estados Unidos, nos han recordado, que todos estamos llamados a estar vigilantes, precisamente como buenos ciudadanos, a fin de preservar y defender esa libertad de todo lo que la amenace o la comprometa”.
El Papa Francisco empezó su discurso en el Jardín de las Rosas con este tema fundamental de la libertad religiosa y está claro que él ha estado al tanto de la lucha de la iglesia en los últimos tiempos. El podría haber añadido también que la libertad religiosa está resguardada en la Primera Enmienda de nuestra querida constitución, la piedra angular de nuestra sociedad.

El camino al encuentro, al diálogo
Homilía en la Catedral San Mateo a los obispos.
“El camino que tenemos por delante es el diálogo entre ustedes, el diálogo en su presbiterio, el diálogo con los laicos, el diálogo con las familias, el diálogo con la sociedad… De lo contrario fallamos en comprender la forma de pensar de los demás o de realizar profundamente que el hermano o hermana que deseamos alcanzar y rescatar con el poder y la cercanía del amor, cuentan más de sus posiciones, distantes como pueden ser de lo que entendemos como verdadero y cierto.
“Un lenguaje cruel y divisivo no es propio de la lengua de un pastor, no tiene lugar en su corazón. A pesar de que momentáneamente pareciera ganar el día, sólo el perdurable encanto de la bondad y el amor sigue siendo verdaderamente convincente”. El Papa Francisco en estas palabras ofrece una excelente catequesis de 1Pedro 3:15, para hablar con humildad y respeto, y en Efesios 4:15 para hablar la verdad en el amor.

La responsabilidad de los Congresistas
“Cada hijo o hija de un país tiene una misión, una responsabilidad personal y social. Su responsabilidad, como miembros del Congreso, es permitir que este país, por su actividad legislativa, crezca como una nación. Ustedes son la cara de su gente, sus representantes. Ustedes están llamados a defender y a preservar la dignidad de los conciudadanos en la incansable y exigente búsqueda del bien común ya que es el objetivo principal de todos los políticos. Una sociedad política perdura cuando busca, como una vocación, satisfacer necesidades comunes, estimulando el crecimiento de todos sus miembros, especialmente los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo. La actividad legislativa se basa siempre en el cuidado de las personas. A esto ustedes han sido invitados y convocados por aquellos que los eligieron”.
El Papa Francisco habló como el Jefe de Estado del Vaticano, pero aun más como una voz moral y espiritual en la plaza pública a nuestros funcionarios electos. Imagínense si todos los responsables del bien común en virtud de su cargo caminan el noble camino de la vocación y el servicio.

En la familia
La fe abre una “ventana” a la presencia y acción del espíritu. Nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a pequeños gestos. “Quien da un vaso de agua en mi nombre – un pequeño gesto – no dejará de recibir recompensa”, dice Jesús (cf.  Marcos 9:41). Estos pequeños gestos son los que aprendemos en el hogar, en la familia; se pierden en medio de todas las otras cosas que hacemos y hacen cada día diferente.
Son las cosas tranquilas que hacen las madres y las abuelas, los padres y los abuelos, los niños, los hermanos. Son pequeños signos de ternura, afecto y compasión. Como la cena caliente que esperamos por la noche, el almuerzo temprano que espera alguien que se levanta temprano para ir a trabajar. Gestos hogareños. Como una bendición antes de ir a la cama, o un abrazo después de regreso a casa tras un duro día de trabajo.
Las cosas pequeñas muestran su amor, la atención a los pequeños signos diarios que nos hacen sentir como en casa. La fe crece cuando es vivida y formada por el amor. Es por ello que nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas iglesias domésticas. Son el lugar adecuado para que la fe se convierta en vida y la vida crece en la fe.
En conclusión, el Papa Francisco exhorta a que la sabiduría de la vida de familia bien vivida es vital para nuestro mundo de hoy. “El Evangelio de la familia es verdaderamente ‘buenas noticias’ en un mundo donde el interés por sí mismo parece reinar”.
(NOTA DEL EDITOR: Lea la columna de esta semana en la pag. 3 de la edición en inglés)

