Justicia, misericordia y la pérdida de nuestras hermanas

Por Obispo Joseph Kopacz
Si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran juntos. 1Cor 12:26.
El majestuoso testimonio de San Pablo sobre la unidad orgánica de la iglesia, el Cuerpo de Cristo en este mundo, anuncia el dolor y la tristeza, la gratitud y la esperanza que han brotado desde el trágico asesinato de la Hermana Paula Merrill, de la congregación de las Hermanas de la Caridad de Nazaret, Ky., y la Hermana Margaret Held de la congregación de las Hermanas de San Francisco de Milwaukee, Wisc., el jueves, 25 de agosto en Durant, Miss. Todos estamos sufriendo a raíz de estos horribles asesinatos; sin embargo, nos alegramos por su larga vida de servicio amoroso y el legado de sus vidas.
En los últimos años, la vida de las hermanas había estado dedicada a curar y a velar por la esperanza de las personas vulnerables en los márgenes de la vida que iban a la clínica en Lexington donde trabajaban como enfermeras profesionales. Antes de su trabajo actual, ellas había sido parte del territorio de la Diócesis de Jackson y del estado de Mississippi durante muchos años en su misión con sus comunidades religiosas y en estrecha colaboración con ellas en sus diversas funciones.
Su fidelidad al Señor crucificado y resucitado como hermanas religiosas, junto con su amplia experiencia en el cuidado de la salud y pastoral, las facultó para cuidar a los residentes del Condado de Holmes y más allá de una manera profesional y compasiva. Lamentablemente, con el paso de cada día, se hace más evidente como las van a extrañar. Sus muertes abren una brecha en los servicios de atención médica a los pobres donde servían.
Cuando nos detenemos a reflexionar durante estos tristes días, nos damos cuenta de que hay muchas personas cuyas vidas han sido afectadas. Naturalmente, sus familiares están sufriendo, respaldándose mutuamente y luchando por darle sentido a su pérdida. Vinieron de todas partes de los Estados Unidos para participar en los servicios funerarios. Asimismo, las hermanas de sus respectivas comunidades religiosas, sus familias por medio de la fe y de los votos, están tristes por la pérdida de sus amigas y compañeras de trabajo en la viña del Señor, relaciones que se remontan a 50 años.
Los feligreses de la pequeña y unida comunidad parroquial de Santo Tomás en Lexington, donde la Hermana Paula y la Hermana Margaret habían participado activamente, están aturdidos por la pérdida de dos miembros de su familia parroquial.
El impacto de su violenta muerte se hace evidente también en sus compañeros de trabajo de la clínica de salud donde trabajaban, en los residentes de Lexington, en otras comunidades en el Condado de Holmes y más allá, entre sus amigos y benefactores y en personas de buena voluntad.
Una enorme lamentación ha descendido sobre nosotros y  no se disipará pronto. Sin embargo, la mano salvadora del Señor está ya trabajando en nuestras vidas. Recordamos cuán verdaderas son las inspiradoras palabras del Libro de Lamentaciones en el Antiguo Testamento mientras continuamos luchando con esta dura realidad. El amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan; que grande es su fidelidad. (Lamentaciones 3:22-23)
Durante el servicio de vigilia en la Iglesia Santo Tomás en Lexington el domingo por la noche, y durante la misa conmemorativa en la Catedral de San Pedro Apóstol, el lunes por la mañana, la fidelidad del Señor fue evidente. Familiares y amigos de la Hermana Paula y la Hermana Margaret se reunieron para orar, para conocerse, consolarse mutuamente, para relatar historias personales de las dos hermanas y escuchar nuevamente la historia que nos restaura en la curación y en la esperanza de vida, la muerte y la resurrección de nuestro Señor crucificado. Como cristianos regresamos al pie de la cruz, porque esto es lo que somos.
Al pie de la cruz sabemos que por medio de su misericordia Dios nos ha perdonado nuestros pecados y los fracasos de amar. Al pie de la cruz recordamos que nuestro moribundo Señor confió a su fiel madre María y a su amado discípulo Juan, el uno al otro, incorporando sus palabras en la Última Cena, que debemos amarnos unos a otros como él nos ha amado.
Durante esta semana la presencia del Señor ha sido vertida como la sangre y el agua de su costado abierto en la cruz en el cuidado, la compasión y el consuelo que la gente estaba extendiendo mutuamente a la sombra de la muerte.
Al pie de la cruz vemos el cuerpo herido y destrozado del Señor y escuchamos sus palabras dirigidas a Dios, Padre, en nombre de sus verdugos, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Cuando estamos al pie de la cruz, el Señor nos revela su mente y su corazón, que creemos que es la voluntad de amor de Dios revelada en Cristo crucificado. El don de la misericordia que hemos recibido es para ser dado como un regalo. El amor que conocemos en el Señor Jesús es el signo visible de su presencia en nuestro amor del uno por el otro. Y sí, debemos amar incluso a nuestros enemigos, como lo sabemos del Sermón de la Montaña y de la sangre de la cruz, evidente en el perdón que extendemos a los que nos persiguen, a los que nos hacen daño, incluso a los que nos matan.
Esto es cierto en el caso de Rodney Sanders y quienquiera puede haber perpetrado un crimen devastador. La justicia debe ser promulgada, la sociedad debe ser protegida, pero la violencia no debe ser perpetuada exigiendo la pena de muerte por estos delitos capitales.
Un gran profeta asesinado en su mejor tiempo en nuestra sociedad moderna, dio un testimonio elocuente de la sabiduría de la no violenta de la Cruz con sus palabras y su propia sangre. “La debilidad fundamental de la violencia es que es una espiral descendente, provocando lo mismo que busca destruir. En lugar de disminuir el mal, lo multiplica. A través de la violencia pueden asesinar al mentiroso, pero no pueden asesinar la mentira ni restablecer la verdad. A través de la violencia se puede asesinar al que odia, pero no se asesina el odio. En efecto, la violencia sólo aumenta el odio. Así va. Devolver violencia con violencia multiplica la violencia, añadiendo más oscuridad a una noche ya desprovista de estrellas. La oscuridad no puede expulsar la oscuridad: sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar al odio: sólo el amor puede hacerlo”. Martin Luther King, Jr.
El Cuerpo de Cristo está sufriendo por la tragedia sucedida a la Hermana Paula y a la Hermana Margaret, pero nos regocijamos por sus vidas y su legado derramada en su amoroso servicio, dos luces que vencieron la oscuridad.