Por Obispo Joseph Kopacz
El Miércoles de Ceniza es una de las celebraciones religiosas más reconocibles en el mundo católico y más allá. No es algo que sólo los católicos observan, sino es un ritual que marca el comienzo de la Cuaresma, la cual gradualmente se está expandiendo en el mundo cristiano. El año pasado, ya entrada la noche de ese día estaba haciendo algunas compras de alimentos y la cajera del establecimiento me preguntó: “¿Qué es eso que tienen en su frente?” Le dije que era polvo sagrado, un poderoso símbolo de la Iglesia Católica para el Miércoles de Ceniza, y añadí que la persona detrás de mí, que no era católica, también estaba marcada con cenizas, así que ten cuidado, le dije, porque parece que se está extendiendo. Su mirada fue una de total confusión.
Las cenizas, los restos de las palmas del año anterior, son importantes porque son un recordatorio de que el fruto del pecado es la muerte, un urgente comando para arrepentirse y creer en el Evangelio, una de las primeras demandas de Jesús en su ministerio público. Este ritual sigue el evangelio de san Mateo el Miércoles de Ceniza (6:1-18) que erige los pilares de oración, ayuno y limosna, el motor de conversión en el corazón del Sermón de la montaña. El Señor transformó las prácticas religiosas tradicionales de la antigua ley, no sólo por los 40 días de la temporada, sino como una forma de vida. Esto es evidente con su franqueza, cuando oran, cuando ayunen, al dar limosna. En el Sermón de la Montaña Jesús presentó el nuevo orden de la creación en el plan de salvación de Dios y oración, ayuno y limosna son la prueba viviente de que no nos entretienen rituales vacíos, incluso con polvo santo.
Estos pilares requieren una abnegación y disciplina que infunden vida al gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza, y al prójimo como a nosotros mismos. Recuerden que pequeña es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida (Mateo 7:14), y que Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, amor y disciplina (2Timoteo 1:7), en temporada y fuera de temporada (2Timoteo 4:2). Cada uno de los pilares tiene una longitud y altura, extensión y profundidad que cubren el mundo y todas las personas que viven en ella.
La oración surge de nuestra fe y es prueba de que amamos a Dios y queremos estar diariamente en conversación y en comunión con él en el nombre de Jesús y en el poder del Espíritu Santo. La oración tiene muchas caras, y todos los planteamientos encuentran su sentido fundamental en la Eucaristía, fuente y cumbre de toda oración.
Básicamente estamos diciéndole a Dios que lo amamos con todo nuestro ser, y que encontraremos el momento en medio de nuestras responsabilidades, cargas, búsquedas y distracciones para estar más presentes ante Aquel que es omnipresente. Podemos poner la alerta en nuestro teléfono celular, Fitbit, o en otros aparatos para recordarnos que el Señor está hablando y preguntando, ¿puedes oírme ahora? ¿Quién puede dudar que la oración tiene 365(6) días cada año?
El ayuno es claramente el menos apreciado y utilizado de los tres pilares de transformación. La Iglesia Católica, a través de los siglos se ha centrado acertadamente en la moderación durante los días de ayuno y abstinencia, recordando las palabras del Señor al tentador al final de su 40 día de ayuno que el hombre y la mujer no sólo de pan viven, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, (Mateo 4:4). Una disciplina más intencional hacia el consumo culinario cada día sería ideal, haciendo mucho más que promover un estilo de vida saludable, como es digno. El Papa Benedicto nos ofrece la suprema justificación. El objetivo final del ayuno es ayudar a que cada uno de nosotros le demos el regalo total del sí a Dios. Este es el comienzo y el final del ayuno y no se trata del control de los alimentos, sino del ayuno y la abstención de todos nuestros ídolos, y hay legiones. El ayuno de drogas “recreativas” y del alcohol (adicción, una enfermedad, no ofrece ninguna latitud), de los juegos de azar, de la indulgencia sexual inmoral, la pornografía, el exceso de televisión, nuestros gadgets que obstaculizan nuestras relaciones, el ayuno de la ira y la pereza, la envidia y el orgullo, la codicia y el cinismo.
La lista puede seguir, pero el ayuno que cambia la vida impregna todos los aspectos de nuestro ser, dando una dimensión apropiada a todo lo que es una bendición en nuestras vidas, y liberándonos de todo lo que puede hacernos daño o que debilita nuestra relación con Dios. Obviamente, esto no es una empresa de 40 días, sino una forma de vida que la Cuaresma puede renovar para nosotros.
La limosna, para que no nos detengamos en el umbral de nuestro propio mejoramiento o preocupaciones, el tercer pilar nos permite colocar nuestra oración y ayuno al servicio del Señor, que nos enseña a amar a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos. La limosna es una generosidad de espíritu, una magnanimidad que nos permite servir y compartir, perdonar y responder a las necesidades de los demás en nuestra vida personal y en nuestro mundo, en una forma que sólo puede provenir de la mente y el corazón de Jesús Cristo revelado a través de nuestra oración y ayuno. En el evangelio del domingo pasado del Sermón de la Montaña Jesús oímos decir a Jesús que debemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. No se trata de no cometer errores, o de estar en nuestro juego cada día, pero a la luz de todo lo que Jesús está enseñando durante el Sermón de la montaña, es un morir a sí mismos, como la semilla que cae en la tierra (Jn 12:24), para que podamos dar el fruto del Reino.
Mientras llegamos al umbral de la Cuaresma y nos preparamos para recibir las cenizas, física o espiritualmente, que esta marca en nuestras frentes sea para nosotros una invitación a alejarnos del pecado y creer en el Evangelio como nuestro estándar de vida. Pero, vamos a disfrutar también de una porción de la torta del rey, (King Cake) una especialidad del Mardi Gras que he venido saboreando desde que me mudé a Mississippi. Con moderación, por supuesto.
Category Archives: Bishop’s Column
Prayer, fasting, almsgiving: hallmarks of Lent
By Bishop Joseph Kopacz
Ash Wednesday is one of the most recognizable religious observances in the Catholic World and beyond. Not only is it something ‘those Catholics do,’ but a ritual marking the beginning of Lent that is gradually expanding into the broader Christian world. Last year, later in the day, I was doing some food shopping and the attendant at the checkout counter asked me, “what y’all got on your forehead?” I said it’s holy dust, a powerful symbol in the Catholic Church for Ash Wednesday and added that the person behind me, who was not Catholic, was also marked with ashes, so be careful because it appears to be spreading. Her look was one of utter confusion.
The ashes, the remains of the previous year’s palms, are significant because they are a stark reminder that the wages of sin are death, a compelling command to repent and believe in the Gospel, the first of Jesus’ demands in his public ministry. This ritual follows the Ash Wednesday gospel from Saint Matthew (6:1-18) that erect the pillars of prayer, fasting and almsgiving, the engine of conversion in the heart of the Sermon on the Mount.
