La pena de muerte corta la oportunidad de conversión

Por Obispo Joseph Kopacz
Mientras la Legislatura del Estado de Mississippi debate y vota sobre la expansión de métodos de ejecución en previsión a la reanudación de la pena capital, yo me permito presentar las perspectivas y las enseñanzas de nuestra fe católica que promueven la abolición de la pena de uerte. Nosotros alentamos y oramos por undebate más amplio y comprensivo e ponga en tela de juicio nuestras suposiciones sobre la legitimidad moral de la pena de muerte en el estado y en nuestro país en el siglo XXI.
La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos Catecismo de la Iglesia católica 2267.
La oposición de la iglesia en contra de la pena demuerte no debería ser vista como indiferencia frente a los ataques contra la vida humana y la maldad del asesinato, sino como una afirmación a lo sagrado de toda vida, incluso para aquellos que han cometido los crímenes más horrendos. La Iglesia Católica en este país se ha pronunciado en contra del uso de la pena de muerte por muchos años. Nuestra fe católica afirma nuestra solidaridad y apoyo por las víctimas de delitos y a sus familias. Nosotros nos comprometemos a caminar con ellos y a asegurarles el cuidado y la compasión de Dios, asistiéndolos en sus necesidades espirituales, físicas y emocionales en medio de su profundo dolor y pérdida.
Nuestra tradición de fe ofrece una perspectiva única sobre crimen y castigo basado en la esperanza, curación y no en castigo para su propio beneficio. No importa cuán horrible haya sido el crimen, si la sociedad puede protegerse sin terminar una vida humana, debe hacerlo.Hoy tenemos esa capacidad. (Declaración del CardenalSean O’Malley y el Arzobispo Thomas Wenski 07-16- 2015)
Hace casi un año que nuestra comunidad católica y muchos otros sufrieron el trágico asesinato de las hermanas Paula Merrill y Margaret Held, quienen servían a nuestra comunidad como enfermeras, ellas estaban trabajando en el Condado Holmes. La pérdida de su vida sigue siendo una tragedia para todos los que las conocíamos y, especialmente, para los pobres que ella hermanas sirvieron fielmente y con amor por décadas. Sin embargo, durante el funeral, en medio de su profunda pérdida, las familias de las hermanas y sus dos comunidades religiosas -Hermanas de la caridad de Nazaret and Escuelas de San Francisco- afirmaron una y otra vez que se oponían a la pena de muerte porque era un ataque más contra la dignidad humana. Responder de esta forma parece ser de otro mundo, ¿no? Esta compasión surge de la esperanza que sabemos viene de la eterna misericordia de Jesucristo en la cruz y en la resurrección, para esta vida y la siguiente.
Cuando nos extendemos en argumentos jurídicos y morales sobre la pena de muerte, debemos hacerlo no con ira y venganza en nuestros corazones, sino con la compasión y la misericordia del Señor en mente. También es importante recordar que las penas impuestas a los delincuentes siempre necesitan permitir la posibilidadde que el criminal muestre arrepentimiento por el mal cometido y cambie su vida para bien. El uso de la pena de muerte reduce cualquier posibilidad de transformar en esta vida el alma de la persona condenada. Nosotros no enseñamos que matar es malo, al matar a quienes matan a otros. San Juan Pablo II ha dicho que la pena de muerte es cruel e innecesaria. Asimismo, el antídoto a la violencia no es más violencia. (O’Malley & Wenski)
Como sociedad debemos abordar la legitimidadmoral de la pena de muerte con humildad e integridad.Hombres y mujeres inocentes han sido ejecutados.
Esta injusticia clama al cielo. Algunos estados han liberado a más de 150 en tiempos recientes que fueron acusados injustamente. Asimismo, muchas condenasa muerte son ligadas inseparablemente a la pobreza, al racismo, a las drogas y pandillas que disminuyen enormemente la libertad y responsabilidad, conduciendo a los jóvenes por caminos de violencia.
Sin embargo, como Caín en el libro del Génesis, cuya vida fue librada después que mató a su hermano Abel, quienes asesinan deben pagar el precio de ser retirados de por vida de la sociedad.
El crimen y el castigo son realidades crudas en nuestra nación, y un consenso sobre leyes justas es difícil incorporar en una sociedad tan agitada y diversa como es nuestro gran país. Con demasiada frecuencia vemos la realidad “débilmente como en un espejo” y por esto deberíamos errar en el lado de la vida y la dignidad de todos los seres humanos. Nosotros no somos impotentes. Acérquense a las familias afectadas por la delincuencia violenta y llevarles el amor y la compasión de Cristo. Oren por las víctimas de crimen, por quienes enfrentan a la ejecución, y por aquellos que trabajan en el sistema de justicia penal. Visiten a los encarcelados como Jesús manda como un medio para nuestra propia salvación. Aboguen por mejores políticas públicas para proteger a la sociedad y poner fin al uso de la pena de muerte. (O’Malley & Wenski)

