El servicio como diáconos hace mejores sacerdotes

Por Opisbo Joseph Kopacz
Las ordenaciones al diaconado transitorio de Nick Adams y Aaron Williams fueron celebraciones jubilosas para todos aquellos que han cultivado sus vocaciones a lo largo de sus vidas. Principalmente estamos agradecidos a sus familias de origen, y especialmente a sus padres, quienes sembraron la semilla de la fe en el bautismo y los criaron de una forma tan amorosa que estuvieron abiertos a la llamada de Jesús a seguirlo en la vocación del ministerio ordenado. Festejando junto a los recién ordenados diáconos y sus familias en la Iglesia San Patricio en Meridian y en la Catedral de San Pedro Apóstol en Jackson estaban muchos otros que los acompañaron a través de los años: seminaristas y profesores, sacerdotes y diáconos, feligreses de alrededor de la diócesis y amigos, todos parte del cuerpo de Cristo, el pueblo de Dios, quienes los abrazaron con una expresión de alegría de fe, de esperanza y de amor, en las dos liturgias Eucarísticas.
En el camino al sacerdocio el diaconado transitorio pasa rápidamente y los diáconos Nick y Aarón, subsecuentemente serán ordenados sacerdotes para la Diócesis de Jackson. Pero el carácter permanente del diaconado permanecerá como una marca distintiva del sacerdocio. Han sido configurados a Cristo el Siervo como diáconos y se esforzarán cada día por la gracia de Dios a seguir al Señor que vino, no para ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mateo 20:28). Como yo lo he hecho, tú debes hacerlo, (Jn 13:15) son las inmortales palabras de Jesús en la Última Cena, después de lavarle los pies a sus discípulos. Ellos servirán al Señor de una triple manera: en su Palabra, como heraldos del Evangelio y predicadores, como ministros de los sagrados misterios en el altar y como dedicados discípulos de la caridad y de bondad de diversas maneras. Este ministerio de servicio profundizará su llamada a convertirse en sacerdotes que serán siervos-líderes con la mente y el corazón de Jesucristo.
Nicholas Adam fue ordenado diácono el día de la fiesta de San Patricio, 17 de marzo, y el nombre del gran apóstol misionero de Irlanda se agregó a la letanía de los santos. Además de la carne de vaca (corned beef) en un viernes de Cuaresma, el don de las inspiradoras palabras de San Patricio alimentaron la celebración eucarística de la ordenación. Al igual que el misionero irlandés que vino desde otros lugares a evangelizar y servir, así el diácono Nick ha abrazado a la gente de Mississippi, habiendo llegado desde otra tierra al este.
¿Quién soy yo, Señor, y cuál es mi vocación que trabajaste en mí con tal poder divino? Lo hiciste, para que lo que me pase a mí, yo pueda aceptar el bien y el mal igualmente, siempre dando gracias a Dios. Él respondió a mi oración de tal manera que podría ser lo suficientemente audaz como para tomar tan santo y tan maravillosa tarea e imitar en cierto grado a aquellos a quienes el Señor había predicho hace mucho tiempo como heraldos del Evangelio, dando testimonio a todas las naciones.
Mensajeros de buenas noticias en verdad. Al diácono ordenado se le da el Evangelio de Cristo en la culminación de la ceremonia de ordenación para dar testimonio a las naciones en el siglo 21. Recibe el Evangelio de Cristo cuyo mensajero has llegado a ser. Cree lo que lees; enseña lo que crees; practica lo que enseñas.
Al día siguiente el diácono Aaron fue ordenado en la liturgia del sábado por la tarde del tercer domingo de Cuaresma. Como narra el Evangelio de Juan, Jesús se sentó a descansar en el poso de Jacob al mismo tiempo que la mujer samaritana llegó con su balde para el agua. Como sabemos el encuentro transformó la vida complicada de esta mujer. Llegó arrastrando su balde en el calor del mediodía día del cual sabemos un poco en nuestros veranos de Mississippi y partió con pies alados en su nueva vida como discípulo misionero. Ella entendió que el Mesías no necesitaba un balde para sumergirla en el manantial de agua que mana a la vida eterna. Ella es nuestro paradigma durante la Cuaresma mientras anhelamos que el Señor agite las aguas de nuestro propio bautismo, sabiendo que ya está esperando antes de que lleguemos.
Otro Santo excepcional invocado durante la letanía de los Santos en la liturgia de la ordenación es San Efrén, diácono de la Iglesia oriental que vivió en el siglo cuarto. Amaba la liturgia y compuso una enorme recopilación de himnos y poesía que están repletos de sabiduría bíblica y teología. Él es un intercesor apropiado para Aaron que ama la liturgia y también ha escrito piezas litúrgicas. El siguiente es de las obras de San Efrén y reconocemos la armonía con el encuentro de Jesús y la samaritana.
El aliento que emana de alguien venido del paraíso da dulzura a la amargura de esta región, templa la maldición en esta tierra nuestra. Ese jardín es el aliento de vida de este mundo enfermo que ha estado tanto tiempo en enfermedad; ese aliento proclama que un remedio salvador ha sido enviado a sanar nuestra mortalidad.
De esta manera es con otra primavera, llena de perfumes, que sale de Eden y penetra en la atmósfera como una brisa benéfica por la cual nuestras almas se revuelven; nuestra inhalación es sanada por este aliento curativo del paraíso;
las primaveras reciben una bendición de esa bendita primavera que emite a partir de ahí.
Si supieras el don de Dios son las palabras que Jesús habló a la samaritana revelando su profunda sed por su fe y su salvación. Celebramos el regalo de Dios mediante la fe y la esperanza que no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. (Romanos 5:5) Qué el Señor renueve nuestra fe durante este tiempo de Cuaresma mientras seguimos a la samaritana de la oscuridad a la luz de un nuevo día.