The Lord transformed the traditional religious practices of the Old Law not only for a 40-day season, but as a way of life. This is evident with his straightforwardness, when you pray, when you fast, when you give alms. In the Sermon on the Mount Jesus, introduced the new order of creation in God’s plan of salvation and prayer, fasting and almsgiving are the living proof that we don’t entertain empty rituals, even with holy dust.
These pillars require a selflessness and discipline that infuse life into the great commandments to love God with our whole heart, mind, soul and strength and our neighbor as ourselves. Recall that small is the gate and narrow the road that leads to life (Matthew 7:14) and that God has not given us a spirit of timidity, but of power, love and discipline (2Timothy 1,7), in season and out of season (2Timothy 4,2).
Each of the pillars has a length and height, breath and depth that cover the world and every living person on it. Prayer arises out of our faith and is evidence that we love God and daily want to be in conversation and communion with him in the name of Jesus and in the power of the Holy Spirit. Prayer has many faces and all approaches find their ultimate meaning in the Eucharist, the source and summit of all prayer. Essentially we are saying to God that we do love you with all we’ve got and we will find the time in the midst of our responsibilities, burdens, pursuits and distractions to be more present to the One who is omnipresent. We can set the alert on our iPhone, Fitbit, or on other devices to remind us that the Lord is speaking and asking, can you hear me now? Who can doubt that prayer has a 365(6) day season each year?
Fasting clearly is the most under-appreciated and under-utilized of the three pillars of transformation. The Catholic Church through the ages rightly has focused on moderation during the days of fasting and abstinence, mindful of the words of the Lord to the tempter at the end of his 40-day fast that man and woman do not live by bread alone, but on every word that comes from the mouth of God. (Matthew 4:4) A more intentional discipline toward our culinary consumption every day would be ideal, doing much more than promoting healthy living, as dignified as this is. Pope Benedict offers us the supreme rationale. The ultimate goal of fasting is to help each of us to make the complete gift of self to God. This is the beginning and the end of fasting and it is not only a matter of food control, but of fasting and abstaining from all of our idols and there are legions. Fasting from “recreational” drugs and alcohol (addiction, a disease, offers no latitude), from gambling, immoral sexual indulgence, pornography, excessive television, our gadgets that impede our relationships, fasting from anger and laziness, envy and pride, greed and cynicism.
The list can go on, but the fasting that is life-changing permeates all aspects of our being, right sizing all that is a blessing in our lives and liberating us from all that can harm us or another, or weaken our relationship with God. Obviously, this is not a 40-day enterprise, but a way of life that Lent can renew for us.
Almsgiving: So that we do not stall at the threshold of our own self improvement or preoccupations, the third pillar allows us to place our prayer and fasting at the service of the Lord who teaches us to love God, our neighbor and ourselves. Almsgiving is a generosity of spirit, a magnanimity, that allows us to serve and to share, to forgive and to respond to the needs of others in our personal lives and in our world, in a manner that can only come from the mind and heart of Jesus Christ revealed through our prayer and fasting.
In last Sunday’s gospel from the Sermon on the Mount we heard Jesus say that we are to be perfect as our heavenly Father is perfect. It is not a matter of not making mistakes, or of being on our game each and every day, but in light of all that Jesus is teaching during the Sermon on the Mount, it is the path of self emptying, a dying to self, like the seed that falls to the earth (John 12,24), so that we can bear the fruit of the Kingdom.
As we arrive at the threshold of Lent and prepare to receive the ashes, physically or spiritually, may this mark on our foreheads be for us an invitation to turn away from sin and believe in the Gospel as our standard for living. But, let’s enjoy also a serving of King Cake, a Mardi Gras specialty that I’ve come to relish since moving to Mississippi. In moderation, of course.
El Espíritu Santo ‘dirige’ al equipo hacia una nueva visión
Por Obispo Joseph Kopacz
Entre los muchos ejemplos que mostraron a la Iglesia viva en la Diócesis de Jackson esta semana pasada, dos en particular resaltaron en mis visitas pastorales. La conmemoración anual de la Semana de las Escuelas Católicas fue marcada con abundante alegría y creatividad en 10 de las 16 comunidades escolares donde celebré la Eucaristía. (Tengo previsto visitar y celebrar la Eucaristía en las restantes seis escuelas en las próximas semanas.) El orgullo de las escuelas fue evidente en cada esquina y en cada pasillo. Estoy agradecido a los muchos que están dedicados por el bienestar de nuestras escuelas católicas que siguen siendo una parte vital de nuestra misión diocesana para proclamar a Jesucristo, de manera que todos lo puedan experimentar a él, crucificado y resucitado.
El segundo evento de esta última semana fue la convocatoria que se realizó y en la cual participaron los líderes de las parroquias, los sacerdotes, diáconos, los ministros eclesiales laicos (LEMs) y varios del personal diocesano quienes se sumergieron en la renovación de nuestra misión, visión y prioridades pastorales.
El entusiasmo y el trabajo colaborativo fueron evidentes desde el lunes por la noche hasta el miércoles por la tarde, el primer paso importante de la aplicación de nuestro plan pastoral que comenzó el pasado año en las sesiones de escucha alrededor de la diócesis. Ha sido un proceso inspirador que me recuerda las cautivadoras palabras del profeta del Antiguo Testamento, Habacuc, las cuales fueron leídas al final del taller. Entonces el Señor me respondió diciendo: Escribe la visión, anótala en tablillas para que pueda leerse de corrido. Porque es una visión con fecha exacta, que a su debido tiempo se cumplirá y que no fallará; si se demora en llegar, espérala porque vendrá ciertamente y sin retraso. (2:2-3)
El siguiente paso, casi un año después de las sesiones de escucha, serán sesiones de implementación alrededor de la diócesis para los líderes parroquiales y personal de las parroquias quienes a su vez trabajan con sus párrocos, vicarios parroquiales, LEMs, y diáconos de maneras muy específicas en cada escenario pastoral. Nuestra declaración diocesana de visión renovada está bien diseñada en su sencillez, y de gran alcance en su pertinencia. Servir a los demás — Inspirar a los discípulos — Abrazar la diversidad.
Estas tres frases surgieron de las deliberaciones del equipo diocesano visionario durante siete sesiones durante el verano y el otoño que se caracterizaron por una gran reflexión y diálogo tenaz, todo ello bajo la inspiración del Espíritu Santo. La información recogida durante nuestras 17 sesiones de escucha y el clamor de nuestra cultura actual claman por nuestra declaración de visión. Hay prioridades pastorales con metas y tareas vigorosas que derivan de la visión y estas se presentarán y comenzarán a aplicarse a partir del próximo mes. Cada parroquia, escuela y ministerio pastoral participarán en el labor de aplicar concretamente la visión a la realidad de cada ministerio.