La pena de muerte corta la oportunidad de conversión

Por Obispo Joseph Kopacz
Mientras la Legislatura del Estado de Mississippi debate y vota sobre la expansión de métodos de ejecución en previsión a la reanudación de la pena capital, yo me permito presentar las perspectivas y las enseñanzas de nuestra fe católica que promueven la abolición de la pena de muerte. Nosotros alentamos y oramos por un debate más amplio y comprensivo que ponga en tela de juicio nuestras suposiciones sobre la legitimidad moral de la pena de muerte en el estado y en nuestro país en el siglo XXI.
La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos Catecismo de la Iglesia católica 2267.
La oposición de la iglesia en contra de la pena de muerte no debería ser vista como indiferencia frente a los ataques contra la vida humana y la maldad del asesinato, sino como una afirmación a lo sagrado de toda vida, incluso para aquellos que han cometido los crímenes más horrendos. La Iglesia Católica en este país se ha pronunciado en contra del uso de la pena de muerte por muchos años.
Nuestra fe católica afirma nuestra solidaridad y apoyo por las víctimas de delitos y a sus familias. Nosotros nos comprometemos a caminar con ellos y a asegurarles el cuidado y la compasión de Dios, asistiéndolos en sus necesidades espirituales, físicas y emocionales en medio de su profundo dolor y pérdida.
Nuestra tradición de fe ofrece una perspectiva única sobre crimen y castigo basado en la esperanza, curación y no en castigo para su propio beneficio. No importa cuán horrible haya sido el crimen, si la sociedad puede protegerse sin terminar una vida humana, debe hacerlo. Hoy tenemos esa capacidad. (Declaración del Cardenal Sean O’Malley y el Arzobispo Thomas Wenski 07-16-2015)
Hace casi un año que nuestra comunidad católica y muchos otros sufrieron el trágico asesinato de las hermanas Paula Merrill y Margaret Held, quienen servían a nuestra comunidad como enfermeras, ellas estaban trabajando en el Condado Holmes. La pérdida de su vida sigue siendo una tragedia para todos los que las conocíamos y, especialmente, para los pobres que ella hermanas sirvieron fielmente y con amor por décadas. Sin embargo, durante el funeral, en medio de su profunda pérdida, las familias de las hermanas y sus dos comunidades religiosas -Hermanas de la caridad de Nazaret and Escuelas de San Francisco- afirmaron una y otra vez que se oponían a la pena de muerte porque era un ataque más contra la dignidad humana. Responder de esta forma parece ser de otro mundo, ¿no? Esta compasión surge de la esperanza que sabemos viene de la eterna misericordia de Jesucristo en la cruz y en la resurrección, para esta vida y la siguiente.
Cuando nos extendemos en argumentos jurídicos y morales sobre la pena de muerte, debemos hacerlo no con ira y venganza en nuestros corazones, sino con la compasión y la misericordia del Señor en mente. También es importante recordar que las penas impuestas a los delincuentes siempre necesitan permitir la posibilidad de que el criminal muestre arrepentimiento por el mal cometido y cambie su vida para bien. El uso de la pena de muerte reduce cualquier posibilidad de transformar en esta vida el alma de la persona condenada. Nosotros no enseñamos que matar es malo, al matar a quienes matan a otros. San Juan Pablo II ha dicho que la pena de muerte es cruel e innecesaria. Asimismo, el antídoto a la violencia no es más violencia. (O’Malley & Wenski)
Como sociedad debemos abordar la legitimidad moral de la pena de muerte con humildad e integridad. Hombres y mujeres inocentes han sido ejecutados.
Esta injusticia clama al cielo. Algunos estados han liberado a más de 150 en tiempos recientes que fueron acusados injustamente. Asimismo, muchas condenas a muerte son ligadas inseparablemente a la pobreza, al racismo, a las drogas y pandillas que disminuyen enormemente la libertad y responsabilidad, conduciendo a los jóvenes por caminos de violencia. Sin embargo, como Caín en el libro del Génesis, cuya vida fue librada después que mató a su hermano Abel, quienes asesinan deben pagar el precio de ser retirados de por vida de la sociedad.
El crimen y el castigo son realidades crudas en nuestra nación, y un consenso sobre leyes justas es difícil incorporar en una sociedad tan agitada y diversa como es nuestro gran país. Con demasiada frecuencia vemos la realidad “débilmente como en un espejo” y por esto deberíamos errar en el lado de la vida y la dignidad de todos los seres humanos. Nosotros no somos impotentes. Acérquense a las familias afectadas por la delincuencia violenta y llevarles el amor y la compasión de Cristo. Oren por las víctimas de crimen, por quienes enfrentan a la ejecución, y por aquellos que trabajan en el sistema de justicia penal. Visiten a los encarcelados como Jesús manda como un medio para nuestra propia salvación. Aboguen por mejores políticas públicas para proteger a la sociedad y poner fin al uso de la pena de muerte. (O’Malley & Wenski)

Death penalty cuts off opportunity for conversion

By Bishop Joseph Kopacz
As the Mississippi’s Legislature debates and votes on the expansion of methods of execution in anticipation of the resumption of capital punishment, I respectfully submit the perspective and teachings from our Catholic faith that promote the abolition of the death penalty. We encourage and pray for a more comprehensive debate that calls into question our assumptions for the moral legitimacy of the death penalty in the state and in our nation in the 21st century.
If non lethal means are sufficient to defend and protect people’s safety from the aggressor, authority ought to limit itself to such means as these are more in keeping with the concrete conditions of the common good and more in conformity with dignity of the human person. Today the State, by rendering one who has committed the offense incapable of doing harm, without definitively taking away from him or her the possibility of redemption, the cases in which the execution of the offender is an absolute necessity, are very rare, if not practically non-existent. (Catechism of the Catholic Church 2267)
The Church’s opposition to the death penalty should not be seen as indifference to attacks on human life and the evil of murder, but as an affirmation to the sacredness of all life, even for those who have committed the most heinous of crimes. The Catholic Church in this country has spoken out against the use of the death penalty for many years.
Our Catholic faith affirms our solidarity with and support for victims of crime and their families. We commit ourselves to walk with them and assure them of God’s compassion and care, ministering to their spiritual, physical and emotional needs in the midst of deep pain and loss.
Our faith tradition offers a unique perspective on crime and punishment, one grounded in hope and healing, and not for punishment for its own sake. No matter how heinous the crime, if society can protect itself without ending a human life, it should do so. Today we have that capability. (Statement of Cardinal Sean O’Malley & Archbishop Thomas Wenski 07-16-2015)
It has been nearly a year since our Catholic community and many others suffered the tragic murders of Sister Paula Merrill, SCN, and Sister Margaret Held, SSSF, the nursing nuns, who served as PAs in Holmes County. This loss of life remains a tragedy for all who knew them, and especially for the poor whom the sisters served faithfully and lovingly for decades. However, throughout the funeral services, in the midst of their profound loss, the sisters’ families and both Religious Communities – the Sisters of Charity of Nazareth and the School Sisters of St. Francis – stated time and again that they are opposed to the death penalty because it is a further assault against human dignity. To respond in this matter seems other-worldly, doesn’t it? This compassion arises out of the hope we know in the undying mercy of Jesus Christ, in the cross and resurrection, for this life and the next.
When dwelling on legal and moral arguments concerning the death penalty, we should do so not with vengeance and anger in our hearts, but with the compassion and mercy of the Lord in mind. It is also important to remember that penalties imposed on criminals always need to allow for the possibility of the criminal to show regret for the evil committed and to change his or her life for the better. The use of the death penalty cuts short any possibility of transforming the condemned person’s soul in this life. We do not teach that killing is wrong by killing those who kill others. Saint Pope John Paul II has said the penalty of death is both cruel and unnecessary.
Likewise, the antidote to violence is not more violence. (O’Malley & Wenski)
As a society we have to approach the moral legitimacy of the death penalty with humility and integrity. Innocent men and women have been executed. This injustice cries out to heaven. States have released more than 150 in recent times who were wrongly accused. Likewise, far too many death sentences are inseparably linked to poverty, racism, drugs, and gangs that greatly diminish freedom and responsibility, sweeping young people down paths of violence. However, like Cain in the book of Genesis whose life was spared after he slew his brother Abel, those who murder have to pay the price of lifetime removal from society.
Crime and punishment are visceral realities in our nation, and a consensus on just laws is difficult to incorporate in a society as tumultuous and diverse as is this great land of ours. Too often we see reality “dimly as in a mirror” and because of this we ought to err on the side of life and the dignity of all human beings. We are not powerless. Reach out to the families of those afflicted by violent crime by bringing Christ’s love and compassion. Pray for the victims of crime, those facing execution, and those working in the criminal justice system. Visit those in prison as Jesus commands as a standard for our own salvation. Advocate for better public policies to protect society and end the use of the death penalty. (O’Malley & Wenski)

