Sociedad e Iglesia después de pandemia

Por Roberto Mena, St
CARTHAGE – Dicen que nada volverá a ser como antes, pero … ¿Y si lo que estuviera por venir fuese mucho mejor?
Las crisis son ocasiones para auditar nuestra forma de vida, explorar las causas que la activaron y abordar el futuro desde una nueva mentalidad. Esta crisis global nos ha permitido redescubrir valores como el cuidado, la gratitud, la humildad, la solidaridad, la paciencia, la perseverancia, la generosidad y la entrega, valores que extrañamente ocupan un lugar relevante en nuestra sociedad Todo ello nos exige repensar cómo vivimos, de qué forma nos relacionamos, producimos y consumimos, pero, a su vez nos invita a imaginar un futuro distinto, a soñar otro mundo posible para nosotros y para las generaciones venideras.
“La esperanza no es ingenuidad ni es una mirada pueril incapaz de ver carencias en la realidad: es una mirada que entrevé posibilidades y no es un brindis al sol”. Francesc Torralba.
La esperanza tampoco es consecuencia de un cálculo racional, no es una serie de expectativas conforme a la realidad que nos rodea. Más bien es una virtud por medio de la cual sentimos el apoyo incondicional de Dios para apreciar con sus ojos los acontecimientos cotidianos. Yo veo la esperanza como “una actitud, un modo de estar, de mirar. Una mirada que ve posibilidades. Nuestra mirada no es sin sentido: es una mirada esperanzada que mueve a la acción y que no paraliza ni lleva a la desesperación.”
La desesperación es lo contrario de la esperanza: En la desesperación no hay ninguna posibilidad, es un cuarto sin luz. Es ahogo y claustrofobia. En cambio, cuando uno tiene esperanza ve posibilidades somos capaces de una mirada Pascual.
En este momento del Coronavirus, es preciso “pasar del yo al nosotros”. En la cultura narcisista prima el “yo y mis cosas” y es necesario pasar a “una cultura global, a una conciencia global y a una ética mundial”. Esta transición es imprescindible.
El individualismo no sirve para salir de las crisis; esta crisis global nos obliga a un cambio, de la conciencia provinciana a la global, por eso es un aprendizaje y todavía estamos muy lejos de vivir como seres solidarios.
“La esperanza tiene siempre que ver con el futuro. La visión cristiana del futuro tiene que ver con el futuro: no estamos solos, estamos animados por el espíritu de Dios”.
Las crisis enseñan, los fracasos ayudan a mejorar, porque en el ser humano hay tendencias egoístas y altruistas”: por eso el Papa Francisco nos afirma que todos estamos en la misma barca: “todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.
“Esta prioridad por el más vulnerable, este imperativo prioritario por el más frágil deriva nítidamente del ADN del Evangelio” Papa Francisco cuando habla de ir a las periferias geográficas y existenciales. Discurso a los Cardenales en el Conclave 3 de marzo de 2013.
La crisis y el fracaso nos ayudan y enseñan, en cambio el éxito nos confirma y nos lleva a la repetición. Las crisis son un aviso para tomar nota colectivamente. El éxito no nos estimula, ni nos lleva a la cooperación, imaginación ni inteligencia”.
Cuando uno experimenta la impotencia quiere aprender de los otros y que esta crisis nos ayuda a recomponer nuestra pirámide de valores: quiénes son los verdaderos héroes, qué es lo esencial y lo relevante.
¿Pero la esperanza es un don natural? Hay algo dado, de don, en esta mirada esperanzada, como con la constancia o la humildad. La virtud humana de la esperanza puede ser entrenada, si no fuera así no tendría ningún sentido enseñar virtudes ni cultivarlas. Creemos que es posible activarla”.
“En este confinamiento hemos reconocido nuestra fragilidad, contingencia y también gratitud. Esta crisis nos puede hacer mejores personas”, confiesa esperanzado el Sucesor de Pedro.
Sta. Teresa Benedicta de la Cruz decia, “Donde otros ven vacío, muerte y corrupción, nosotros confiamos en que estamos sostenidos y que todo está por hacer. Esto es esperanza”.
A mi entender tres pilares pueden hacer la diferencia entre un abordaje autoritario, egoísta, o comunitario y comprometido para prevenir los riesgos y disminuir las consecuencias cotidianas de la pandemia:
No estigmatizar; Convencer para cooperar; y Recordar que el distanciamiento social es un factor de protección temporal inevitable, pero nunca podría reemplazar la riqueza de la interacción social del lenguaje corporal y del acercamiento humano.
Por eso es preciso que a nivel de Iglesia y sociedad podamos todos los sectores vivos: Educar a la esperanza, contra el escepticismo; Educar para toda la vida, no sólo para la escuela; Educar a la incidencia no para la perplejidad y acomodación; Educar a un mundo reconciliable, no irremediable; Educar a la interioridad, al silencio, al discernimiento; Educar a la profundidad, no al modismo; Educación crítica, no ingenua y Educación interreligiosa, no proselitista
A nivel personal:
No tengo miedo del mundo nuevo que surge; Lo que me espanta es que podamos dar respuestas de ayer a los problemas de mañana; y No pretender defender nuestros equívocos, pero tampoco queremos cometer el mayor de todos: El de esperar de brazos cruzados y no hacer nada por miedo de engañarnos.
Le pido a Dios tenga discernimiento para poder seguir teniendo una mirada creyente y esperanzada, construyendo un mundo compasivo y misericordioso desde los marginados y en mi caso, como Sacerdote Misionero: desde los inmigrantes en Estados Unidos, que yo pueda ver las huellas de Cristo en mi propia realidad abrazando la humanidad rota y poder aportar con la ofrenda de mi vida, entrega y compromiso.

(Padre Roberto Mena, ST es Ministro Sacramental de St Michael Forest)