Escribo esta columna en la víspera del tercer aniversario de mi ordenación e instalación como el undécimo obispo de Jackson y, sin duda, ha sido una aventura repleta de acción en la fe desde el principio.
Recuerdo que inmediatamente después de la ceremonia de ordenación un periodista me preguntó si podía elaborar sobre la visión que tenía para la diócesis. Sonreí porque aún no pude encontrar la mitad de las cosas que empaqueté para el traslado a Jackson de la diócesis de Scranton, y mucho menos articular una visión para una diócesis que sólo tenía dos horas de servicio. Seriamente, yo sabía que iba a tomar tiempo para asentarme y tener la oportunidad, en las palabras del papa Francisco, “de un encuentro, de diálogar y acompañar” a los fieles de la diócesis de Jackson, a fin de que el Espíritu Santo nos lleve a la vista que ahora pone ante nosotros. Esto es claramente uno de los significados de las palabras proféticas de Habacuc, citado anteriormente con respecto a la espera de la visión para que llegue en su momento designado.
Recuerden que la misión de la Iglesia Católica y de cada diócesis permanece igual hasta que Cristo venga de nuevo, es decir, hacer discípulos de todas las naciones. Nuestra sagrada misión como una diócesis es proclamar a Jesucristo viviendo el Evangelio para que todos puedan experimentar al Señor crucificado y resucitado. De esta misión viene nuestra visión que nos guiará durante los próximos tres a cinco años. Uno espera la bendición de lograr una unidad más profunda a lo largo de nuestros 65 condados que puede ser compleja debido a nuestra geografía como la diócesis católica más grande al este del río Mississippi. Una de los mantras que periódicamente he escuchado en mis viajes y visitas pastorales es que “no sentimos que somos una parte de la diócesis porque Jackson está tan lejos”.
Esto es difícil de superar, pero creo que nuestra visión renovada con sus prioridades pastorales se esforzará para lograr una unidad que nos facultará. Una exhortación de San Pablo a los corintios que luchaban con la unidad por muchas razones, nos ayu-da a entender la sabiduría de quiénes somos. “Les ruego, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se pongan de acuerdo y superen sus divisiones, lleguen a ser una sola cosa, con un mismo sentir y los mismos propósitos.” (1Cor 1:10) Una visión puede suscitar en nosotros el mismo espíritu y propósito que la distancia no puede debilitar.
A medida que nuestro 180º año como diócesis se desarrolla ante nosotros, el Señor Jesús, siempre antiguo y siempre nuevo, que comenzó esta buena obra en nosotros, continúa renovándonos e inspirándonos a servirle con fe y creatividad en estos tiempos difíciles pero llenos de esperanza.
El Espíritu Santo ‘dirige’ al equipo hacia una nueva visión
Por Obispo Joseph Kopacz
Entre los muchos ejemplos que mostraron a la Iglesia viva en la Diócesis de Jackson esta semana pasada, dos en particular resaltaron en mis visitas pastorales. La conmemoración anual de la Semana de las Escuelas Católicas fue marcada con abundante alegría y creatividad en 10 de las 16 comunidades escolares donde celebré la Eucaristía. (Tengo previsto visitar y celebrar la Eucaristía en las restantes seis escuelas en las próximas semanas.) El orgullo por la escuela fue evidente en cada esquina y en cada pasillo. Estoy agradecido a los muchos que están dedicados por el bienestar de nuestras escuelas católicas que siguen siendo una parte vital de nuestra misión diocesana para proclamar a Jesucristo, de manera que todos lo puedan experimentar a él, crucificado y resucitado.
El segundo evento de esta última semana fue la convocatoria que se realizó y en la cual participaron los líderes de las parroquias, los sacerdotes, diáconos, los ministros eclesiales laicos (LEMs) y varios del personal diocesano quienes se sumergieron en la renovación de nuestra misión, visión y prioridades pastorales.
El entusiasmo y el trabajo colaborativo fueron evidentes desde el lunes por la noche hasta el miércoles por la tarde, el primer paso importante de la aplicación de nuestro plan pastoral que comenzó el pasado año en las sesiones de escucha alrededor de la diócesis. Ha sido un proceso inspirador que me recuerda las cautivadoras palabras del profeta del Antiguo Testamento, Habacuc, las cuales fueron leídas al final del taller. Entonces el Señor me respondió diciendo: Escribe la visión, anótala en tablillas para que pueda leerse de corrido. Porque es una visión con fecha exacta, que a su debido tiempo se cumplirá y que no fallará; si se demora en llegar, espérala porque vendrá ciertamente y sin retraso. (2:2-3)
El siguiente paso, casi un año después de las sesiones de escucha, serán sesiones de implementación alrededor de la diócesis para los líderes parroquiales y personal de las parroquias quienes a su vez trabajan
– Continua en la pag. 11 – con sus párrocos, vicarios parroquiales,
LEMs, y diáconos de maneras muy específicas en cada escenario pastoral. Nuestra declaración diocesana de visión renovada está bien diseñada en su sencillez, y de gran alcance en su pertinencia. Servir a los demás — Inspirar a los discípulos — Abrazar la diversidad.
Estas tres frases surgieron de las deliberaciones del equipo diocesano visionario durante 7 sesiones durante el verano y el otoño que se caracterizaron por una gran reflexión y diálogo tenaz, todo ello bajo la inspiración del Espíritu Santo. La información recogida durante nuestras 17 sesiones de escucha y el clamor de nuestra cultura actual claman por nuestra declaración de visión. Hay prioridades pastorales con metas y tareas vigorosas que derivan de la visión y estas se presentarán y comenzarán a aplicarse a partir del próximo mes. Cada parroquia, escuela y ministerio pastoral participarán en la labor de aplicar concretamente la visión a la realidad de cada ministerio.
Escribo esta columna en la víspera del tercer aniversario de mi ordenación e instalación como el 11th obispo de Jackson y, sin duda, ha sido una aventura repleta de acción en la fe desde el principio. Recuerdo que inmediatamente después de la ceremonia de ordenación un periodista me preguntó si yo podría explayarme sobre la visión que tenía para la diócesis.
Sonreí porque todavía era incapaz de encontrar la mitad de las cosas que empaqué para mi traslado a Jackson de la Diócesis de Scranton, y mucho menos de articular una visión para una diócesis en la que sólo tenía dos horas de servicio. Seriamente, yo sabía que iba a tomar tiempo para asentarme y tener la oportunidad, en las palabras del papa Francisco, “de un encuentro, de diálogar y acompañar” a los fieles de la diócesis de Jackson, a fin de que el Espíritu Santo nos lleve a la vista que ahora pone ante nosotros. Esto es claramente uno de los significados de las palabras proféticas de Habacuc, citado anteriormente con respecto a la espera de la visión para que llegue en su momento designado.