Service as deacons makes better priests

By Bishop Joseph Kopacz
The ordinations to the transitional diaconate of Nick Adam and Aaron Williams were joyful celebrations for all who have nurtured their vocations throughout their lives. Most of all we are grateful to their families of origin, and especially their parents, who planted the seed of faith in baptism and raised them in such loving ways that they were open to the call of the Lord Jesus to follow him in the vocation of ordained ministry.
Surrounding the newly ordained deacons and their families at Saint Patrick’s in Meridian and in the Cathedral of Saint Peter the Apostle in Jackson were many others who accompanied them through the years. Seminarians and faculty, priests and deacons, parishioners from around the diocese and friends, all part of the Body of Christ, the people of God, who embraced them in a joyful expression of faith, hope and love in both Eucharistic liturgies.
On the path to priesthood the transitional diaconate passes quickly and Deacons Nick and Aaron then will be ordained as priests for the Diocese of Jackson. Yet the enduring character of the diaconate will remain as a distinguishing mark of the priesthood. They have been configured to Christ the Servant as deacons and will strive each day by God’s grace to follow the Lord who came, not to be served but to serve, and to give his life as a ransom for many (Matthew 20,28) As I have done, so you must do, (John 13,15) are the timeless words of Jesus at the Last Supper after he washed the feet of his disciples.
They will serve the Lord in a threefold manner: in his Word, as heralds of the Gospel and preachers, as ministers of the sacred mysteries at the altar and as dedicated disciples of charity and goodness in manifold ways. This ministry of service will deepen their call to become priests who will be servant-leaders with the mind and heart of Jesus Christ.
Deacon Nicholas Adam was ordained on the feast of Saint Patrick, March 17, and the name of the great missionary apostle to Ireland was added to the Litany of Saints. Besides the gift of corned beef on a Friday in Lent, the gift of Saint Patrick’s inspiring words nourished the Eucharistic celebration of ordination. Like the Irish missionary who came from elsewhere to evangelize and serve, so Deacon Nick has embraced the people of Mississippi, having come from another land to the east.
Who am I, Lord, and what is my calling, that you worked through me with such divine power? You did it, so that whatever happened to me, I might accept good and evil equally, always giving thanks to God. God is never to be doubted. He answered my prayer in such a way that I might be bold enough to take up so holy and so wonderful a task, and imitate in some degree those whom the Lord had so long ago foretold as heralds of the Gospel, bearing witness to all the nations.
Heralds of Good News indeed. The ordained deacon is given the Gospel of Christ at the culmination of the ordination ceremony to bear witness to the nations in the 21st century. “Receive the Gospel of Christ whose herald you have become. Believe what you read; teach what you believe; practice what you teach.”
On the following day Deacon Aaron Williams was ordained at the Saturday evening liturgy of the third Sunday of Lent. As the Gospel of John narrates, Jesus sat down to rest at Jacob’s well at the same time the Samaritan woman arrived with her bucket. As we know the encounter transformed the train wreck of this woman’s life. She arrived dragging her bucket in the noon day heat which we know a little bit about in our Mississippi summers, and departed with winged feet into her new life as a missionary disciple. She understood that the Messiah did not need a bucket to immerse her in the spring of water welling up to eternal life. She is our paradigm during Lent as we thirst for the Lord to stir the waters of our own Baptism, knowing that he is already waiting before we arrive.
Another outstanding saint invoked during the Litany of Saints in the ordination liturgy is Saint Ephrem, a deacon of the Eastern Church who lived in the fourth century. He loved the liturgy and composed an enormous compilation of hymns and poetry which are replete with biblical wisdom and theology. He is a fitting intercessor for Aaron who loves the liturgy and has also written liturgical pieces. The following is from the works of Saint Ephrem and we recognize the harmony with the encounter of Jesus and the Samaritan woman.