El papa habló con acciones y con palabras

Por Obispo Joseph Kopacz
La visita pastoral del Papa Francisco a los Estados Unidos fue un torbellino de visitas a los más poderosos en sus respectivos ámbitos y a los débiles en su realidad diaria. El Cardenal Jorge Mario Bergoglio de Buenos Aires, Argentina, estaba acostumbrado a encontrarse casi a diario con los pobres y los de influencia en su arquidiócesis, y se encontraba como en su casa en las villas o en  los barrios de Argentina, donde por lo regular caminaba, oraba y alentaba a las personas que vivían en los márgenes de la París de América Latina.
Por lo tanto, cuando escogió servir una cena en un comedor cercano en la ciudad de Washington, D.C., en vez de almorzar con los miembros del Congreso de los Estados Unidos – no era una oportunidad para que le tomaran fotografías–  como sería el caso de muchos funcionarios públicos, sino más bien una gracia de espontaneidad que es parte de su carácter y de su Evangelio ADN. Es una extensión del de abrazo de San Francisco de Asís al leproso cuando no había nadie por allí con una cámara.
Los gestos y las palabras del Papa Francisco arderán en nuestros corazones, mentes e imaginación en los próximos años. Para el resto de esta columna quiero ofrecer una selección de su sabiduría que trasciende la política y la ideología.

Inmigración
“Como hijo de una familia de inmigrantes, estoy feliz de ser un huésped en este país, el cual fue construido en gran parte por estas familias. Espero con interés que estos días de encuentro y de diálogo, en los cuales espero escuchar y compartir muchas de las esperanzas y los sueños del pueblo americano”. La inmigración fue un tema que se repitió a lo largo de todos sus discursos y homilías durante sus cinco días completos en nuestro país. Al final de su discurso a los obispos de Estados Unidos en la Catedral San Mateo, el Papa Francisco concluyó su homilía con un pedido a un encuentro y acompañamiento al inmigrante con dignidad y respeto.

LIBERTAD RELIGIOSA
“Señor  Presidente, junto con sus compatriotas, los católicos estadounidenses están comprometidos a  construir una sociedad que sea verdaderamente tolerante e inclusiva de salvaguardar los derechos de los individuos y las comunidades y de rechazar toda forma de discriminación injusta. Con muchas otras personas de buena voluntad, están igualmente preocupados de que los esfuerzos para construir una sociedad justa, ordenada y prudente que respeten sus preocupaciones profundas y sus derechos a la libertad religiosa. Esa libertad sigue siendo una de las más preciadas posesiones en América. Y como mis hermanos, los obispos de Estados Unidos, nos han recordado, todos están llamados a ser vigilantes, precisamente como buenos ciudadanos, a fin de preservar y defender esa libertad de todo lo que la amenace o la comprometa”.
El Papa Francisco empezó su discurso en el Jardín de las Rosas con este tema fundamental de la libertad religiosa, y está claro que él ha esta al tanto de la lucha de la Iglesia en los últimos tiempos. El podría haber añadido también que la libertad religiosa está consagrada en la Primera Enmienda de nuestra querida constitución, la piedra angular de nuestra sociedad.

El camino al encuentro y al diálogo
Homilía en la Catedral San Mateo a los obispos.
“El camino que tenemos por delante es el diálogo entre ustedes, el diálogo en su presbiterio, el diálogo con los laicos, el diálogo con las familias, el diálogo con la sociedad…De lo contrario, fallamos en comprender la forma de pensar de los demás, o de realizar profundamente que el hermano o hermana que deseamos alcanzar y rescatar, con el poder y la cercanía del amor, cuentan más de sus posiciones, distantes como pueden ser de lo que entendemos como verdadero y cierto.
“Un lenguaje cruel y divisivo no es propio de la lengua de un pastor, no tiene lugar en su corazón. A pesar de que momentáneamente pareciera ganar el día, sólo el perdurable encanto de la bondad y el amor sigue siendo verdaderamente convincente”. El Papa Francisco ens estas palabras ofrece una excelente catequesis de 1Pedro 3:15, para hablar con humildad y respeto, y en Efesios 4:15 para hablar la verdad en el amor.