Recuerden que la misión de la Iglesia Católica y de cada diócesis permanece igual hasta que Cristo venga de nuevo, es decir, hacer discípulos de todas las naciones. Nuestra sagrada misión como una diócesis es proclamar a Jesucristo viviendo el Evangelio para que todos puedan experimentar al Señor crucificado y resucitado. De esta misión viene nuestra visión que nos guiará durante los próximos tres a cinco años. Uno espera por la bendición de lograr una unidad más profunda a lo largo de nuestros 65 condados que puede ser compleja debido a nuestra geografía como la diócesis católica más grande al este del río Mississippi. Una de los mantras que periódicamente he escuchado en mis viajes y visitas pastorales es que “no sentimos que somos una parte de la diócesis porque Jackson está tan lejos”.
Esto es difícil de superar, pero creo que nuestra visión renovada con sus prioridades pastorales se esforzará para lograr una unidad que nos facultará. La exhortación de san Pablo a los Corintios que estaban luchando por su unidad, por muchas razones, nos ayuda a comprender la sabiduría de quienes podemos ser. Les ruego, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se pongan de acuerdo y superen sus divisiones, lleguen a ser una sola cosa, con un mismo sentir y los mismos propósitos. (1Cor 1:10) Una visión puede suscitar en nosotros el mismo espíritu y propósito que la distancia no puede debilitar.
Mientras que nuestros 180 años como diócesis se abren delante de nosotros, que el Señor Jesús, siempre antiguo y siempre nuevo, que empezó esta buena obra en nosotros, continúe renovándonos e inspirándonos para servirle fielmente y de manera creativa en nuestro difícil, pero un tiempo lleno de esperanza.
Holy Spirit ‘nudges’ team into new vision
By Bishop Joseph Kopacz
Among many examples of the Church alive in the Diocese of Jackson this past week two in particular were outstanding in my pastoral visits. The annual commemoration of Catholic Schools Week was marked with abundant joy and creativity in each of the ten out of 16 school communities where I celebrated the Eucharist. (I am scheduled to visit and celebrate the Eucharist in the remaining six schools in the weeks ahead.)
School pride was evident around every corner and down every hallway. I am grateful to many who are dedicated to the wellbeing of our Catholic schools that continue to be a vital part of our diocesan mission to proclaim Jesus Christ so that all may experience him, crucified and risen.
The second event of this past week was the Convocation for parish leadership, priests, lay ecclesial ministers (LEMs), deacons and several diocesan staff who immersed themselves in our renewed mission, vision, and pastoral priorities. The enthusiasm and collaborative work were evident from Monday evening through Wednesday afternoon, the first major step of the implementation of our pastoral plan which began last year in the listening sessions around the diocese.
It has been an inspiring process that recalls for me the captivating words of the Old Testament prophet, Habakkuk, which were read at the end of the workshop. “Then the Lord answered me and said, write down the vision. Make it plain upon tablets, so that the one who reads it may run (with it). For the vision is a witness for the appointed time, a testimony to the end; it will not disappoint. If it delays, wait for it, it will sure come, it will not be late.” (Hab. 2,2-3)
The next step nearly one year after the listening sessions will be to host implementation sessions around the diocese for parish leadership and staff who can in turn work with their pastors, parochial vicars, LEMs, and deacons in very specific ways in each pastoral setting. Our renewed diocesan statement of vision is well designed in its simplicity, and far reaching in its relevance. Serve Others — Inspire Disciples — Embrace Diversity
These three phrases emerged from the deliberations of the diocesan envisioning team throughout seven sessions during the summer and fall which were characterized by considerable reflection and dogged dialogue, all of it under the nudges of the Holy Spirit. The input from our 17 listening sessions and the clamor of our current culture cry out for our statement of vision. There are pastoral priorities with SMART goals and tasks that flow from the vision and these will be presented and applied beginning next month. Each parish, school, and pastoral ministry will engage in the work of specifically applying the vision to the reality of each ministry.
I write this column on the eve of the third anniversary of my ordination and installation as the 11th bishop of Jackson, and without a doubt, it has been an action-packed adventure in faith since the outset. I recall that immediately following the ordination ceremony a reporter asked me if I could elaborate on the vision I had for the diocese. I smiled because I was still unable to find half of the stuff I packed for the move to Jackson from the Scranton diocese, let alone articulate a vision for a diocese that was just two hours old for me.
Seriously, I knew that it would take time to settle in and have the opportunity, in the words of Pope Francis, “to encounter, dialogue with, and accompany” the faithful of the Jackson diocese in order for the Holy Spirit to take us to the vista that now lays before us. This is clearly one of the meanings in the prophetic words of Habakkuk cited above with regard to waiting for the vision to arrive at its appointed time.
Remember that the mission of the Catholic Church and every diocese remains the same until Christ comes again, i.e. to make disciples of all nations. Our sacred mission as a diocese is to proclaim Jesus Christ by living the gospel so that all may experience the crucified and risen Lord. Out of this mission comes our vision which will guide us for the next three to five years.
One hoped-for blessing will be to bring about a deeper unity throughout our 65 counties which can be complex due to our geography as the largest Catholic diocese east of the Mississippi river. One of the mantras that I have periodically heard in my travels and pastoral visits is that “we do not feel like we are a part of the diocese because Jackson is so far away.” This is challenging to overcome, but I believe that our renewed vision with its pastoral priorities will go a long way to bring about a unity that will empower us.
An exhortation from St Paul to the Corinthians who were struggling with unity for many reasons, helps us to understand the wisdom of who we can be. “I urge you brothers and sisters, in the name of our Lord Jesus Christ, that you be united in the same mind and in the same purpose.” (1Cor 1,10) A vision can inspire in us the same mind and purpose that no distance can weaken.
As our 180th year as a diocese unfolds before us, may the Lord Jesus, ever ancient and ever new, who began this good work in us, continue to renew and inspire us to serve him faithfully and creatively in our hard pressed, and yet hope filled times.
Schedule
Bishop Joseph Kopacz and his Envisioning Team will roll out the new Vision, Mission and Pastoral Priorities for the Diocese of Jackson at a series of community meetings througout March and April of this year. All are invited, but members of pastoral and finance councils are especially encouraged to attend. The meetings are not parish-specific, so anyone can attend any meeting.
Sunday March 19 6 p.m. Jackson St. Dominic Annex
(on I-55 Frontage Road)
Monday March 20 6 p.m. McComb St. Alphonsus
Tuesday March 21 6 p.m. Vicksburg St. Paul
Thursday March 23 6 p.m. Greenwood Immaculate Heart of Mary
Sunday March 26 5 p.m. Southaven Christ the King
Monday March 27 6 p.m. Oxford St. John the Evangelist
Tuesday March 28 6 p.m. Cleveland Our Lady of Victories
Tuesday April 4 6 p.m. Meridian St. Patrick
Thursday April 6 6 p.m. Tupelo St. James
Historia, academia, servicio hacen grandes escuelas
Por Obispo Joseph Kopacz
La celebración de la Semana Anual Nacional de las Escuelas Católicas comienza este fin de semana y continuará de lunes a viernes con una variedad de actividades creativas, significativas y vivaces en cada una de nuestras escuelas. La educación escolar católica en la Diócesis de Jackson (la Diócesis de Natchez en aquel momento) comenzó en la parroquia de la Catedral de Natchez en 1847 y ha continuado ininterrumpidamente hasta el presente.