The breath that wafts from some blessed comer of Paradise
gives sweetness to the bitterness of this region,
it tempers the curse on this earth of ours.
That Garden is the life-breath of this diseased world
that has been so long in sickness; that breath proclaims that a saving remedy
has been sent to heal our mortality.

Thus it is with another spring, full of perfumes,
which issues from Eden and penetrates into the atmosphere
as a beneficial breeze by which our souls are stirred;
our inhalation is healed by this healing breath from Paradise;
springs receive a blessing from that blessed spring which issues forth from there.
‘If you knew the Gift of God’ are the words that Jesus spoke to the Samaritan woman revealing his deep thirst for her faith and salvation. We celebrate the Gift of God through faith, and the hope that does not disappoint because the love of God has been poured into our hearts through the Holy Spirit. (Romans 5,5) May the Lord renew our faith during this season of Lent as we follow the Samaritan woman from darkness into the light of a new day.

Obispo Kopacz: “Poner fin a la pena de muerte en lugar de ampliar”

El obispo Joseph Kopacz hizo pública la siguiente declaración el lunes 6 de marzo, en la que se oponía a la pena de muerte. La declaración es una reacción a la proyecto de ley de la Cámara de los Representantes (H.B. 638) que pide formas adicionales de ejecución en el estado de Mississippi si el método actual, la inyección letal, es declarado inconstitucional.
La inyección letal ha sido objeto de fuego en los últimos años, ya que algunos presos han parecido sufrir a medida que fueron ejecutados. Los fármacos utilizados también se han vuelto más difíciles de obtener debido a la controversia. Mississippi no ha podido ejecutar a nadie desde 2012 debido a los casos judiciales pendientes. Este proyecto de ley permitiría una cámara de gas o electrocución como métodos alternativos.
Cuando nos ocupamos de los argumentos legales y morales relativos a la pena de muerte, debemos hacerlo no con venganza e ira en nuestros corazones, sino con la compasión y misericordia del Señor en mente. También es importante recordar que las penas impuestas a los delincuentes siempre deben permitir la posibilidad de que el criminal puede mostrar el pesar por el mal cometido y cambiar su vida para mejor. No enseñamos que matar es malo matando a los que matan a otros. El Papa Juan Pablo II ha dicho que la pena de muerte es cruel e innecesaria. Del mismo modo, el antídoto contra la violencia no es más violencia.
Hace casi un año que nuestra comunidad católica sufrió los trágicos asesinatos de la hermana Paula Merrill, SCN, y la hermana Margaret Held, SSSF, que sirvió en una clínica médica en el condado de Holmes. Inmediatamente, en medio de su profunda pérdida, tanto las comunidades religiosas a las que pertenecían como sus familias afirmaron una y otra vez que se oponían a la pena de muerte como un nuevo ataque contra la dignidad humana. Estamos totalmente de acuerdo.
Obispo Joseph R. Kopacz

