Por Hermana Maria Elena Mendez, MGSpS.
“El que espera desespera”, dice el dicho, pero la vida sin esperanza pierde su rumbo. La espera se relacionada con la paciencia como virtud y, como tal, la podemos practicar todos los días al tomar conciencia de nuestra impaciencia. De lo contrario, forzamos el tiempo y abortamos la vida en cualquiera de sus circunstancias.
Desesperarse en el tiempo, arruina el proceso natural de la flor, de la naturaleza, del bebé, de la vida, de Dios.
En Juan 16, 12-15, Jesús dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender, pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena”. Con esa frase, pienso en la importancia y el beneficio de la espera (ante esta pandemia que les tocó vivir) para poder aprender de ella más tarde.
Todos los días esperamos algo o a alguien, aunque no siempre lo hacemos de la mejor manera y por la impaciencia, destruimos fácilmente la belleza de lo que se aproxima a nuestras vidas. Si aprendemos a esperar, gozaremos al máximo el momento esperado.
Según el diccionario, esperar es “tener esperanza de lograr algo que se desea. “Creer que sucederá.” “Detener el movimiento hasta la llegada de algo, hacer tiempo.”
En estos momentos de la vida, con el COVID-19 en nuestro entorno, practicar la espera o la paciencia es fundamental:
Esperamos que los científicos se dejen iluminar por el Espíritu de Dios, que descubran pronto la vacuna y que trabajen mundialmente unidos y, no cada país por su cuenta.
Esperamos a que los negocios, las Iglesias, los trabajos, las escuelas abran y que nos sintamos seguros para salir de casa.
Esperamos con ansia el encuentro afectuoso de familiares y amigos, el abrazo y poder celebrar juntos.
Esperamos desesperados, “la normalidad”, aunque sabemos que esto no será posible, la realidad nos pide volver con actitudes y comportamientos nuevos.
Esperamos la noche para dormir y el canto de los pájaros que nos dicen que el movimiento ha empezado al amanecer.
Esperamos que transcurra el día sin contratiempos y aparezca en sol en el ocaso despidiendo el día y dándole la bienvenida a la noche.
Esperamos a que la oruga se convierta en una bella y juguetona mariposa en la primavera, ver el capullo del árbol brotar y aparezca la hoja, la flor, el fruto.
Esperamos la lluvia, el calor para la siembra y la cosecha.
Esperamos que el calor y viento del otoño sacuda lo seco de la naturaleza, se renueve en invierno y resurja el ciclo de vida nuevamente.
Esperamos a que el enojo pase para darnos el abrazo de la reconciliación.
En nuestra vida espiritual, esperamos recorrer la sequedad del desierto en la cuaresma con la Pasión, Muerte de Jesús y para gozar luego de Resurrección en el Oasis que saciará la sed del corazón en nuestra propia vida.
Uno de los grandes ejemplos de paciente espera es una madre embarazada que aguarda en su vientre pacientemente el crecimiento de su hijo o hija por nueve largos meses, sin importar la incomodad que vive todos los días, hasta tenerlo gozosa en sus brazos.
Así como la naturaleza y como los discípulos, esperamos que el “Espíritu nos guie hasta la verdad plena” es esos días que siguen siendo de incertidumbre.
¡Practiquemos la paciencia y la espera, creamos en que las cosas cambiarán en nuestro entorno y en nosotros mismos, pero no sin la práctica de la espera de nuestra parte!
(La hermana María Elena Méndez es Misionera Guadalupana del Espíritu Santo. Es actualmente la Directora Ejecutiva de Servicios Católicos de West Alabama)