La responsabilidad de los miembros del Congreso
“Cada hijo o hija de un país tiene una misión, una responsabilidad personal y social. Su responsabilidad, como miembros del Congreso, es permitir que este país, por su actividad legislativa, crezca como una nación. Ustedes son la cara de su gente, sus representantes. Ustedes están llamados a defender y preservar la dignidad de los conciudadanos en la incansable y exigente búsqueda del bien común ya que es el objetivo principal de todos los políticos. Una sociedad política perdura cuando busca, como una vocación, satisfacer necesidades comunes, estimulando el crecimiento de todos sus miembros, especialmente los que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo. La actividad legislativa se basa siempre en el cuidado de las personas. A esto ustedes han sido invitados, llamados y convocados por aquellos que los eligieron.”
El Papa Francisco habló como el Jefe de Estado del Vaticano, pero aun más como una voz moral y espiritual en la plaza pública a nuestros funcionarios electos. Imagínense si todos los responsables del bien común en virtud de su cargo caminan el noble camino de la vocación y el servicio.

En la familia
La fe abre una “ventana” a la presencia y acción del espíritu. Nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a pequeños gestos. “Quien da un vaso de agua en mi nombre – un pequeño gesto – no dejará de recibir recompensa”, dice Jesús (cf.  Marcos 9:41). Estos pequeños gestos son los que aprendemos en el hogar, en la familia; se pierden en medio de todas las otras cosas que hacemos y hacen cada día diferente.
Son las cosas tranquilas que hacen las madres y las abuelas, los padres y los abuelos, los niños, los hermanos. Son pequeños signos de ternura, afecto y compasión. Como la cena caliente que esperamos por la noche, el almuerzo temprano que espera alguien que se levanta temprano para ir a trabajar. Gestos hogareños. Como una bendición antes de ir a la cama, o un abrazo después de regreso tras un duro día de trabajo.
Cosas pequeñas muestran su amor, la atención a los pequeños signos diarios que nos hacen sentir como en casa. La fe crece cuando es vivida y formada por el amor. Es por ello que nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas iglesias domésticas. Son el lugar adecuado para que la fe se convierta en vida, y la vida crece en la fe.
En conclusión, el Papa Francisco exhorta a que la sabiduría de la vida de familia bien vivida es vital para nuestro mundo de hoy. “El Evangelio de la familia es verdaderamente ‘buenas noticias’ en un mundo donde el interés por sí mismo parece reinar”.

Pope spoke in actions as well as words

By Bishop Joseph Kopacz
Pope Francis’ pastoral visit to the United States was a whirlwind of visits to the most powerful in their respective domains, and to the powerless in their everyday circumstances. Cardinal Jorge Mario Bergoglio of Buenos Aires, Argentina was accustomed on a daily basis to encountering the poor and the influential in his Archdiocese, and he was most at home in Las Villas, or slums, of Argentina where he regularly walked with, prayed with and encouraged those who lived on the margins of the Paris of Latin America.
So when he chose to serve a meal at a nearby soup kitchen in Washington, D.C. rather than have lunch with members of the United States Congress, it was not a photo-op as would be the case with many public officials, but rather a graced spontaneity that is part of his character and his Gospel DNA.  It is an extension of Saint Francis of Assisi’s embrace of the leper when there was no one around with a camera.
The gestures and words of Pope Francis will burn in our hearts, minds, and imaginations for years to come and for the remainder of this column I want to offer a selection of his wisdom that transcends politics and ideology.