Bishop Kopacz: end death penalty instead of expanding

Bishop Joseph Kopacz released the following statement on Monday, March 6, opposing the death penalty. The statement is in reaction to House Bill 638, which calls for additional forms of execution in the state of Mississippi if the current method, lethal injection, is declared unconstitutional.
Lethal injection has come under fire in recent years as some inmates have seemed to suffer as they were executed. The drugs used have also become more difficult to obtain because of the controversy. Mississippi has not been able to execute anyone since 2012 because of pending court cases. This bill would allow a gas chamber or electrocution as alternate methods.
As the State of Mississippi’s Legislature debates the expansion of methods in support of the resumption of capital punishment, (H.B. 638) we respectfully submit the perspective and teachings from our Catholic faith that promote the abolition of the death penalty. We encourage and pray for a more comprehensive debate that calls into question our assumptions the moral legitimacy of the death penalty in the state and in our nation.
If, however non-lethal means are sufficient to defend and protect people’s safety from the aggressor, authority ought to limit itself to such means as these are more in keeping with the concrete conditions of the common good and more in conformity with dignity of the human person. Today the state, by rendering one who has committed the offense incapable of doing harm, without definitively taking away from him or her the possibility of redemption, the cases in which the execution of the offender is an absolute necessity, are very rare, if not practically non-existent. (Catechism of the Catholic Church 2267)
When dwelling on legal and moral arguments concerning the death penalty, we should do so not with vengeance and anger in our hearts, but with the compassion and mercy of the Lord in mind. It is also important to remember that penalties imposed on criminals always need to allow for the possibility of the criminal to show regret for the evil committed and to change his or her life for the better. We do not teach that killing is wrong by killing those who kill others. Saint Pope John Paul II has said the penalty of death is both cruel and unnecessary. Likewise, the antidote to violence is not more violence.
It has been nearly a year since our Catholic community suffered the tragic murders of Sister Paula Merrill, SCN, and Sister Margaret Held, SSSF, who served at a medical clinic in Holmes County. Immediately, in the midst of their profound loss, both the religious communities to which they belonged and their families stated time and again that they are opposed to the death penalty as a further assault against human dignity. We wholeheartedly agree.
Bishop Joseph R. Kopacz