La población católica ha sido siempre un pequeño porcentaje de la población del estado de Mississippi, pero nuestro compromiso con la educación ha sido una luz que brilla en la oscuridad para muchos en cada generación, desde mediados del siglo 19, un gran porcentaje de ellos que no profesan la fe católica.
Nuestras escuelas católicas están en el corazón de nuestra misión diocesana, originado con el mandato del Señor Jesús de hacer discípulos de todas las naciones, enseñándoles todo lo que yo les he mandado. Aprovecho esta oportunidad para agradecerle a todos los que colaboran juntos para promover la misión de la educación católica en nuestra diócesis hasta este día: familias, profesores, administradores y personal de apoyo escolar, la oficina diocesana, párrocos y líderes parroquiales, alumnos, benefactores y feligreses en las bancas, y aquellos que ya no viven en nuestra diócesis pero continúan apoyándonos con su oración y generosidad.
Es un continuo trabajo de amor el mantener y desarrollar nuestras escuelas en cada generación al esforzarnos por la excelencia. Para mí es una alegría visitar nuestras escuelas, y la oportunidad de hacerlo abundarán durante la semana próxima. Tengo una larga relación con la educación católica. Durante muchos años enseñé en las escuelas en la Diócesis de Scranton, y muchos años antes del sacerdocio, desde kindergarten (no pre-k en ese momento) hasta mis estudios de doctorado, yo fui beneficiario de la educación escolar católica.
Cada una de nuestras escuelas tiene una identidad propia, y sin embargo todas abrazan la misión perfecta que es la razón de su existencia. En la página de internet de cada escuela hay, de una u otra forma, un propósito, una misión o declaración de visión que expresa su identidad y objetivos. Para mi beneficio y el de ustedes he seleccionado al azar ocho de estas declaraciones que hablan de manera elocuente de esta orgullosa tradición en nuestra diócesis.
• Para apoyar el desarrollo espiritual, intelectual, estético, emocional, social y el crecimiento físico de cada miembro de la comunidad.
• Dedicados a preparar a los estudiantes para ser líderes servidores a través de la excelencia académica, de la formación de la auténtica fe y de las oportunidades de la vida estudiantil dentro de un ambiente de aprendizaje seguro y de atención centrado en Cristo.
• Comprometidos con la excelencia académica y los valores enseñados por Jesucristo, procurando preparar a los jóvenes de todo el mundo mientras se preparan para el cielo.
• Busca la excelencia académica y se esfuerza por formar las mentes, los corazones y las almas de sus alumnos a semejanza de Cristo.
• Ofrece una educación basada en la fe católica que equilibra lo académico con la formación de carácter, enriqueciendo sus vidas y su relación personal con Jesucristo.
• Enseñar al niño en un ambiente centrado en Cristo, formando su carácter, fomentando comunidad, y creando estudiantes interesados en aprender.
• Existe para el doble propósito de formación de la fe y buena educación para todos los niños, con los ideales del Corazón de Cristo.
• Para proporcionar un medio ambiente amoroso, centrado en Cristo con una educación académica de calidad arraigada en el desarrollo del carácter, la compasión y los valores del Evangelio.
Los invito a que la próxima vez que disfrute de un día de nieve, cuando todas las responsabilidades al aire libre y los compromisos se retrasen o cancelen, para que busquen en el internet estas declaraciones y las hagan coincidir con sus respectivas escuelas. Las ocho representan menos de la mitad de nuestros colegios católicos de secundaria, de escuelas primarias y centros de aprendizaje de niños pequeños. Usted puede ver claramente que se esfuerzan por abrazar el Evangelio como camino de vida y por una excelente formación académica en el momento actual, con el fin de preparar a los estudiantes para su futuro y, finalmente su ciudadanía en el cielo. Y sí, cada escuela ofrece un rango de oportunidades de deportes, de servicio y actividades culturales adecuadas para cada edad que son esenciales para el desarrollo de la mente, el cuerpo y el espíritu.
El tema de la celebración para el 2016-2017 es (FAMILY) FAMILIA, una sigla que significa: fe, académico, misericordia, integridad, amor y tú. Hay mucho que reflexionar y celebrar con FAMILIA y es especialmente notable a la luz del Jubileo extraordinario de la misericordia, y de la Exhortación Apostólica del Papa Francisco Amoris Latitiae o, la Alegría del Amor (en la familia).
Este año, al comienzo de la Semana de las Escuelas Católicas me reuniré con sacerdotes, diáconos, ministros eclesiales laicos y varios de nuestro equipo de liderazgo diocesano para comenzar la aplicación del plan pastoral diocesano. Estamos orgullosos de afirmar que la declaración de nuestra renovada Visión es vivida a diario en nuestras escuelas: servir a los demás, abrazar la diversidad, inspirar a los discípulos. Como jóvenes y adultos hijos de Dios, que todos podamos seguir creciendo como discípulos intencionales a lo largo de toda la vida, deseoso de crecer en sabiduría, conocimiento y gracia.
History, academics, service make great schools
By Bishop Joseph Kopacz
The Annual national celebration of Catholic School Week begins this weekend, and will continue Monday through Friday with a variety of creative, meaningful and spirited activities in each of our schools. Catholic School education in the Diocese of Jackson (The Diocese of Natchez at the time) began in the Cathedral parish in Natchez in 1847, and has continued uninterruptedly to the present. The Catholic population has always been a small proportion of the State of Mississippi’s population but our commitment to education has been a light shining in the darkness for many in every generation since the mid-19th century, a large percentage not of the Catholic faith. Our Catholic schools are at the heart of our diocesan mission, originating with the mandate of the Lord Jesus to make disciples of all nations, teaching them everything I have commanded you. I take this opportunity to thank all who collaborate together to promote the mission of Catholic education in our diocese to this very day: families, teachers, administrators, and school support staff, the diocesan office, pastors and parish leadership, alumni, benefactors, and parishioners in the pew, and those who no longer live in our diocese who continue to support us with prayer and generosity. It is a continual labor of love to sustain and develop our schools in each generation as we strive for excellence. It is a joy for me to visit our schools, and the opportunity to do so will abound during the week ahead. I have a life long relationship with Catholic education. For many years I taught in our schools in the Diocese of Scranton, and for many more years before priesthood, from Kindergarten (no pre-k at the that time) through doctoral studies, I was a beneficiary of Catholic School education.
