La Pascua invita a la reflexión sobre el Espíritu Santo

Obispo Joseph Kopacz

Por Obispo Joseph Kopacz
Entre la Pascua y la fiesta de Pentecostés, 50 días, anunciamos las Escrituras que narran la historia del crecimiento de la Iglesia primitiva. Hace casi 2000 años, el Espíritu Santo, el cual resucitó a Jesús de entre los muertos, sacó a los 120 discípulos, reunidos en torno a los apóstoles y María, a las calles y al mundo para llevar la Buena Noticia de la salvación a todas las naciones.
Los Hechos de los Apóstoles, el complementario del evangelio de san Lucas, es la primera entrega de la efusión del prometido Espíritu Santo a ir a los confines de la tierra hasta el final de los tiempos, hasta que Jesucristo regrese.
Cada vez que la unción del Espíritu Santo se celebra en el sacramento de la Confirmación a lo largo de nuestra diócesis y en todas partes, el trabajo de Pentecostés continúa. Ah, pero hemos conocido la acción del Espíritu Santo mucho antes de Pentecostés.
Mientras nuestra nación observa cada año el Día de la Tierra el 22 de abril para celebrar el regalo del mundo natural, nosotros, como hijos de Dios, reconocemos el orden natural de las cosas como el don de la creación. “En el principio Dios creó los cielos y la tierra.
La tierra estaba sin forma y vacía, y la oscuridad cubría las aguas profundas. Y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas”, (Génesis 1:1-2). Por otra parte, Job 26:13 dice, “con un soplo dejó al cielo despejado” o “los hizo bellos”, y “el Espíritu de Dios me hizo, e infundió en mi su aliento”, (Job 33:4). Otro ejemplo es el Salmo 104:30 que dice, “Pero si envías tu aliento de vida, son creados, y así renuevas la faz de la tierra”.
El Espíritu Santo, el Ruaj Yahweh, en una forma mucho más personal, es la fuerza y la inspiración en el trabajo de los profetas de Israel. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha consagrado para predicar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a aliviar a los afligidos, a proclamar la libertad a los cautivos y la libertad a los que están en la carcel” (Isaías 61:1).
Por supuesto, esta ardiente espera del Mesías se cumplió con la obra incesante del Espíritu Santo en María de Nazaret. “El ángel le dijo, el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo descansará sobre ti como una nube; por eso el que ha de nacer será santo; él será llamado Hijo de Dios.” (Lucas 1:35).
Desde este primer momento de la Encarnación y a lo largo de su vida terrena, su muerte y resurrección, el Espíritu Santo acompañó a Jesús de Nazaret. El Espíritu se cernió sobre las aguas del bautismo del amado Hijo de Dios (Marcos 1:17-11) y a la vez llevó a Jesús al desierto (Marcos 1:12). Del desierto Jesús regresó a su hogar en la sinagoga en Nazaret para proclamar de Isaías que el Espíritu del Señor estaba sobre él, y lo que los profetas y las personas anhelaban fue cumplido al escucharlo a él (Lucas 4: 18).
Durante un momento clave de su ministerio público, Jesús se regocijó en el Espíritu Santo y alabó la grandeza de Dios, su padre (Lucas 10:21). Con su vida terrena al borde de la tortura y la muerte, Jesús les asegura a sus discípulos que “el Consolador, el Espíritu Santo, enviado por el Padre, él os enseñará todas las cosas”. (Juan 14:26)
En su carta a los Romanos, san Pablo describe una creencia fundamental de que el Espíritu de Dios resucitó a Jesús de entre los muertos (8:11).
Como había prometido, Jesús en una de sus apariciones de resurrección, un momento de pentecostés en el evangelio de Juan, sopló a los Apóstoles el don del Espíritu Santo y los envió al mundo a predicar y a bautizar, (Juan 20:22).
La aventura de la salvación, impulsada por el Espíritu Santo, continúa durante el tiempo pascual del 2018 hasta los confines de la tierra, y nuestras celebraciones de confirmación promueven la obra de salvación iniciada en el Nuevo Testamento. “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, judíos o no judíos, esclavos o libres, fuimos bautizados para forman un mismo cuerpo por medio de un solo espíritu y a todos se nos dio a beber de ese mismo espíritu, (1Cor. 12:13).
Cuando siento los dones del Espíritu trabajando en estas liturgias de confirmación recuerdo la profunda elocuencia de San Pablo en la Carta a los Corintios, “Nadie puede decir, “Jesús es el Señor”, excepto por el Espíritu Santo.
Ahora, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo, y hay diversidad de ministerios, pero el mismo Señor. Hay variedad de obras, pero es el mismo Dios quien produce todas las obras en cada persona. A cada persona se le ha dado la posibilidad de manifestar el Espíritu para el bien común, (1Cor 12,1ss). Nuestra identidad está firmemente establecida como hijos de Dios porque somos guiados por el Espíritu de Dios, (Rom 8:14).
A través de la fe y el bautismo, somos la morada del Espíritu Santo, templo de Dios (1Cor 3: 16-17), y los signos vivos de nuestro huésped son los frutos de amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Contra tales cosas no hay ley (Gálatas 5,22-23).
Como un pueblo peregrino que camina en el tiempo y que reside en cada rincón de la tierra habitable debemos seguir el mandato del Señor de predicar, bautizar y enseñarle a todos que él nos ha mandado en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28). En un Espíritu conducido por la fe, sus palabras siguen ardiendo en nuestros corazones, y continuamos reconociéndolo en la fracción del pan.
Aunque no somos del mundo, estamos en el mundo, y nuestro espíritu conducido por la fe nos obliga a reconocer que el Reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17). Este es nuestro mandato y plantilla para vivir con la mente y el corazón de Jesucristo.