Oración, ayuno y limosna: Marcas distintivas de Cuaresma

Por Obispo Joseph Kopacz
El Miércoles de Ceniza es una de las celebraciones religiosas más reconocibles en el mundo católico y más allá. No es algo que sólo los católicos observan, sino es un ritual que marca el comienzo de la Cuaresma, la cual gradualmente se está expandiendo en el mundo cristiano. El año pasado, ya entrada la noche de ese día estaba haciendo algunas compras de alimentos y la cajera del establecimiento me preguntó: “¿Qué es eso que tienen en su frente?” Le dije que era polvo sagrado, un poderoso símbolo de la Iglesia Católica para el Miércoles de Ceniza, y añadí que la persona detrás de mí, que no era católica, también estaba marcada con cenizas, así que ten cuidado, le dije, porque parece que se está extendiendo. Su mirada fue una de total confusión.
Las cenizas, los restos de las palmas del año anterior, son importantes porque son un recordatorio de que el fruto del pecado es la muerte, un urgente comando para arrepentirse y creer en el Evangelio, una de las primeras demandas de Jesús en su ministerio público. Este ritual sigue el evangelio de san Mateo el Miércoles de Ceniza (6:1-18) que erige los pilares de oración, ayuno y limosna, el motor de conversión en el corazón del Sermón de la montaña. El Señor transformó las prácticas religiosas tradicionales de la antigua ley, no sólo por los 40 días de la temporada, sino como una forma de vida. Esto es evidente con su franqueza, cuando oran, cuando ayunen, al dar limosna. En el Sermón de la Montaña Jesús presentó el nuevo orden de la creación en el plan de salvación de Dios y oración, ayuno y limosna son la prueba viviente de que no nos entretienen rituales vacíos, incluso con polvo santo.
Estos pilares requieren una abnegación y disciplina que infunden vida al gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza, y al prójimo como a nosotros mismos. Recuerden que pequeña es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida (Mateo 7:14), y que Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, amor y disciplina (2Timoteo 1:7), en temporada y fuera de temporada (2Timoteo 4:2). Cada uno de los pilares tiene una longitud y altura, extensión y profundidad que cubren el mundo y todas las personas que viven en ella.
La oración surge de nuestra fe y es prueba de que amamos a Dios y queremos estar diariamente en conversación y en comunión con él en el nombre de Jesús y en el poder del Espíritu Santo. La oración tiene muchas caras, y todos los planteamientos encuentran su sentido fundamental en la Eucaristía, fuente y cumbre de toda oración.
Básicamente estamos diciéndole a Dios que lo amamos con todo nuestro ser, y que encontraremos el momento en medio de nuestras responsabilidades, cargas, búsquedas y distracciones para estar más presentes ante Aquel que es omnipresente. Podemos poner la alerta en nuestro teléfono celular, Fitbit, o en otros aparatos para recordarnos que el Señor está hablando y preguntando, ¿puedes oírme ahora? ¿Quién puede dudar que la oración tiene 365(6) días cada año?
El ayuno es claramente el menos apreciado y utilizado de los tres pilares de transformación. La Iglesia Católica, a través de los siglos se ha centrado acertadamente en la moderación durante los días de ayuno y abstinencia, recordando las palabras del Señor al tentador al final de su 40 día de ayuno que el hombre y la mujer no sólo de pan viven, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, (Mateo 4:4). Una disciplina más intencional hacia el consumo culinario cada día sería ideal, haciendo mucho más que promover un estilo de vida saludable, como es digno. El Papa Benedicto nos ofrece la suprema justificación. El objetivo final del ayuno es ayudar a que cada uno de nosotros le demos el regalo total del sí a Dios. Este es el comienzo y el final del ayuno y no se trata del control de los alimentos, sino del ayuno y la abstención de todos nuestros ídolos, y hay legiones. El ayuno de drogas “recreativas” y del alcohol (adicción, una enfermedad, no ofrece ninguna latitud), de los juegos de azar, de la indulgencia sexual inmoral, la pornografía, el exceso de televisión, nuestros gadgets que obstaculizan nuestras relaciones, el ayuno de la ira y la pereza, la envidia y el orgullo, la codicia y el cinismo.
La lista puede seguir, pero el ayuno que cambia la vida impregna todos los aspectos de nuestro ser, dando una dimensión apropiada a todo lo que es una bendición en nuestras vidas, y liberándonos de todo lo que puede hacernos daño o que debilita nuestra relación con Dios. Obviamente, esto no es una empresa de 40 días, sino una forma de vida que la Cuaresma puede renovar para nosotros.
La limosna, para que no nos detengamos en el umbral de nuestro propio mejoramiento o preocupaciones, el tercer pilar nos permite colocar nuestra oración y ayuno al servicio del Señor, que nos enseña a amar a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos. La limosna es una generosidad de espíritu, una magnanimidad que nos permite servir y compartir, perdonar y responder a las necesidades de los demás en nuestra vida personal y en nuestro mundo, en una forma que sólo puede provenir de la mente y el corazón de Jesús Cristo revelado a través de nuestra oración y ayuno. En el evangelio del domingo pasado del Sermón de la Montaña Jesús oímos decir a Jesús que debemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. No se trata de no cometer errores, o de estar en nuestro juego cada día, pero a la luz de todo lo que Jesús está enseñando durante el Sermón de la montaña, es un morir a sí mismos, como la semilla que cae en la tierra (Jn 12:24), para que podamos dar el fruto del Reino.
Mientras llegamos al umbral de la Cuaresma y nos preparamos para recibir las cenizas, física o espiritualmente, que esta marca en nuestras frentes sea para nosotros una invitación a alejarnos del pecado y creer en el Evangelio como nuestro estándar de vida. Pero, vamos a disfrutar también de una porción de la torta del rey, (King Cake) una especialidad del Mardi Gras que he venido saboreando desde que me mudé a Mississippi. Con moderación, por supuesto.

Prayer, fasting, almsgiving: hallmarks of Lent

By Bishop Joseph Kopacz
Ash Wednesday is one of the most recognizable religious observances in the Catholic World and beyond. Not only is it something ‘those Catholics do,’ but a ritual marking the beginning of Lent that is gradually expanding into the broader Christian world. Last year, later in the day, I was doing some food shopping and the attendant at the checkout counter asked me, “what y’all got on your forehead?” I said it’s holy dust, a powerful symbol in the Catholic Church for Ash Wednesday and added that the person behind me, who was not Catholic, was also marked with ashes, so be careful because it appears to be spreading. Her look was one of utter confusion.
The ashes, the remains of the previous year’s palms, are significant because they are a stark reminder that the wages of sin are death, a compelling command to repent and believe in the Gospel, the first of Jesus’ demands in his public ministry. This ritual follows the Ash Wednesday gospel from Saint Matthew (6:1-18) that erect the pillars of prayer, fasting and almsgiving, the engine of conversion in the heart of the Sermon on the Mount.
The Lord transformed the traditional religious practices of the Old Law not only for a 40-day season, but as a way of life. This is evident with his straightforwardness, when you pray, when you fast, when you give alms. In the Sermon on the Mount Jesus, introduced the new order of creation in God’s plan of salvation and prayer, fasting and almsgiving are the living proof that we don’t entertain empty rituals, even with holy dust.
These pillars require a selflessness and discipline that infuse life into the great commandments to love God with our whole heart, mind, soul and strength and our neighbor as ourselves. Recall that small is the gate and narrow the road that leads to life (Matthew 7:14) and that God has not given us a spirit of timidity, but of power, love and discipline (2Timothy 1,7), in season and out of season (2Timothy 4,2).
Each of the pillars has a length and height, breath and depth that cover the world and every living person on it. Prayer arises out of our faith and is evidence that we love God and daily want to be in conversation and communion with him in the name of Jesus and in the power of the Holy Spirit. Prayer has many faces and all approaches find their ultimate meaning in the Eucharist, the source and summit of all prayer. Essentially we are saying to God that we do love you with all we’ve got and we will find the time in the midst of our responsibilities, burdens, pursuits and distractions to be more present to the One who is omnipresent. We can set the alert on our iPhone, Fitbit, or on other devices to remind us that the Lord is speaking and asking, can you hear me now? Who can doubt that prayer has a 365(6) day season each year?
Fasting clearly is the most under-appreciated and under-utilized of the three pillars of transformation. The Catholic Church through the ages rightly has focused on moderation during the days of fasting and abstinence, mindful of the words of the Lord to the tempter at the end of his 40-day fast that man and woman do not live by bread alone, but on every word that comes from the mouth of God. (Matthew 4:4) A more intentional discipline toward our culinary consumption every day would be ideal, doing much more than promoting healthy living, as dignified as this is. Pope Benedict offers us the supreme rationale. The ultimate goal of fasting is to help each of us to make the complete gift of self to God. This is the beginning and the end of fasting and it is not only a matter of food control, but of fasting and abstaining from all of our idols and there are legions. Fasting from “recreational” drugs and alcohol (addiction, a disease, offers no latitude), from gambling, immoral sexual indulgence, pornography, excessive television, our gadgets that impede our relationships, fasting from anger and laziness, envy and pride, greed and cynicism.
The list can go on, but the fasting that is life-changing permeates all aspects of our being, right sizing all that is a blessing in our lives and liberating us from all that can harm us or another, or weaken our relationship with God. Obviously, this is not a 40-day enterprise, but a way of life that Lent can renew for us.
Almsgiving: So that we do not stall at the threshold of our own self improvement or preoccupations, the third pillar allows us to place our prayer and fasting at the service of the Lord who teaches us to love God, our neighbor and ourselves. Almsgiving is a generosity of spirit, a magnanimity, that allows us to serve and to share, to forgive and to respond to the needs of others in our personal lives and in our world, in a manner that can only come from the mind and heart of Jesus Christ revealed through our prayer and fasting.
In last Sunday’s gospel from the Sermon on the Mount we heard Jesus say that we are to be perfect as our heavenly Father is perfect. It is not a matter of not making mistakes, or of being on our game each and every day, but in light of all that Jesus is teaching during the Sermon on the Mount, it is the path of self emptying, a dying to self, like the seed that falls to the earth (John 12,24), so that we can bear the fruit of the Kingdom.
As we arrive at the threshold of Lent and prepare to receive the ashes, physically or spiritually, may this mark on our foreheads be for us an invitation to turn away from sin and believe in the Gospel as our standard for living. But, let’s enjoy also a serving of King Cake, a Mardi Gras specialty that I’ve come to relish since moving to Mississippi. In moderation, of course.