Each of our schools has a distinctive identity, and yet all embrace the seamless mission that is the reason for their existence. On each school’s website there is, in one form or another, a purpose, mission, or vision statement which expresses its identity and goals. For my edification and yours, I have randomly selected eight of these statements that speak eloquently to this proud tradition in our diocese.
• To support the spiritual, intellectual, aesthetic, emotional, social, and physical growth of each member of the community.
• Dedicated to preparing students to be servant leaders through academic excellence, authentic faith formation, and student life opportunities within a Christ-centered, caring and safe learning environment.
• Committed to academic excellence and the vaues taught by Jesus Christ, striving to equip young people for the world while preparing them for Heaven.
• Seeks academic excellence and strives to form the minds, hearts, and souls of its students in the likeness of Christ.
• Provides a faith based Catholic education that balances academics with character building, enriching lives and personal relationships with Jesus Christ.
• To teach the whole child in a Christ-centered environment, by building character, fostering community, and creating life-long learners.
• Exists for the dual purpose of faith formation, and quality education for all children, with the ideals of the Heart of Christ.
• To provide a loving, Christ-centered environment with a quality academic education rooted in the development of character, compassion and Gospel values.
I invite you the next time you enjoy a snow day when all outdoor responsibilities and appointments are delayed or canceled to go online and match up the above statements with their respective schools. The eight represent less than half of our Catholic high schools, elementary Schools, and early childhood learning centers. You can clearly see that they strive to embrace the Gospel way of life and excellent academic formation in the present moment, in order to prepare students for their future, and ultimately for their citizenship in heaven. And yes, each school offers a range of age appropriate athletic, service, and cultural opportunities that are essential in the development of mind, body and spirit.
The Catholic School theme for 2016-2017 is FAMILY, an acronym that signifies: faith, academics, mercy, integrity, love,and you. There is much to ponder and celebrate with FAMILY and it is especially noteworthy in light of the Extraordinary Jubilee of Mercy, and the Apostolic Exhortation of Pope Francis, Amoris Latitiae, or in English, the Joy of Love (in the family).
This year at the outset of Catholic School’s Week I will be gathering with priests and deacons, Lay Ecclesial Ministers and several of our diocesan leadership team to begin the implementation of the diocesan pastoral plan. We are proud to affirm that our renewed Vision statement is daily lived out in our schools: to serve others, to embrace diversity, to inspire disciples. As younger and older children of God, may we all continue to grow as life long intentional disciples, eager to grow in wisdom, knowledge, and grace.
La Sagrada Familia nos recuerda la difícil situación de los migrantes
Por Obispo Joseph Kopacz
Con la fiesta de la Epifanía celebramos la culminación de la temporada navideña, finalizando oficialmente con el bautismo del Señor el lunes pasado. Estamos bien entrado en el nuevo año, pero esta semana pasada fue notable como la Semana Nacional de Migración designada por los Obispos Católicos Estadounidenses durante más de 25 años. ¿Por qué existe esa conmemoración única en esta época del año? Sigue leyendo por favor.
A lo largo de la temporada de Navidad celebramos, y ojalá hayan experimentado, la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Jesucristo. Si es así, hemos seguido una larga línea de casi dos mil años, a la luz de la Encarnación. Comenzando con el anuncio de los ángeles, abrazado con entusiasmo y alegría por los pastores, y resueltamente, buscado por los Magos, los relatos de la Infancia sentaron las bases para todos los discípulos en beneficio de las generaciones venideras hasta el momento presente. San Pablo en la segunda carta a los Corintios, describió esta experiencia para todos los creyentes en la Palabra hecha carne. “Dios ha diseñado de tal manera que su luz brilla en nuestros corazones para darnos la luz de conocer su gloria revelada en la faz de Jesucristo” (2Cor 4,6)
En la historia de la salvación, que se celebra en los relatos de la infancia, la alegría que irrumpe del encuentro con Jesucristo es palpable e irresistible. Cuando alguien encuentra la misericordia de Dios, nosotros, como mujeres y hombres, descubrimos o redescubrimos la esperanza para nuestra vida, alimento para nuestros corazones, mentes y almas. A su vez, esta nueva vida de la salvación está destinada a ser difundida a lo largo y a lo ancho en crecientes círculos por todos los tiempos en comunidades de fe, de esperanza y de amor, de justicia, de paz y de servicio en nuestros hogares y en nuestro mundo.
Pero la historia de la Natividad en la vida de María y de José, también revela la valentía necesaria para permanecer en el sendero de la vida que nos dirige a Dios en este mundo en el rostro de circunstancias difíciles. Más allá de sentimentalismo y observanciones piadosas, tenemos una historia paradigma para todas las familias y personas que se han visto obligadas a abandonar sus casas y hogares. La Virgen María y San José tuvieron que viajar durante los días finales de su embarazo. Cuando llegaron a Belén recibieron un poco de ayuda, y aunque no fue mucha, fue importante. Como extranjeros, no tenian un lugar para quedarse, y el tiempo para el nacimiento del Señor estaba cercano. No fue la intención de San Lucas y Mateo extenderse en las preocupaciones humanas de la Sagrada Familia, pero podemos imaginarnos que las parteras, que todavía están en servicio en nuestro tiempo para la mayoría de los nacimientos en el mundo, ciertamente una estuvo presente para ayudar a María en el parto y recoger a Jose cuando se desplomó sobre la paja. Después de un arduo viaje, el hambre y la sed tenían que pesar sobre estos extranjeros procedentes del resto del mundo, y estamos agradecidos por las personas anónimas que les proporcionaron alimento para el espíritu, mente y cuerpo. Y en esta fiesta de la Epifanía, nos enteramos de que la estrella condujo a los Magos hacia la casa donde María y el niño estaban hospedados. Gracias a la hospitalidad y generosidad de las personas de esa localidad, la Sagrada Familia tuvo un lugar donde estar.
De extranjeros a refugiados, la historia continúa. Tan pronto como los tres Reyes Magos partieron por otro camino, un cambió para siempre, María, José y el niño Jesús tuvieron que huir para salvar sus vidas. Sabemos de la crueldad de Herodes y la matanza de los inocentes, incluyendo a su propio hijo, en su codicia por conservar su poder. Esta históricamente documentado que cuando César Augusto, el emperador que había comenzado todo en movimiento con su mandato del censo, recibió la noticia de la matanza ordenada por Herodes dijo con asombro a tal brutalidad que era mejor ser uno de los cerdos de Herodes (porque los judíos no comen cerdo) a uno de sus hijos.
En ese momento, Jesús, María y José eran refugiados que huyeron a Egipto, donde permanecieron durante dos o tres años. Allí recibieron la hospitalidad de un círculo de personas desconocidas que les permitio vivir, trabajar y crecer en familia. Por último, regresaron a Nazaret, en el norte de Israel, porque el hijo de Herodes era el rey, y la amenaza de muerte era real.
