Semana Santa: Fe. Esperanza. Perdon

Por Obispo Joseph Kopacz
Cuando comienza la Semana Santa, revivimos cada año el drama bíblico divino de la luz brillando en la oscuridad y donde la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios dispersan la oscuridad del pecado, la muerte y todas sus sombras.
El Evangelio de Lucas, el primer domingo de Cuaresma, preparó el escenario cuando el tentador, el enemigo, emprendió una campaña total contra el amado de Dios, cuya identidad fue revelada en su Bautismo; en contra de aquel que soportó el hambre y la soledad durante 40 días, y quien confirmó su plena humanidad y divinidad frente a las tentaciones potencialmente ruinosas.

Obispo Joseph R. Kopacz


En ese momento, San Lucas nos alerta a permanecer vigilantes porque, aún vencido, el tentador se esconde y espera otra oportunidad. El enemigo regresa al encuentro con toda fuerza, en lo que conocemos como la Agonía en el Jardín de Getsemaní, para impedir la inminente crucifixión y asalta a Jesús.
Completamente humano y completamente divino, un misterio inagotable, Jesús de Nazaret suda gotas de sangre y es tentado a buscar otro camino, pero en la totalidad de su comunión con el Padre, Jesús aceptó la voluntad divina.
Sobre el terreno salpicado de sangre, se levantó Jesús, para caminar deliberadamente hacia la pasión que había predicho en varias ocasiones durante todo su ministerio púbico. Se movió con la misma resolución, impulsado por el mismo Espíritu Santo que lo llevó a su ministerio público después del combate en el desierto.
Para los católicos y para muchos cristianos, la acción divina de la salvación se resume en la proclamación de la pasión hecha el fin de semana del Domingo de Ramos.
La mayoría no participa del Triduo durante la Semana Santa, pero la conmemoración de la pasión y muerte del Señor, llena de fe, prepara a los fieles a celebrar su resurrección en la Pascua y a renovar las promesas del Bautismo.
Este fin de semana se acerca, y es cuando la narración de la pasión del Evangelio de Lucas echa raíces para que permanezca viva en nuestros corazones y mentes; es cuando la palma ocupa un lugar importante en el hogar, como un recordatorio bendito de aquel a quién adoramos; y es cuando Jesucristo estará vivo dondequiera que estemos.
El mundo necesita escuchar las palabras compasivas y reconciliadoras del Señor desde la Cruz, en la historia de la pasión narrada por Lucas, palabras dichas a los que crucificaron a Jesús, derramadas como su sangre preciosa, y donde escuchamos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Asimismo, como el ladrón arrepentido, somos recordados por Dios, ahora y por siempre. “Te aseguro, que hoy estarás conmigo en el paraíso”. En el momento de la muerte, Jesús sella su sacrificio en la Cruz con estas palabras a su amado Padre. “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
La fe y la esperanza supremas en la vida eterna y la renovación por el perdón son el camino a seguir en la Semana Santa y el camino real para toda la vida.
En la Iglesia y en la sociedad, el Señor quiere derramar su amor reconciliador al violento, al del corazón endurecido, al arrepentido y a los que se acercan a la muerte.
Este amor eterno de Dios es evidente durante la pasión y desde la Cruz, y en todas las apariciones después de la resurrección. “Porque nuestro Dios, en su gran misericordia, nos trae de lo alto el sol de un nuevo día, para dar luz a los que viven en la más profunda oscuridad, y dirigir nuestros pasos por el camino de la paz”. (Luke 1,78-79)
Es solo el amor crucificado del Señor que puede dispersar la oscuridad en la Iglesia, por el escándalo del abuso sexual, la lujuria por el poder religioso, el sufrimiento de las víctimas y el quebrantamiento de las familias y las comunidades de la Iglesia.

Así como los apóstoles se recogieron temerosos, según el Evangelio de Juan, en el vacío entre la crucifixión y la resurrección, el Señor se nos aparece para mostrarnos sus heridas, para perdonar nuestros pecados, para darnos paz, para exhalar en nosotros el Espíritu Santo de Dios, y para renovarnos en nuestra misión de hacer discípulos en todas las naciones.
Muchos, en nuestro tiempo, están dispersos a causa de los escándalos, así como lo estuvieron los apóstoles del Señor después del escándalo de la Cruz, sumidos en el miedo, la ira, la duda, la vergüenza y el dolor, pero el Señor crucificado y resucitado está siempre con nosotros para reconstruir y restaurar a su Iglesia para su misión sagrada, para que incluso las puertas del infierno no prevalezcan ante la presencia divina.
Las semillas de la sanación y la esperanza ya están creciendo y floreciendo, y los aceites de la salvación fluirán en la Vigilia Pascual y durante todo el año.
Que la sangre preciosa y las palabras de vida del Señor desde la Cruz, acompañadas por su Espíritu Santo, nos levanten, nos concedan paz y nos hagan realizar la obra del Señor en nuestras familias, comunidades de fe y en nuestra sociedad.
“¡Hosanna en las alturas!
¡Bienaventurado el que viene en nombre del Señor!,
¡Hosanna en las alturas!