El Espíritu Santo ‘dirige’ al equipo hacia una nueva visión

Por Obispo Joseph Kopacz
Entre los muchos ejemplos que mostraron a la Iglesia viva en la Diócesis de Jackson esta semana pasada, dos en particular resaltaron en mis visitas pastorales. La conmemoración anual de la Semana de las Escuelas Católicas fue marcada con abundante alegría y creatividad en 10 de las 16 comunidades escolares donde celebré la Eucaristía. (Tengo previsto visitar y celebrar la Eucaristía en las restantes seis escuelas en las próximas semanas.) El orgullo de las escuelas fue evidente en cada esquina y en cada pasillo. Estoy agradecido a los muchos que están dedicados por el bienestar de nuestras escuelas católicas que siguen siendo una parte vital de nuestra misión diocesana para proclamar a Jesucristo, de manera que todos lo puedan experimentar a él, crucificado y resucitado.
El segundo evento de esta última semana fue la convocatoria que se realizó y en la cual participaron los líderes de las parroquias, los sacerdotes, diáconos, los ministros eclesiales laicos (LEMs) y varios del personal diocesano quienes se sumergieron en la renovación de nuestra misión, visión y prioridades pastorales.
El entusiasmo y el trabajo colaborativo fueron evidentes desde el lunes por la noche hasta el miércoles por la tarde, el primer paso importante de la aplicación de nuestro plan pastoral que comenzó el pasado año en las sesiones de escucha alrededor de la diócesis. Ha sido un proceso inspirador que me recuerda las cautivadoras palabras del profeta del Antiguo Testamento, Habacuc, las cuales fueron leídas al final del taller. Entonces el Señor me respondió diciendo: Escribe la visión, anótala en tablillas para que pueda leerse de corrido. Porque es una visión con fecha exacta, que a su debido tiempo se cumplirá y que no fallará; si se demora en llegar, espérala porque vendrá ciertamente y sin retraso. (2:2-3)
El siguiente paso, casi un año después de las sesiones de escucha, serán sesiones de implementación alrededor de la diócesis para los líderes parroquiales y personal de las parroquias quienes a su vez trabajan con sus párrocos, vicarios parroquiales, LEMs, y diáconos de maneras muy específicas en cada escenario pastoral. Nuestra declaración diocesana de visión renovada está bien diseñada en su sencillez, y de gran alcance en su pertinencia. Servir a los demás — Inspirar a los discípulos — Abrazar la diversidad.
Estas tres frases surgieron de las deliberaciones del equipo diocesano visionario durante siete sesiones durante el verano y el otoño que se caracterizaron por una gran reflexión y diálogo tenaz, todo ello bajo la inspiración del Espíritu Santo. La información recogida durante nuestras 17 sesiones de escucha y el clamor de nuestra cultura actual claman por nuestra declaración de visión. Hay prioridades pastorales con metas y tareas vigorosas que derivan de la visión y estas se presentarán y comenzarán a aplicarse a partir del próximo mes. Cada parroquia, escuela y ministerio pastoral participarán en el labor de aplicar concretamente la visión a la realidad de cada ministerio.
Escribo esta columna en la víspera del tercer aniversario de mi ordenación e instalación como el undécimo obispo de Jackson y, sin duda, ha sido una aventura repleta de acción en la fe desde el principio.
Recuerdo que inmediatamente después de la ceremonia de ordenación un periodista me preguntó si podía elaborar sobre la visión que tenía para la diócesis. Sonreí porque aún no pude encontrar la mitad de las cosas que empaqueté para el traslado a Jackson de la diócesis de Scranton, y mucho menos articular una visión para una diócesis que sólo tenía dos horas de servicio. Seriamente, yo sabía que iba a tomar tiempo para asentarme y tener la oportunidad, en las palabras del papa Francisco, “de un encuentro, de diálogar y acompañar” a los fieles de la diócesis de Jackson, a fin de que el Espíritu Santo nos lleve a la vista que ahora pone ante nosotros. Esto es claramente uno de los significados de las palabras proféticas de Habacuc, citado anteriormente con respecto a la espera de la visión para que llegue en su momento designado.
Recuerden que la misión de la Iglesia Católica y de cada diócesis permanece igual hasta que Cristo venga de nuevo, es decir, hacer discípulos de todas las naciones. Nuestra sagrada misión como una diócesis es proclamar a Jesucristo viviendo el Evangelio para que todos puedan experimentar al Señor crucificado y resucitado. De esta misión viene nuestra visión que nos guiará durante los próximos tres a cinco años. Uno espera la bendición de lograr una unidad más profunda a lo largo de nuestros 65 condados que puede ser compleja debido a nuestra geografía como la diócesis católica más grande al este del río Mississippi. Una de los mantras que periódicamente he escuchado en mis viajes y visitas pastorales es que “no sentimos que somos una parte de la diócesis porque Jackson está tan lejos”.
Esto es difícil de superar, pero creo que nuestra visión renovada con sus prioridades pastorales se esforzará para lograr una unidad que nos facultará. Una exhortación de San Pablo a los corintios que luchaban con la unidad por muchas razones, nos ayu-da a entender la sabiduría de quiénes somos. “Les ruego, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se pongan de acuerdo y superen sus divisiones, lleguen a ser una sola cosa, con un mismo sentir y los mismos propósitos.” (1Cor 1:10) Una visión puede suscitar en nosotros el mismo espíritu y propósito que la distancia no puede debilitar.
A medida que nuestro 180º año como diócesis se desarrolla ante nosotros, el Señor Jesús, siempre antiguo y siempre nuevo, que comenzó esta buena obra en nosotros, continúa renovándonos e inspirándonos a servirle con fe y creatividad en estos tiempos difíciles pero llenos de esperanza.