Immigration
“As the son of an immigrant family, I am happy to be a guest in this country, which was largely built by such families.  I look forward to these days of encounter and dialogue, in which I hope to listen to, and share, many of the hopes and dreams of the American people.”  Immigration was a theme that resonated throughout his speeches and homilies during his five full days in our country.
At the end of his address to the United States Bishops at Saint Matthew’s Cathedral Pope Francis concluded his homily with a plea to encounter and accompany the immigrant with dignity and respect.
Religious Liberty
“Mr. President, together with their fellow citizens, American Catholics are committed to building a society which is truly tolerant and inclusive, to safeguarding the rights of individuals and communities, and to rejecting every form of unjust discrimination. With countless other people of goodwill, they are likewise concerned that efforts to build a just and wisely ordered society respect their deepest concerns and their rights to religious liberty.
That freedom remains one of America’s most precious possessions. And as my brothers the United States Bishops have reminded us, all are called to be vigilant, precisely as good citizens, to preserve and defend that freedom from everything that would threaten or compromise it.”
Pope Francis began his address in the Rose Garden at the outset of his public appearances with this fundamental theme of Religious Liberty, and it is clear that he has been tuned into the struggle of the Church in recent times. He could have also added that Religious Liberty is enshrined in the First Amendment of our cherished Constitution, the bedrock of our society.

The Path of Encounter and Dialogue
Homily at Saint Matthew’s Cathedral to the bishops
“The path ahead, then, is dialogue among yourselves, dialogue in your presbyterate, dialogue with lay persons, dialogue with families, dialogue with society…Otherwise, we fail to understand the thinking of others, or to realize deep down that the brother or sister we wish to reach and redeem, with the power and the closeness of love, counts more than their positions, distant as they may be from what we hold as true and certain.  Harsh and divisive language does not befit the tongue of a pastor; it has no place in his heart.  Although it may momentarily seem to win the day, only the enduring allure of goodness and love remains truly convincing.” Pope Francis in these words offers an excellent catechesis of 1Peter 3, 15, to speak with meekness and respect, and Ephesians 4, 15 to speak the truth in love.

The Responsibility of Members of Congress
“Each son or daughter of a given country has a mission, a personal and social responsibility.  Your own responsibility as members of Congress is to enable this country, by your legislative activity, to grow as a nation. You are the face of its people, their representatives. You are called to defend and preserve the dignity of your fellow citizens in the tireless and demanding pursuit of the common good, for this is the chief aim of all politics.
A political society endures when it seeks, as a vocation, to satisfy common needs by stimulating the growth of all its members, especially those in situations of greater vulnerability or risk. Legislative activity is always based on care for the people.  To this you have been invited, called and convened by those who elected you.”
Pope Francis spoke as a Vatican Head of State, but far more as a moral and spiritual voice in the public square to our elected officials.  Imagine if all responsible for the common good by virtue of their elected office walked the noble path of vocation and service.

On the Family
Faith opens a “window” to the presence and working of the Spirit. It shows us that, like happiness, holiness is always tied to little gestures. “Whoever gives you a cup of water in my name — a small gesture — will not go unrewarded”, says Jesus (cf. Mk 9:41). These little gestures are those we learn at home, in the family; they get lost amid all the other things we do, yet they do make each day different. They are the quiet things done by mothers and grandmothers, by fathers and grandfathers, by children, by brothers. They are little signs of tenderness, affection and compassion.
Like the warm supper we look forward to at night, the early lunch awaiting someone who gets up early to go to work. Homely gestures. Like a blessing before we go to bed, or a hug after we return from a hard day’s work. Little things show love, by attention to small daily signs, which make us feel at home. Faith grows when it is lived and shaped by love. That is why our families, our homes, are true domestic churches. They are the right place for faith to become life, and life grows in faith.
In conclusion, Pope Francis exhorts that the wisdom of family life well lived is vital for our world today.  “The Gospel of the family is truly ‘good news’ in a world where self-concern seems to reign supreme.”