Es evidente que a principios de enero es un momento ideal para estar conscientes de la situación de casi 65 millones de personas en nuestro mundo de hoy, que como la Sagrada Familia se han visto obligados a migrar y/o huir de su tierra y su hogar por una variedad de razones.
El tema para este año de la Semana Nacional de Migración está tomado de una de las expresiones del Papa Francisco, “Crear una cultura de encuentro”. Como los pastores y los Magos, una vez que hemos encontrado a Jesucristo nuestra vida nunca es la misma. Los objetivos de esta semana han permanecido inalterados durante más de 25 dijo con asombro a tal brutalidad, que lo mejor era ser uno de los cerdos de Herodes (porque los judíos no comen cerdo) a uno de sus hijos. En ese momento, Jesús, María y José eran refugiados que huyeron a Egipto, donde permanecieron durante dos o tres años. Aquí reciben la hospitalidad de un círculo de personas desconocidas que les permita vivir, trabajar y madurar como familia. Por último, regresan a Nazaret, en el norte de Israel, porque el hijo de Herodes era el rey, y la amenaza de la muerte era real.
Es evidente que a principios de enero es un momento ideal para crecer en la conciencia de la situación de casi 65 millones en nuestro mundo de hoy, que como la Sagrada Familia se han visto obligados a migrar y/o huir de la tierra y el hogar para una variedad de razones. El tema para este año de la Semana Nacional de Migración está tomado de uno de Papa Francisco’ expresiones de referencia, para crear una cultura de encuentro. Como los pastores y los Magos, una vez que nos hemos encontrado a Jesucristo nuestras vidas nunca son los mismos. Los objetivos de esta semana han permanecido inalterados durante más de 25 años: educar sobre la compleja realidad de la migración, que incluye a los migrantes, los inmigrantes, los refugiados y las víctimas del tráfico de seres humanos, para fomentar una cultura de encuentro en la que las comunidades católicas abren sus corazones y sus manos para darle la bienvenida a los recién llegados, no como extranjeros, sino como miembros del Cuerpo de Cristo, para dar gracias por los muchos en nuestra sociedad que son como aquellos que ayudaron a la Sagrada Familia.
En mis viajes alrededor de la diócesis, y en mi trabajo en Caridades Catolicas, me siento inspirado al ver el desarrollo de los objetivos de la Semana Nacional de Migración. Personas en la iglesia y en todo el estado están sirviendo a las comunidades de migrantes que están aquí legalmente para recoger y procesar los cultivos de los que estamos acostumbrados a disfrutar. Muchos están trabajando para apoyar a quienes han sido víctimas de la trata de personas cuyas historias claman al cielo por justicia y compasión. Los inmigrantes, documentados e indocumentados, están contribuyendo significativamente al bienestar económico y social de nuestro estado y de las comunidades locales, incluyendo a nuestras parroquias en toda la diócesis.
Desde las secuelas de la guerra de Vietnam en los años 70’s, Caridades Católicas, en colaboración con una red de profesionales y personas compasivas en nuestro estado, ha estado acogiendo y sirviendo a menores refugiados no acompañados provenientes de todo el mundo. Estos jóvenes han prosperado, y ahora son ciudadanos productivos de nuestro país.
Dejando de lado la retórica de la reciente campaña presidencial y elección, y la inacción y la insensibilidad de todos los Congresos y presidentes durante décadas, hay muchos en nuestro estado y en nuestro país que están encontrando, acompañando, y se hacen amigos de aquellos que han llegado a nuestras puertas. La Semana Nacional de la Migración es una semana de 52 pero viene a principios del Nuevo año y oramos para que sus nobles objetivos siembren semillas y den frutos a lo largo del año.
A medida que progresa el nuevo año estaremos implementando la renovada Misión, Visión y las prioridades pastorales de la diócesis. En armonía con los objetivos de la Semana Nacional de Migración, os dejo con nuestra visión diocesanas. Para servir a otros _- para abrazar la diversidad – para inspirar el discipulado. Que Dios, que ha comenzado en nosotros la buena obra, la lleve a plenitud en el día de Cristo Jesús.
Holy family reminds us of migrants’ plight
By Bishop Joseph Kopacz
With the Feast of the Epiphany we celebrated the culmination of the Christmas season, ending officially with the Baptism of the Lord this past Monday. We are well into the new year, but this past week has been noteworthy as the National Migration Week – designated such by the American Catholic Bishops for more than 25 years. Why is there such a unique commemoration at this time of year? Read on, please.
Throughout the Christmas season we celebrated, and hopefully experienced, the glory of God shining on the face of Jesus Christ. If so, we have followed in a long line for nearly two thousand years in the light of the Incarnation. Beginning with the announcement of the angels, embraced eagerly and joyfully by the shepherds, and resolutely sought by the Magi, the Infancy Narratives laid the foundation for all disciples in succeeding generations right up to the present moment. Saint Paul in his second letter to the Corinthians described this experience for all believers in the Word made flesh. “God designed it so that his light shines in our hearts in order to give us the light of knowing his glory revealed on the face of Jesus Christ.” (2Cor 4,6)
In the history of salvation that is celebrated in the Infancy Narratives the joy that breaks forth from an encounter with Jesus Christ is palpable and irresistible. When anyone encounters the mercy of God we, as women and men, discover or rediscover hope for our lives, nourishment for our hearts, minds, and souls. In turn this new life of salvation is intended to be diffused far and wide in ever increasing circles for all time in communities of faith, hope and love, of justice, peace and service in our homes and in our world.
But the story of the Nativity in the lives of Mary and Joseph also reveals the courage that is required to stay on the path of life that directs us to God in this world in the face of daunting circumstances. Beyond sentimentality and pious observances, we have a paradigm story for all families and individuals who are forced to abandon hearth and home. The Virgin Mother and Saint Joseph had to travel during the final days of her pregnancy. When they arrived in Bethlehem they received a little bit of help, and although not much, it was important. As strangers, they did not have a place to stay, and the time for the Lord’s birth was at hand. It was not the intention of Saint Luke and Matthew to dwell on the specific human concerns of the holy family, but we can imagine that midwives, who are still on hand in our time for the majority of births in our world, were certainly present to help Mary deliver, and to pick up Joseph when he collapsed on the straw.
After an arduous journey, hunger and thirst had to weigh heavily upon these strangers from elsewhere, and we are grateful for those nameless folks who provided nourishment for spirit, mind, and body. And on this feast of the Epiphany, we hear that the star led the Magi to the house were Mary and the child were lodging. Thanks to the hospitality and generosity of the locals, the holy family had a roof over their heads.
From strangers to refugees, the story continues. As soon as the three Kings departed by another route, forever changed, Mary and Joseph and the child Jesus had to flee for their lives. We know of the brutality of Herod and the slaughter of the innocents, including his own son in his lust to preserve his power. It is historically documented that when Cesar Augustus, the Emperor who had started it all in motion with his mandated census, received the news of this massacre ordered by Herod he said in amazement at such brutality, that it was better to be one of Herod’s pigs (because Jews did not eat pork) than one of his children. In that moment Jesus, Mary and Joseph were refugees who fled to Egypt where they remained for two or three years. There they received the hospitality of an unknown circle of people allowing them to live, work and mature as a family. Finally, they returned to Nazareth in northern Israel because Herod’s son was the king, and the threat of death was real.