El Espíritu Santo ‘dirige’ al equipo hacia una nueva visión

Por Obispo Joseph Kopacz
Entre los muchos ejemplos que mostraron a la Iglesia viva en la Diócesis de Jackson esta semana pasada, dos en particular resaltaron en mis visitas pastorales. La conmemoración anual de la Semana de las Escuelas Católicas fue marcada con abundante alegría y creatividad en 10 de las 16 comunidades escolares donde celebré la Eucaristía. (Tengo previsto visitar y celebrar la Eucaristía en las restantes seis escuelas en las próximas semanas.) El orgullo por la escuela fue evidente en cada esquina y en cada pasillo. Estoy agradecido a los muchos que están dedicados por el bienestar de nuestras escuelas católicas que siguen siendo una parte vital de nuestra misión diocesana para proclamar a Jesucristo, de manera que todos lo puedan experimentar a él, crucificado y resucitado.
El segundo evento de esta última semana fue la convocatoria que se realizó y en la cual participaron los líderes de las parroquias, los sacerdotes, diáconos, los ministros eclesiales laicos (LEMs) y varios del personal diocesano quienes se sumergieron en la renovación de nuestra misión, visión y prioridades pastorales.
El entusiasmo y el trabajo colaborativo fueron evidentes desde el lunes por la noche hasta el miércoles por la tarde, el primer paso importante de la aplicación de nuestro plan pastoral que comenzó el pasado año en las sesiones de escucha alrededor de la diócesis. Ha sido un proceso inspirador que me recuerda las cautivadoras palabras del profeta del Antiguo Testamento, Habacuc, las cuales fueron leídas al final del taller. Entonces el Señor me respondió diciendo: Escribe la visión, anótala en tablillas para que pueda leerse de corrido. Porque es una visión con fecha exacta, que a su debido tiempo se cumplirá y que no fallará; si se demora en llegar, espérala porque vendrá ciertamente y sin retraso. (2:2-3)
El siguiente paso, casi un año después de las sesiones de escucha, serán sesiones de implementación alrededor de la diócesis para los líderes parroquiales y personal de las parroquias quienes a su vez trabajan
– Continua en la pag. 11 – con sus párrocos, vicarios parroquiales,
LEMs, y diáconos de maneras muy específicas en cada escenario pastoral. Nuestra declaración diocesana de visión renovada está bien diseñada en su sencillez, y de gran alcance en su pertinencia. Servir a los demás — Inspirar a los discípulos — Abrazar la diversidad.
Estas tres frases surgieron de las deliberaciones del equipo diocesano visionario durante 7 sesiones durante el verano y el otoño que se caracterizaron por una gran reflexión y diálogo tenaz, todo ello bajo la inspiración del Espíritu Santo. La información recogida durante nuestras 17 sesiones de escucha y el clamor de nuestra cultura actual claman por nuestra declaración de visión. Hay prioridades pastorales con metas y tareas vigorosas que derivan de la visión y estas se presentarán y comenzarán a aplicarse a partir del próximo mes. Cada parroquia, escuela y ministerio pastoral participarán en la labor de aplicar concretamente la visión a la realidad de cada ministerio.
Escribo esta columna en la víspera del tercer aniversario de mi ordenación e instalación como el 11th obispo de Jackson y, sin duda, ha sido una aventura repleta de acción en la fe desde el principio. Recuerdo que inmediatamente después de la ceremonia de ordenación un periodista me preguntó si yo podría explayarme sobre la visión que tenía para la diócesis.
Sonreí porque todavía era incapaz de encontrar la mitad de las cosas que empaqué para mi traslado a Jackson de la Diócesis de Scranton, y mucho menos de articular una visión para una diócesis en la que sólo tenía dos horas de servicio. Seriamente, yo sabía que iba a tomar tiempo para asentarme y tener la oportunidad, en las palabras del papa Francisco, “de un encuentro, de diálogar y acompañar” a los fieles de la diócesis de Jackson, a fin de que el Espíritu Santo nos lleve a la vista que ahora pone ante nosotros. Esto es claramente uno de los significados de las palabras proféticas de Habacuc, citado anteriormente con respecto a la espera de la visión para que llegue en su momento designado.
Recuerden que la misión de la Iglesia Católica y de cada diócesis permanece igual hasta que Cristo venga de nuevo, es decir, hacer discípulos de todas las naciones. Nuestra sagrada misión como una diócesis es proclamar a Jesucristo viviendo el Evangelio para que todos puedan experimentar al Señor crucificado y resucitado. De esta misión viene nuestra visión que nos guiará durante los próximos tres a cinco años. Uno espera por la bendición de lograr una unidad más profunda a lo largo de nuestros 65 condados que puede ser compleja debido a nuestra geografía como la diócesis católica más grande al este del río Mississippi. Una de los mantras que periódicamente he escuchado en mis viajes y visitas pastorales es que “no sentimos que somos una parte de la diócesis porque Jackson está tan lejos”.
Esto es difícil de superar, pero creo que nuestra visión renovada con sus prioridades pastorales se esforzará para lograr una unidad que nos facultará. La exhortación de san Pablo a los Corintios que estaban luchando por su unidad, por muchas razones, nos ayuda a comprender la sabiduría de quienes podemos ser. Les ruego, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se pongan de acuerdo y superen sus divisiones, lleguen a ser una sola cosa, con un mismo sentir y los mismos propósitos. (1Cor 1:10) Una visión puede suscitar en nosotros el mismo espíritu y propósito que la distancia no puede debilitar.
Mientras que nuestros 180 años como diócesis se abren delante de nosotros, que el Señor Jesús, siempre antiguo y siempre nuevo, que empezó esta buena obra en nosotros, continúe renovándonos e inspirándonos para servirle fielmente y de manera creativa en nuestro difícil, pero un tiempo lleno de esperanza.