Encuentro con el Papa Francisco fue vigorizador

Por Obispo Joseph Kopacz
La visita pastoral del Papa Francisco a los Estados Unidos, después de unos días en Cuba, dominaron las noticias por mucho más de los seis días que estuvo en territorio americano. La preparación de la visita absorbió más de un año completo. El efecto durará por muchos años. Sin duda su presencia en nuestra nación fue cautivadora.
El Papa Pablo VI fue el primero en llegar a nuestras costas en octubre de 1965 para hablar en las Naciones Unidas en el momento en que la guerra de Vietnam se estaba intensificando. Sus palabras están consagradas para la posteridad. “No más guerra, nunca más guerra. Paz, es la paz la que debe guiar el destino de las personas y de toda la humanidad”. San Juan Pablo II hizo varias visitas pastorales a los Estados Unidos, una de las cuales incluyó un circuito similar a la que el Papa Francisco acaba de terminar.
También recorrió el Sureste y el Sur con su preciada visita a Nueva Orleans en 1987. Muchos en nuestra región recuerdan con cariño la experiencia. San Juan Pablo II presidió el Día Mundial de la Juventud en Denver, Co., en 1993 inspirando a generaciones de jóvenes y a otros no tan jóvenes. Juan Pablo había lanzado el  tradicional bianual Día Mundial de la Juventud en Roma en 1984 debido a su profundo amor por los jóvenes durante todo su sacerdocio.
Ahora hemos celebrado el momento del Papa Francisco, un momento en la historia cuando los corazones de muchos dentro de la Iglesia y en el mundo tienen hambre y sed por una mayor justicia y paz y por solidaridad y esperanza para la familia humana. Experimenté personalmente este anhelo en la ciudad de Washington, D.C. la semana pasada durante el servicio de oración en la Catedral San Mateo y durante la Misa de Canonización de Junípero Serra en el Santuario de la Inmaculada Concepción. Estos fueron reuniones pequeñas en comparación con las de Nueva York y Filadelfia, pero el Espíritu del Señor no estuvo menos presente.
En esta columna intento reflejar sobre mi propia experiencia y la esencia de las homilías del Papa Francisco en la Catedral de San Mateo y en la Misa de canonización. Cada vez que un jefe de estado extranjero visita tierras extranjeras la seguridad es arrolladora. Para todos de los casi 300 ó 400 obispos presentes, el movimiento de un lugar a otro fue como glaciar, incluso con la escolta de policía para nuestros siete autobuses. A veces volamos por las calles de Washington y luego tuvimos que esperar. Pero la espera valió la pena. Mientras estábamos sentados en la Catedral San Mateo, orando en silencio por lo anticipado, el primer sonido que nos alertaba de la llegada del papa era el helicoptero de  seguridad que dirigía su caravana como jefe de estado. Después de un ratito, la puerta de la catedral se abría y el Papa Francisco entraba con una sonrisa tan grande como la Argentina.
Mientras caminaba por el pasillo central en medio de los entusiastas aplausos, me di cuenta de que toda su conducta encarnaba la alegría del Evangelio, el título de su Carta Apostólica, Evangelii Guadium. Su amor por el Señor supura de su ser y su deseo de celebrar este amor con todos los que él se reúne es lo que lo hace apreciar al espíritu humano.
Al final del servicio de oración en la Catedral de San Mateo el Papa Francisco le habló específicamente a los obispos presentes rodeado de muchos católicos de la Arquidiócesis de Washington que llenaron la Catedral. Su mensaje fue uno de aliento y ardientemente habló del ministerio del obispo como uno de unidad, caridad y celo en el servicio del Buen Pastor que da su vida por las ovejas. Tenemos que caminar con nuestro pueblo, fortalecer a nuestros sacerdotes y dar la bienvenida al extraño en nuestro medio. Su amor por nosotros fue palpable durante todo su apasionado discurso.