La pena de muerte corta la oportunidad de conversión

Por Obispo Joseph Kopacz
Mientras la Legislatura del Estado de Mississippi debate y vota sobre la expansión de métodos de ejecución en previsión a la reanudación de la pena capital, yo me permito presentar las perspectivas y las enseñanzas de nuestra fe católica que promueven la abolición de la pena de uerte. Nosotros alentamos y oramos por undebate más amplio y comprensivo e ponga en tela de juicio nuestras suposiciones sobre la legitimidad moral de la pena de muerte en el estado y en nuestro país en el siglo XXI.
La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos Catecismo de la Iglesia católica 2267.
La oposición de la iglesia en contra de la pena demuerte no debería ser vista como indiferencia frente a los ataques contra la vida humana y la maldad del asesinato, sino como una afirmación a lo sagrado de toda vida, incluso para aquellos que han cometido los crímenes más horrendos. La Iglesia Católica en este país se ha pronunciado en contra del uso de la pena de muerte por muchos años. Nuestra fe católica afirma nuestra solidaridad y apoyo por las víctimas de delitos y a sus familias. Nosotros nos comprometemos a caminar con ellos y a asegurarles el cuidado y la compasión de Dios, asistiéndolos en sus necesidades espirituales, físicas y emocionales en medio de su profundo dolor y pérdida.
Nuestra tradición de fe ofrece una perspectiva única sobre crimen y castigo basado en la esperanza, curación y no en castigo para su propio beneficio. No importa cuán horrible haya sido el crimen, si la sociedad puede protegerse sin terminar una vida humana, debe hacerlo.Hoy tenemos esa capacidad. (Declaración del CardenalSean O’Malley y el Arzobispo Thomas Wenski 07-16- 2015)
Hace casi un año que nuestra comunidad católica y muchos otros sufrieron el trágico asesinato de las hermanas Paula Merrill y Margaret Held, quienen servían a nuestra comunidad como enfermeras, ellas estaban trabajando en el Condado Holmes. La pérdida de su vida sigue siendo una tragedia para todos los que las conocíamos y, especialmente, para los pobres que ella hermanas sirvieron fielmente y con amor por décadas. Sin embargo, durante el funeral, en medio de su profunda pérdida, las familias de las hermanas y sus dos comunidades religiosas -Hermanas de la caridad de Nazaret and Escuelas de San Francisco- afirmaron una y otra vez que se oponían a la pena de muerte porque era un ataque más contra la dignidad humana. Responder de esta forma parece ser de otro mundo, ¿no? Esta compasión surge de la esperanza que sabemos viene de la eterna misericordia de Jesucristo en la cruz y en la resurrección, para esta vida y la siguiente.
Cuando nos extendemos en argumentos jurídicos y morales sobre la pena de muerte, debemos hacerlo no con ira y venganza en nuestros corazones, sino con la compasión y la misericordia del Señor en mente. También es importante recordar que las penas impuestas a los delincuentes siempre necesitan permitir la posibilidadde que el criminal muestre arrepentimiento por el mal cometido y cambie su vida para bien. El uso de la pena de muerte reduce cualquier posibilidad de transformar en esta vida el alma de la persona condenada. Nosotros no enseñamos que matar es malo, al matar a quienes matan a otros. San Juan Pablo II ha dicho que la pena de muerte es cruel e innecesaria. Asimismo, el antídoto a la violencia no es más violencia. (O’Malley & Wenski)
Como sociedad debemos abordar la legitimidadmoral de la pena de muerte con humildad e integridad.Hombres y mujeres inocentes han sido ejecutados.
Esta injusticia clama al cielo. Algunos estados han liberado a más de 150 en tiempos recientes que fueron acusados injustamente. Asimismo, muchas condenasa muerte son ligadas inseparablemente a la pobreza, al racismo, a las drogas y pandillas que disminuyen enormemente la libertad y responsabilidad, conduciendo a los jóvenes por caminos de violencia.
Sin embargo, como Caín en el libro del Génesis, cuya vida fue librada después que mató a su hermano Abel, quienes asesinan deben pagar el precio de ser retirados de por vida de la sociedad.
El crimen y el castigo son realidades crudas en nuestra nación, y un consenso sobre leyes justas es difícil incorporar en una sociedad tan agitada y diversa como es nuestro gran país. Con demasiada frecuencia vemos la realidad “débilmente como en un espejo” y por esto deberíamos errar en el lado de la vida y la dignidad de todos los seres humanos. Nosotros no somos impotentes. Acérquense a las familias afectadas por la delincuencia violenta y llevarles el amor y la compasión de Cristo. Oren por las víctimas de crimen, por quienes enfrentan a la ejecución, y por aquellos que trabajan en el sistema de justicia penal. Visiten a los encarcelados como Jesús manda como un medio para nuestra propia salvación. Aboguen por mejores políticas públicas para proteger a la sociedad y poner fin al uso de la pena de muerte. (O’Malley & Wenski)