Holy Spirit ‘nudges’ team into new vision

By Bishop Joseph Kopacz
Among many examples of the Church alive in the Diocese of Jackson this past week two in particular were outstanding in my pastoral visits. The annual commemoration of Catholic Schools Week was marked with abundant joy and creativity in each of the ten out of 16 school communities where I celebrated the Eucharist. (I am scheduled to visit and celebrate the Eucharist in the remaining six schools in the weeks ahead.)
School pride was evident around every corner and down every hallway. I am grateful to many who are dedicated to the wellbeing of our Catholic schools that continue to be a vital part of our diocesan mission to proclaim Jesus Christ so that all may experience him, crucified and risen.
The second event of this past week was the Convocation for parish leadership, priests, lay ecclesial ministers (LEMs), deacons and several diocesan staff who immersed themselves in our renewed mission, vision, and pastoral priorities. The enthusiasm and collaborative work were evident from Monday evening through Wednesday afternoon, the first major step of the implementation of our pastoral plan which began last year in the listening sessions around the diocese.
It has been an inspiring process that recalls for me the captivating words of the Old Testament prophet, Habakkuk, which were read at the end of the workshop. “Then the Lord answered me and said, write down the vision. Make it plain upon tablets, so that the one who reads it may run (with it). For the vision is a witness for the appointed time, a testimony to the end; it will not disappoint. If it delays, wait for it, it will sure come, it will not be late.” (Hab. 2,2-3)
The next step nearly one year after the listening sessions will be to host implementation sessions around the diocese for parish leadership and staff who can in turn work with their pastors, parochial vicars, LEMs, and deacons in very specific ways in each pastoral setting. Our renewed diocesan statement of vision is well designed in its simplicity, and far reaching in its relevance. Serve Others — Inspire Disciples — Embrace Diversity
These three phrases emerged from the deliberations of the diocesan envisioning team throughout seven sessions during the summer and fall which were characterized by considerable reflection and dogged dialogue, all of it under the nudges of the Holy Spirit. The input from our 17 listening sessions and the clamor of our current culture cry out for our statement of vision. There are pastoral priorities with SMART goals and tasks that flow from the vision and these will be presented and applied beginning next month. Each parish, school, and pastoral ministry will engage in the work of specifically applying the vision to the reality of each ministry.
I write this column on the eve of the third anniversary of my ordination and installation as the 11th bishop of Jackson, and without a doubt, it has been an action-packed adventure in faith since the outset. I recall that immediately following the ordination ceremony a reporter asked me if I could elaborate on the vision I had for the diocese. I smiled because I was still unable to find half of the stuff I packed for the move to Jackson from the Scranton diocese, let alone articulate a vision for a diocese that was just two hours old for me.
Seriously, I knew that it would take time to settle in and have the opportunity, in the words of Pope Francis, “to encounter, dialogue with, and accompany” the faithful of the Jackson diocese in order for the Holy Spirit to take us to the vista that now lays before us. This is clearly one of the meanings in the prophetic words of Habakkuk cited above with regard to waiting for the vision to arrive at its appointed time.
Remember that the mission of the Catholic Church and every diocese remains the same until Christ comes again, i.e. to make disciples of all nations. Our sacred mission as a diocese is to proclaim Jesus Christ by living the gospel so that all may experience the crucified and risen Lord. Out of this mission comes our vision which will guide us for the next three to five years.
One hoped-for blessing will be to bring about a deeper unity throughout our 65 counties which can be complex due to our geography as the largest Catholic diocese east of the Mississippi river. One of the mantras that I have periodically heard in my travels and pastoral visits is that “we do not feel like we are a part of the diocese because Jackson is so far away.” This is challenging to overcome, but I believe that our renewed vision with its pastoral priorities will go a long way to bring about a unity that will empower us.
An exhortation from St Paul to the Corinthians who were struggling with unity for many reasons, helps us to understand the wisdom of who we can be. “I urge you brothers and sisters, in the name of our Lord Jesus Christ, that you be united in the same mind and in the same purpose.” (1Cor 1,10) A vision can inspire in us the same mind and purpose that no distance can weaken.
As our 180th year as a diocese unfolds before us, may the Lord Jesus, ever ancient and ever new, who began this good work in us, continue to renew and inspire us to serve him faithfully and creatively in our hard pressed, and yet hope filled times.

 

Schedule

Bishop Joseph Kopacz and his Envisioning Team will roll out the new Vision, Mission and Pastoral Priorities for the Diocese of Jackson at a series of community meetings througout March and April of this year. All are invited, but members of pastoral and finance councils are especially encouraged to attend. The meetings are not parish-specific, so anyone can attend any meeting.