A la salida de la Catedral de San Mateo hicimos una pausa en el Centro San Juan Pablo II para almorzar antes de dirigirnos al Santuario de la Inmaculada Concepción para la Misa de Canonización de Junípero Serra. Esta fue una festiva celebración en la cual participaron    fieles de todo el país. Muchos vinieron de la Costa Oeste, entre ellos representantes de los nativos Americanos  de las misiones en California. Mientras entrabamos antes de la llegada del Papa Francisco la congregación de unos 25,000 estaban parados bajo un sol ardiente y nos saludaron con palabras y gestos cordiales. Fue agradable ver su amor por el Señor y por la Iglesia.
Más de 220 años atrás, los indios de California evangelizados por el Padre Junípero Serra lo declararon un santo. En esta histórica canonización en la capital de la nación, el Papa Francisco ratificó esa declaración, declarándolo un santo para la veneración de la Iglesia universal. Añadiendo a la naturaleza histórica del evento fue que el Papa Francisco, el primer papa de las Américas, estaba declarando al primer hispano santo para los Estados Unidos en su primera Misa aquí. Estrella Roja, un representante de los Chumash de la Misión Ventura, le dijo al Registro que él y otros siete jefes indios de California estuvieron presentes en la Misa y que también tuvo la oportunidad de reunirse personalmente con el Papa Francisco. Ellos agradecieron el reconocimiento de su gente y su cultura durante toda la Misa.
El ritual de la canonización tuvo lugar inmediatamente después del saludo de apertura del Papa Francisco. Después de la celebración de las Letanías de los Santos, el Papa Francisco declaró: “declaramos y definimos al Bendito Junípero Serra a ser santo, y lo incluimos entre los santos, decretando que se le venere como tal por toda la Iglesia. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
A pesar de la sencillez en su composición, la jubilosa congregación quedó atrapada en el esplendor del momento. Oportunamente el Papa Francisco comenzó su homilía con las palabras de San Pablo en su carta a los Filipenses (4:4 ) “Estad siempre alegres en el Señor, otra vez digo, regocijaos”. La alegría y agradecimiento resonó en toda la congregación. Al final de su homilía el Papa Francisco refirió las palabras que fueron el lema en la vida de San Junípero Serra. Siempre, adelante, siempre adelante. “Él era la encarnación de la ‘una Iglesia que va hacia adelante’, una Iglesia que lleva a todas partes la reconciliadora ternura de Dios”, dijo el Papa. Este es el tema que el Papa Francisco ha abordado en repetidas ocasiones y es el llamado para todos nosotros de ser discípulos misioneros.
El Santo Padre continuó dando grandes discursos al Congreso, a los delegados de las Naciones Unidas y a la multitud de los fieles en la misa de clausura del Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia. Hubo otras importantes homilías y discursos que revelan el corazón de este siervo de los Siervos de Dios, y es mi objetivo el sintetizar esta fuente de sabiduría en mi próxima columna. Mientras tanto, que el Señor Jesús, el Buen Pastor, y Sumo y Eterno Sacerdote continúe concediéndonos una temporada de refrescamiento a través del testimonio, las palabras y alegre sonrisa de Francisco de Roma, Sucesor de Pedro, y el Vicario de Cristo.