La pena de muerte corta la oportunidad de conversión

Por Obispo Joseph Kopacz
Mientras la Legislatura del Estado de Mississippi debate y vota sobre la expansión de métodos de ejecución en previsión a la reanudación de la pena capital, yo me permito presentar las perspectivas y las enseñanzas de nuestra fe católica que promueven la abolición de la pena de muerte. Nosotros alentamos y oramos por un debate más amplio y comprensivo que ponga en tela de juicio nuestras suposiciones sobre la legitimidad moral de la pena de muerte en el estado y en nuestro país en el siglo XXI.
La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas.
Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana.
Hoy, en efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos Catecismo de la Iglesia católica 2267.
La oposición de la iglesia en contra de la pena de muerte no debería ser vista como indiferencia frente a los ataques contra la vida humana y la maldad del asesinato, sino como una afirmación a lo sagrado de toda vida, incluso para aquellos que han cometido los crímenes más horrendos. La Iglesia Católica en este país se ha pronunciado en contra del uso de la pena de muerte por muchos años.
Nuestra fe católica afirma nuestra solidaridad y apoyo por las víctimas de delitos y a sus familias. Nosotros nos comprometemos a caminar con ellos y a asegurarles el cuidado y la compasión de Dios, asistiéndolos en sus necesidades espirituales, físicas y emocionales en medio de su profundo dolor y pérdida.
Nuestra tradición de fe ofrece una perspectiva única sobre crimen y castigo basado en la esperanza, curación y no en castigo para su propio beneficio. No importa cuán horrible haya sido el crimen, si la sociedad puede protegerse sin terminar una vida humana, debe hacerlo. Hoy tenemos esa capacidad. (Declaración del Cardenal Sean O’Malley y el Arzobispo Thomas Wenski 07-16-2015)
Hace casi un año que nuestra comunidad católica y muchos otros sufrieron el trágico asesinato de las hermanas Paula Merrill y Margaret Held, quienen servían a nuestra comunidad como enfermeras, ellas estaban trabajando en el Condado Holmes. La pérdida de su vida sigue siendo una tragedia para todos los que las conocíamos y, especialmente, para los pobres que ella hermanas sirvieron fielmente y con amor por décadas. Sin embargo, durante el funeral, en medio de su profunda pérdida, las familias de las hermanas y sus dos comunidades religiosas -Hermanas de la caridad de Nazaret and Escuelas de San Francisco- afirmaron una y otra vez que se oponían a la pena de muerte porque era un ataque más contra la dignidad humana. Responder de esta forma parece ser de otro mundo, ¿no? Esta compasión surge de la esperanza que sabemos viene de la eterna misericordia de Jesucristo en la cruz y en la resurrección, para esta vida y la siguiente.
Cuando nos extendemos en argumentos jurídicos y morales sobre la pena de muerte, debemos hacerlo no con ira y venganza en nuestros corazones, sino con la compasión y la misericordia del Señor en mente. También es importante recordar que las penas impuestas a los delincuentes siempre necesitan permitir la posibilidad de que el criminal muestre arrepentimiento por el mal cometido y cambie su vida para bien. El uso de la pena de muerte reduce cualquier posibilidad de transformar en esta vida el alma de la persona condenada. Nosotros no enseñamos que matar es malo, al matar a quienes matan a otros. San Juan Pablo II ha dicho que la pena de muerte es cruel e innecesaria. Asimismo, el antídoto a la violencia no es más violencia. (O’Malley & Wenski)
Como sociedad debemos abordar la legitimidad moral de la pena de muerte con humildad e integridad. Hombres y mujeres inocentes han sido ejecutados.
Esta injusticia clama al cielo. Algunos estados han liberado a más de 150 en tiempos recientes que fueron acusados injustamente. Asimismo, muchas condenas a muerte son ligadas inseparablemente a la pobreza, al racismo, a las drogas y pandillas que disminuyen enormemente la libertad y responsabilidad, conduciendo a los jóvenes por caminos de violencia. Sin embargo, como Caín en el libro del Génesis, cuya vida fue librada después que mató a su hermano Abel, quienes asesinan deben pagar el precio de ser retirados de por vida de la sociedad.
El crimen y el castigo son realidades crudas en nuestra nación, y un consenso sobre leyes justas es difícil incorporar en una sociedad tan agitada y diversa como es nuestro gran país. Con demasiada frecuencia vemos la realidad “débilmente como en un espejo” y por esto deberíamos errar en el lado de la vida y la dignidad de todos los seres humanos. Nosotros no somos impotentes. Acérquense a las familias afectadas por la delincuencia violenta y llevarles el amor y la compasión de Cristo. Oren por las víctimas de crimen, por quienes enfrentan a la ejecución, y por aquellos que trabajan en el sistema de justicia penal. Visiten a los encarcelados como Jesús manda como un medio para nuestra propia salvación. Aboguen por mejores políticas públicas para proteger a la sociedad y poner fin al uso de la pena de muerte. (O’Malley & Wenski)