Sunday March 19 6 p.m. Jackson St. Dominic Annex
(on I-55 Frontage Road)
Monday March 20 6 p.m. McComb St. Alphonsus
Tuesday March 21 6 p.m. Vicksburg St. Paul
Thursday March 23 6 p.m. Greenwood Immaculate Heart of Mary

Sunday March 26 5 p.m. Southaven Christ the King
Monday March 27 6 p.m. Oxford St. John the Evangelist
Tuesday March 28 6 p.m. Cleveland Our Lady of Victories

Tuesday April 4 6 p.m. Meridian St. Patrick
Thursday April 6 6 p.m. Tupelo St. James

Historia, academia, servicio hacen grandes escuelas

Por Obispo Joseph Kopacz
La celebración de la Semana Anual Nacional de las Escuelas Católicas comienza este fin de semana y continuará de lunes a viernes con una variedad de actividades creativas, significativas y vivaces en cada una de nuestras escuelas. La educación escolar católica en la Diócesis de Jackson (la Diócesis de Natchez en aquel momento) comenzó en la parroquia de la Catedral de Natchez en 1847 y ha continuado ininterrumpidamente hasta el presente.
La población católica ha sido siempre un pequeño porcentaje de la población del estado de Mississippi, pero nuestro compromiso con la educación ha sido una luz que brilla en la oscuridad para muchos en cada generación, desde mediados del siglo 19, un gran porcentaje de ellos que no profesan la fe católica.
Nuestras escuelas católicas están en el corazón de nuestra misión diocesana, originado con el mandato del Señor Jesús de hacer discípulos de todas las naciones, enseñándoles todo lo que yo les he mandado. Aprovecho esta oportunidad para agradecerle a todos los que colaboran juntos para promover la misión de la educación católica en nuestra diócesis hasta este día: familias, profesores, administradores y personal de apoyo escolar, la oficina diocesana, párrocos y líderes parroquiales, alumnos, benefactores y feligreses en las bancas, y aquellos que ya no viven en nuestra diócesis pero continúan apoyándonos con su oración y generosidad.
Es un continuo trabajo de amor el mantener y desarrollar nuestras escuelas en cada generación al esforzarnos por la excelencia. Para mí es una alegría visitar nuestras escuelas, y la oportunidad de hacerlo abundarán durante la semana próxima. Tengo una larga relación con la educación católica. Durante muchos años enseñé en las escuelas en la Diócesis de Scranton, y muchos años antes del sacerdocio, desde kindergarten (no pre-k en ese momento) hasta mis estudios de doctorado, yo fui beneficiario de la educación escolar católica.
Cada una de nuestras escuelas tiene una identidad propia, y sin embargo todas abrazan la misión perfecta que es la razón de su existencia. En la página de internet de cada escuela hay, de una u otra forma, un propósito, una misión o declaración de visión que expresa su identidad y objetivos. Para mi beneficio y el de ustedes he seleccionado al azar ocho de estas declaraciones que hablan de manera elocuente de esta orgullosa tradición en nuestra diócesis.
• Para apoyar el desarrollo espiritual, intelectual, estético, emocional, social y el crecimiento físico de cada miembro de la comunidad.
• Dedicados a preparar a los estudiantes para ser líderes servidores a través de la excelencia académica, de la formación de la auténtica fe y de las oportunidades de la vida estudiantil dentro de un ambiente de aprendizaje seguro y de atención centrado en Cristo.
• Comprometidos con la excelencia académica y los valores enseñados por Jesucristo, procurando preparar a los jóvenes de todo el mundo mientras se preparan para el cielo.

• Busca la excelencia académica y se esfuerza por formar las mentes, los corazones y las almas de sus alumnos a semejanza de Cristo.

• Ofrece una educación basada en la fe católica que equilibra lo académico con la formación de carácter, enriqueciendo sus vidas y su relación personal con Jesucristo.

• Enseñar al niño en un ambiente centrado en Cristo, formando su carácter, fomentando comunidad, y creando estudiantes interesados en aprender.

• Existe para el doble propósito de formación de la fe y buena educación para todos los niños, con los ideales del Corazón de Cristo.

• Para proporcionar un medio ambiente amoroso, centrado en Cristo con una educación académica de calidad arraigada en el desarrollo del carácter, la compasión y los valores del Evangelio.
Los invito a que la próxima vez que disfrute de un día de nieve, cuando todas las responsabilidades al aire libre y los compromisos se retrasen o cancelen, para que busquen en el internet estas declaraciones y las hagan coincidir con sus respectivas escuelas. Las ocho representan menos de la mitad de nuestros colegios católicos de secundaria, de escuelas primarias y centros de aprendizaje de niños pequeños. Usted puede ver claramente que se esfuerzan por abrazar el Evangelio como camino de vida y por una excelente formación académica en el momento actual, con el fin de preparar a los estudiantes para su futuro y, finalmente su ciudadanía en el cielo. Y sí, cada escuela ofrece un rango de oportunidades de deportes, de servicio y actividades culturales adecuadas para cada edad que son esenciales para el desarrollo de la mente, el cuerpo y el espíritu.
El tema de la celebración para el 2016-2017 es (FAMILY) FAMILIA, una sigla que significa: fe, académico, misericordia, integridad, amor y tú. Hay mucho que reflexionar y celebrar con FAMILIA y es especialmente notable a la luz del Jubileo extraordinario de la misericordia, y de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco Amoris Latitiae o, la Alegría del Amor (en la familia).
Este año, al comienzo de la Semana de las Escuelas Católicas me reuniré con sacerdotes, diáconos, ministros eclesiales laicos y varios de nuestro equipo de liderazgo diocesano para comenzar la aplicación del plan pastoral diocesano. Estamos orgullosos de afirmar que la declaración de nuestra renovada Visión es vivida a diario en nuestras escuelas: servir a los demás, abrazar la diversidad, inspirar a los discípulos. Como jóvenes y adultos hijos de Dios, que todos podamos seguir creciendo como discípulos intencionales a lo largo de toda la vida, deseoso de crecer en sabiduría, conocimiento y gracia.