It becomes clear that early January is an ideal time to grow in awareness at the plight of nearly 65 million in our world today who like the holy family have been forced to migrate and/or flee from hearth and home for a host of reasons. The theme for this year’s National Migration Week is taken from one of Pope Francis’ benchmark expressions, “To Create a Culture of Encounter.” Like the shepherds and the Magi, once we have encountered Jesus Christ our lives are never the same.
The goals for this week have remained the same for more than 25 years: to educate on the complex reality of migration which includes migrants, immigrants, refugees and victims of human trafficking, to encourage a culture of encounter in which Catholic communities open their hearts and hands to welcome the newcomers, not as strangers, but as members of the Body of Christ, to give thanks for the many in our society who are like those who helped the holy family.
In my travels around the diocese, and in my work at Catholic Charities, I am inspired to see the development of the sought after goals of the National Migration Week. People in the Church and throughout the state are serving the migrant communities who are here legally to pick and process the crops that we are accustomed to enjoy. Many are working to support those who have been victims of human trafficking whose stories cry out to heaven for justice and compassion.
Immigrants, documented and undocumented, are contributing significantly to the economic and social wellbeing of our State and local communities, including our parishes throughout the diocese. Catholic Charities since the aftermath of the Vietnam war in the late 70’s, in collaboration with a network of professional and compassionate people in our state, has been welcoming and serving unaccompanied refugee minors from around the world. These young people have thrived, and are now productive citizens of our country.
Putting aside the rhetoric of the recent presidential campaign and election, and the inaction and callousness of all Congresses and presidents for decades, there are many in our state and in our country who are encountering, accompanying, and befriending those who have arrived at our doorsteps. The National Migration Week is one week of 52 but it comes as the New Year dawns, and we pray that its noble goals will plant seeds and bear fruit throughout the year.
As the new year progresses we will be implementing the refreshed Mission, Vision, and Pastoral Priorities for the diocese. In harmony with the goals of the National Migration Week, I leave you with our diocesan Vision. To serve others — to embrace diversity — to inspire discipleship. May God who has begun the good work in us bring it to fulfillment on the day of Christ Jesus.
Christmas invitation: open celebration to all
By Bishop Joseph Kopacz
In the fullness of time the Word became flesh, full of grace and truth, and the darkness then, now and for nearly two millennia could not overcome Him. On this Christmas night and day and throughout this Christmas season two weeks in duration, may we, like Mary, deepen our ‘yes’ to God and, like Joseph, awake to God’s faithful presence and action in our lives.
Mary and Joseph expended considerable labor to give birth to the Christ child, the light of the world, at peace in their sojourn to Bethlehem but anxious on the road, trusting in their God through the assurance of the angel, but fearful for the wellbeing of their unborn child. We can only imagine that this exceptional refugee family, after the birth of their first-born son, the child of the promise, collapsed from exhaustion in their earthy home away from home, that stable out back maintained warm and temporarily safe by the attending animals. “All you beasts wild and tame, bless the Lord. Praise and exult him forever!” (Daniel 3,81)
The prophecy fulfilled pierced the clouds and returned to earth so that those dwelling in the heavens and on the earth, could be the heralds of the Good News. “For to us a child is born, to us a son is given and the government will be on his shoulders. And he will be called Wonderful Counselor, Mighty God, Everlasting Father, Prince of Peace.” (Isaiah 9,6). “From heaven, Glory to God in the highest and on earth peace to whom his favor rests.” (Luke 2,14)
And who hears the message, but of course those who are compelled to work the night shift, the shepherds keeping watch over their vulnerable charges. Pope Francis cites them as the first cluster of those living on the margins of society, the dregs who smell like the animals they safeguard. Like King David who slew Goliath with an accurately slung stone, these hill people could take down a mountain lion, or wolf, or two-legged night crawler in the same manner if need be. These are not the typical folks that any one of us is likely to invite to visit a new born family member. With no disrespect intended, they might be likened to the fringe bikers of Hell’s Angels in our modern society. Yet, they represent the sinners, prostitutes, lepers, outcasts and tax collectors that received so much attention from Jesus in his public ministry. They were evangelized by the angels on that first Christmas night and after their encounter with Jesus Christ in his mother Mary’s arms with Joseph nearby, they became the first evangelizers. “The shepherds hurried off and found Mary and Joseph and the baby, who was lying in the manger. When they had seen him, they spread the word concerning what had been told them about this child and all who heard it were amazed at what the shepherds said to them. But Mary treasured up all these things and pondered them in her heart. The shepherds returned, glorifying and praising God for all the things they had heard and seen, which were just as they had been told.” (Luke 2,16-20)
In all our Christmas celebrations, we with the Church throughout the world, also give glory to God through inspiring liturgies with hearts and minds open to God’s loving and saving mercy for our families, parishes, communities, nation and world. And with the angels and shepherds may no physical structures contain our joy and zeal to bring the Good News of Jesus Christ to our world, often shaped by darkness and the shadow of death. The Extraordinary Jubilee of Mercy, recently concluded, but ever ancient and ever new, is a constant reminder that after receiving God’s mercy through faith in Jesus Christ, we are empowered and sent into our world, as living signs of hope, justice and peace. We recall that King Herod, whom the Magi recognized for what he was, has many faces in our world and the lust for power, wealth and domination still corrupts God’s creation and the Lord’s dreams for human life. The world needs the glory of God shining on the face of Jesus Christ. (2Cor 4,6)
How do we labor to make our God’s dreams for our world a living reality? There is much to be done beyond our shores and in our country. The world needs to experience our faith in the Lord through our merciful, just and loving service to the most vulnerable. “He has told you, O people, what is good; and what does the Lord require of you but to do justice and to love kindness and to walk humbly with your God?” (Micah 6,8) Charity does begin at home, but the destitute, the oppressed, the victims of abortion, human trafficking, war and terrorism, refugees, the unjustly incarcerated, the abandoned and neglected, immigrants, the unemployed, underinsured, mentally ill and our fragile planet all cry out for justice and mercy. Christmas reminds us that spiritually as the Lord’s disciples, we will never be unemployed or underemployed. Once the gift of the Christ child has been received we do not live by fear and hopelessness, but rather by faith in the Son of God.
May our God of encouragement and endurance (Romans 15,5) strengthen our faith, hope and love to know that fear is useless. (Mark 5,38) What is needed is trust and prayer and the conviction that God has given us his Spirit of power, love and self-control. (2Timothy 1,7) Merry Christmas to all and to all a good life in service to the Light who shines in the darkness.