Encounter with Pope Francis invigorating

By Bishop Joseph Kopacz
The pastoral visit of Pope Francis to the United States, after a few days in Cuba, dominated the news outlets for far more than the six days that he was on American soil.  Preparation for the visit absorbed most of a full year.  The impact will endure for years to come. Without a doubt his presence in our nation was captivating.
Pope Paul V1 was the first to come to our shores in October 1965 to speak to the United Nations at the time when the Vietnam War was escalating. His words are enshrined for posterity. “No more war, never again war. Peace, it is peace that must guide the destinies of people and of all mankind.” St. John Paul II made several pastoral visits to the United States one of which included a similar circuit that Pope Francis just completed.
He also toured the Southeast and the Deep South with his cherished visit to New Orleans in 1987. Many in our region fondly recall the experience. St. John Paul presided over The World Youth Day in Denver, Colorado in 1993 inspiring generations of the young and not so young. John Paul had launched the biannual tradition of World Youth Day in Rome in 1984 because of the his profound love for young people throughout his entire priesthood.
Now we have celebrated the Pope Francis moment, a time in history when the hearts of many within the Church and throughout the world are hungering and thirsting for greater justice and peace, solidarity and hope for the human family. I directly experienced this longing in Washington, D.C. last week at the prayer service at St. Matthew’s Cathedral, and during the Mass of Canonization of Junipero Serra at the Shrine of the Immaculate Conception.  These were smaller gatherings in comparison to New York and Philadelphia, but the Spirit of the Lord was no less present.
In this column I intend to reflect upon my personal experiences, and the gist of Pope Francis’ homilies in the Cathedral of Saint Matthews, and at the Canonization Mass. Whenever a Head of State lands upon foreign shores the security is sweeping. For all of the nearly 300-400 bishops in attendance, the movement from place to place was glacier-like, even with a police escort for our seven buses. At times we flew along the streets of Washington, and then we waited. But it was all worth the wait. As we sat in Saint Matthew’s Cathedral, quietly praying in anticipation, the first sound that alerted us to the Pope’s arrival was the security Chopper leading his convoy as a Head of State. In short order, the Cathedral doors opened and Pope Francis entered with a smile as big as Argentina.  As he walked down the center aisle to enthusiastic applause, it hit me that his entire demeanor embodied the joy of the Gospel, the title of his Apostolic Letter, Evangelii Guadium. His love for the Lord oozes from his being, and his desire to celebrate this love with all whom he meets, is what endears him to the human spirit.
At the end of the prayer service at St. Matthew’s Pope Francis spoke specifically to the bishops in attendance surrounded by many Catholics of the Archdiocese of Washington who packed the Cathedral. His message was one of encouragement, and he ardently spoke of the bishop’s ministry as one of unity, charity, and zeal in service of the Good Shepherd who laid down his life for the flock. We are to walk with our people, strengthen our priests, and welcome the stranger in our midst. His love for us was palpable throughout his passionate address.
Upon leaving St. Matthew’s Cathedral we paused at the St. John Paul II Center for lunch before heading to the Shrine of the Immaculate Conception for the Mass of Canonization of Junipero Serra. This was a festive celebration with the faithful participating from all over the country. Many journeyed from the West Coast including representatives of the Native American lineage from the California Missions. As we processed in before the arrival of Pope Francis the congregation of 25,000 was basking in the sun and greeting us with heartfelt words and gestures.  It was humbling to see their love for the Lord and for the Church.
More than 220 years ago, the California Indians evangelized by Father Junípero Serra declared him a saint. In this historic canonization in the nation’s capital, Pope Francis ratified that declaration, declaring him a saint for the veneration of the universal church. Adding to the historic nature of the event was that Pope Francis, the first pope from the Americas, was declaring the first Hispanic saint for the United States in his first Mass in the U.S. Red Star, a representative of the Chumash of the Ventura Mission, told the Register that he and seven other California Indian chiefs were in attendance at the Mass and also had the opportunity to meet personally with Pope Francis. They appreciated the acknowledgement of their people and culture throughout the Mass.
The ritual of canonization occurred immediately after the opening greeting from Pope Francis. After the celebration of the Litany of the Saints Pope Francis declared “We declare and define Blessed Junípero Serra to be a saint, and we enroll him among the saints, decreeing that he is to be venerated as such by the whole Church. In the name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit.”
Although simple in its makeup the joyful congregation was caught up in the splendor of the moment. Pope Francis fittingly began his homily with the words of Saint Paul from his letter to the Philippians (4,4) “Rejoice in the Lord always, again I say rejoice.” Joy and thanksgiving resounded through the congregation. At the close of his homily Pope Francis referred to the words that were the motto for Saint Junipero Serra’s life. Siempre, adelante, siempre adelante. “He was the embodiment of ‘a church which goes forth,’ a church which sets out to bring everywhere the reconciling tenderness of God,” the pope said. This is the theme that Pope Francis has repeatedly addressed and it is the call to all of us to be missionary disciples.
The Pope went on to give major addresses to Congress, to delegates at the United Nations, and to a throng of the faithful at the closing mass to the World Meeting of Families in Philadelphia. There were other important homilies and speeches that reveal the heart of this Servant of the Servants of God, and it is my goal to synthesize this font of wisdom for my next column. Meanwhile, may the Lord Jesus, the Good Shepherd and Eternal High Priest continue to grant us a season of refreshment through the witness, words, and joyful smile of Francis of Rome, the Successor of Peter, and the Vicar of Christ.