Death penalty cuts off opportunity for conversion

By Bishop Joseph Kopacz
As the Mississippi’s Legislature debates and votes on the expansion of methods of execution in anticipation of the resumption of capital punishment, I respectfully submit the perspective and teachings from our Catholic faith that promote the abolition of the death penalty. We encourage and pray for a more comprehensive debate that calls into question our assumptions for the moral legitimacy of the death penalty in the state and in our nation in the 21st century.
If non lethal means are sufficient to defend and protect people’s safety from the aggressor, authority ought to limit itself to such means as these are more in keeping with the concrete conditions of the common good and more in conformity with dignity of the human person. Today the State, by rendering one who has committed the offense incapable of doing harm, without definitively taking away from him or her the possibility of redemption, the cases in which the execution of the offender is an absolute necessity, are very rare, if not practically non-existent. (Catechism of the Catholic Church 2267)
The Church’s opposition to the death penalty should not be seen as indifference to attacks on human life and the evil of murder, but as an affirmation to the sacredness of all life, even for those who have committed the most heinous of crimes. The Catholic Church in this country has spoken out against the use of the death penalty for many years.
Our Catholic faith affirms our solidarity with and support for victims of crime and their families. We commit ourselves to walk with them and assure them of God’s compassion and care, ministering to their spiritual, physical and emotional needs in the midst of deep pain and loss.
Our faith tradition offers a unique perspective on crime and punishment, one grounded in hope and healing, and not for punishment for its own sake. No matter how heinous the crime, if society can protect itself without ending a human life, it should do so. Today we have that capability. (Statement of Cardinal Sean O’Malley & Archbishop Thomas Wenski 07-16-2015)
It has been nearly a year since our Catholic community and many others suffered the tragic murders of Sister Paula Merrill, SCN, and Sister Margaret Held, SSSF, the nursing nuns, who served as PAs in Holmes County. This loss of life remains a tragedy for all who knew them, and especially for the poor whom the sisters served faithfully and lovingly for decades. However, throughout the funeral services, in the midst of their profound loss, the sisters’ families and both Religious Communities – the Sisters of Charity of Nazareth and the School Sisters of St. Francis – stated time and again that they are opposed to the death penalty because it is a further assault against human dignity. To respond in this matter seems other-worldly, doesn’t it? This compassion arises out of the hope we know in the undying mercy of Jesus Christ, in the cross and resurrection, for this life and the next.
When dwelling on legal and moral arguments concerning the death penalty, we should do so not with vengeance and anger in our hearts, but with the compassion and mercy of the Lord in mind. It is also important to remember that penalties imposed on criminals always need to allow for the possibility of the criminal to show regret for the evil committed and to change his or her life for the better. The use of the death penalty cuts short any possibility of transforming the condemned person’s soul in this life. We do not teach that killing is wrong by killing those who kill others. Saint Pope John Paul II has said the penalty of death is both cruel and unnecessary.
Likewise, the antidote to violence is not more violence. (O’Malley & Wenski)
As a society we have to approach the moral legitimacy of the death penalty with humility and integrity. Innocent men and women have been executed. This injustice cries out to heaven. States have released more than 150 in recent times who were wrongly accused. Likewise, far too many death sentences are inseparably linked to poverty, racism, drugs, and gangs that greatly diminish freedom and responsibility, sweeping young people down paths of violence. However, like Cain in the book of Genesis whose life was spared after he slew his brother Abel, those who murder have to pay the price of lifetime removal from society.
Crime and punishment are visceral realities in our nation, and a consensus on just laws is difficult to incorporate in a society as tumultuous and diverse as is this great land of ours. Too often we see reality “dimly as in a mirror” and because of this we ought to err on the side of life and the dignity of all human beings. We are not powerless. Reach out to the families of those afflicted by violent crime by bringing Christ’s love and compassion. Pray for the victims of crime, those facing execution, and those working in the criminal justice system. Visit those in prison as Jesus commands as a standard for our own salvation. Advocate for better public policies to protect society and end the use of the death penalty. (O’Malley & Wenski)

Bishop Kopacz: end death penalty instead of expanding

Bishop Joseph Kopacz released the following statement on Monday, March 6, opposing the death penalty. The statement is in reaction to House Bill 638, which calls for additional forms of execution in the state of Mississippi if the current method, lethal injection, is declared unconstitutional.
Lethal injection has come under fire in recent years as some inmates have seemed to suffer as they were executed. The drugs used have also become more difficult to obtain because of the controversy. Mississippi has not been able to execute anyone since 2012 because of pending court cases. This bill would allow a gas chamber or electrocution as alternate methods.
As the State of Mississippi’s Legislature debates the expansion of methods in support of the resumption of capital punishment, (H.B. 638) we respectfully submit the perspective and teachings from our Catholic faith that promote the abolition of the death penalty. We encourage and pray for a more comprehensive debate that calls into question our assumptions the moral legitimacy of the death penalty in the state and in our nation.
If, however non-lethal means are sufficient to defend and protect people’s safety from the aggressor, authority ought to limit itself to such means as these are more in keeping with the concrete conditions of the common good and more in conformity with dignity of the human person. Today the state, by rendering one who has committed the offense incapable of doing harm, without definitively taking away from him or her the possibility of redemption, the cases in which the execution of the offender is an absolute necessity, are very rare, if not practically non-existent. (Catechism of the Catholic Church 2267)
When dwelling on legal and moral arguments concerning the death penalty, we should do so not with vengeance and anger in our hearts, but with the compassion and mercy of the Lord in mind. It is also important to remember that penalties imposed on criminals always need to allow for the possibility of the criminal to show regret for the evil committed and to change his or her life for the better. We do not teach that killing is wrong by killing those who kill others. Saint Pope John Paul II has said the penalty of death is both cruel and unnecessary. Likewise, the antidote to violence is not more violence.
It has been nearly a year since our Catholic community suffered the tragic murders of Sister Paula Merrill, SCN, and Sister Margaret Held, SSSF, who served at a medical clinic in Holmes County. Immediately, in the midst of their profound loss, both the religious communities to which they belonged and their families stated time and again that they are opposed to the death penalty as a further assault against human dignity. We wholeheartedly agree.
Bishop Joseph R. Kopacz

Oración, ayuno y limosna: Marcas distintivas de Cuaresma

Por Obispo Joseph Kopacz
El Miércoles de Ceniza es una de las celebraciones religiosas más reconocibles en el mundo católico y más allá. No es algo que sólo los católicos observan, sino es un ritual que marca el comienzo de la Cuaresma, la cual gradualmente se está expandiendo en el mundo cristiano. El año pasado, ya entrada la noche de ese día estaba haciendo algunas compras de alimentos y la cajera del establecimiento me preguntó: “¿Qué es eso que tienen en su frente?” Le dije que era polvo sagrado, un poderoso símbolo de la Iglesia Católica para el Miércoles de Ceniza, y añadí que la persona detrás de mí, que no era católica, también estaba marcada con cenizas, así que ten cuidado, le dije, porque parece que se está extendiendo. Su mirada fue una de total confusión.
Las cenizas, los restos de las palmas del año anterior, son importantes porque son un recordatorio de que el fruto del pecado es la muerte, un urgente comando para arrepentirse y creer en el Evangelio, una de las primeras demandas de Jesús en su ministerio público. Este ritual sigue el evangelio de san Mateo el Miércoles de Ceniza (6:1-18) que erige los pilares de oración, ayuno y limosna, el motor de conversión en el corazón del Sermón de la montaña. El Señor transformó las prácticas religiosas tradicionales de la antigua ley, no sólo por los 40 días de la temporada, sino como una forma de vida. Esto es evidente con su franqueza, cuando oran, cuando ayunen, al dar limosna. En el Sermón de la Montaña Jesús presentó el nuevo orden de la creación en el plan de salvación de Dios y oración, ayuno y limosna son la prueba viviente de que no nos entretienen rituales vacíos, incluso con polvo santo.
Estos pilares requieren una abnegación y disciplina que infunden vida al gran mandamiento de amar a Dios con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerza, y al prójimo como a nosotros mismos. Recuerden que pequeña es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida (Mateo 7:14), y que Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, amor y disciplina (2Timoteo 1:7), en temporada y fuera de temporada (2Timoteo 4:2). Cada uno de los pilares tiene una longitud y altura, extensión y profundidad que cubren el mundo y todas las personas que viven en ella.
La oración surge de nuestra fe y es prueba de que amamos a Dios y queremos estar diariamente en conversación y en comunión con él en el nombre de Jesús y en el poder del Espíritu Santo. La oración tiene muchas caras, y todos los planteamientos encuentran su sentido fundamental en la Eucaristía, fuente y cumbre de toda oración.
Básicamente estamos diciéndole a Dios que lo amamos con todo nuestro ser, y que encontraremos el momento en medio de nuestras responsabilidades, cargas, búsquedas y distracciones para estar más presentes ante Aquel que es omnipresente. Podemos poner la alerta en nuestro teléfono celular, Fitbit, o en otros aparatos para recordarnos que el Señor está hablando y preguntando, ¿puedes oírme ahora? ¿Quién puede dudar que la oración tiene 365(6) días cada año?
El ayuno es claramente el menos apreciado y utilizado de los tres pilares de transformación. La Iglesia Católica, a través de los siglos se ha centrado acertadamente en la moderación durante los días de ayuno y abstinencia, recordando las palabras del Señor al tentador al final de su 40 día de ayuno que el hombre y la mujer no sólo de pan viven, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, (Mateo 4:4). Una disciplina más intencional hacia el consumo culinario cada día sería ideal, haciendo mucho más que promover un estilo de vida saludable, como es digno. El Papa Benedicto nos ofrece la suprema justificación. El objetivo final del ayuno es ayudar a que cada uno de nosotros le demos el regalo total del sí a Dios. Este es el comienzo y el final del ayuno y no se trata del control de los alimentos, sino del ayuno y la abstención de todos nuestros ídolos, y hay legiones. El ayuno de drogas “recreativas” y del alcohol (adicción, una enfermedad, no ofrece ninguna latitud), de los juegos de azar, de la indulgencia sexual inmoral, la pornografía, el exceso de televisión, nuestros gadgets que obstaculizan nuestras relaciones, el ayuno de la ira y la pereza, la envidia y el orgullo, la codicia y el cinismo.
La lista puede seguir, pero el ayuno que cambia la vida impregna todos los aspectos de nuestro ser, dando una dimensión apropiada a todo lo que es una bendición en nuestras vidas, y liberándonos de todo lo que puede hacernos daño o que debilita nuestra relación con Dios. Obviamente, esto no es una empresa de 40 días, sino una forma de vida que la Cuaresma puede renovar para nosotros.
La limosna, para que no nos detengamos en el umbral de nuestro propio mejoramiento o preocupaciones, el tercer pilar nos permite colocar nuestra oración y ayuno al servicio del Señor, que nos enseña a amar a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos. La limosna es una generosidad de espíritu, una magnanimidad que nos permite servir y compartir, perdonar y responder a las necesidades de los demás en nuestra vida personal y en nuestro mundo, en una forma que sólo puede provenir de la mente y el corazón de Jesús Cristo revelado a través de nuestra oración y ayuno. En el evangelio del domingo pasado del Sermón de la Montaña Jesús oímos decir a Jesús que debemos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. No se trata de no cometer errores, o de estar en nuestro juego cada día, pero a la luz de todo lo que Jesús está enseñando durante el Sermón de la montaña, es un morir a sí mismos, como la semilla que cae en la tierra (Jn 12:24), para que podamos dar el fruto del Reino.
Mientras llegamos al umbral de la Cuaresma y nos preparamos para recibir las cenizas, física o espiritualmente, que esta marca en nuestras frentes sea para nosotros una invitación a alejarnos del pecado y creer en el Evangelio como nuestro estándar de vida. Pero, vamos a disfrutar también de una porción de la torta del rey, (King Cake) una especialidad del Mardi Gras que he venido saboreando desde que me mudé a Mississippi. Con moderación, por supuesto.

Prayer, fasting, almsgiving: hallmarks of Lent

By Bishop Joseph Kopacz
Ash Wednesday is one of the most recognizable religious observances in the Catholic World and beyond. Not only is it something ‘those Catholics do,’ but a ritual marking the beginning of Lent that is gradually expanding into the broader Christian world. Last year, later in the day, I was doing some food shopping and the attendant at the checkout counter asked me, “what y’all got on your forehead?” I said it’s holy dust, a powerful symbol in the Catholic Church for Ash Wednesday and added that the person behind me, who was not Catholic, was also marked with ashes, so be careful because it appears to be spreading. Her look was one of utter confusion.
The ashes, the remains of the previous year’s palms, are significant because they are a stark reminder that the wages of sin are death, a compelling command to repent and believe in the Gospel, the first of Jesus’ demands in his public ministry. This ritual follows the Ash Wednesday gospel from Saint Matthew (6:1-18) that erect the pillars of prayer, fasting and almsgiving, the engine of conversion in the heart of the Sermon on the Mount.
The Lord transformed the traditional religious practices of the Old Law not only for a 40-day season, but as a way of life. This is evident with his straightforwardness, when you pray, when you fast, when you give alms. In the Sermon on the Mount Jesus, introduced the new order of creation in God’s plan of salvation and prayer, fasting and almsgiving are the living proof that we don’t entertain empty rituals, even with holy dust.
These pillars require a selflessness and discipline that infuse life into the great commandments to love God with our whole heart, mind, soul and strength and our neighbor as ourselves. Recall that small is the gate and narrow the road that leads to life (Matthew 7:14) and that God has not given us a spirit of timidity, but of power, love and discipline (2Timothy 1,7), in season and out of season (2Timothy 4,2).
Each of the pillars has a length and height, breath and depth that cover the world and every living person on it. Prayer arises out of our faith and is evidence that we love God and daily want to be in conversation and communion with him in the name of Jesus and in the power of the Holy Spirit. Prayer has many faces and all approaches find their ultimate meaning in the Eucharist, the source and summit of all prayer. Essentially we are saying to God that we do love you with all we’ve got and we will find the time in the midst of our responsibilities, burdens, pursuits and distractions to be more present to the One who is omnipresent. We can set the alert on our iPhone, Fitbit, or on other devices to remind us that the Lord is speaking and asking, can you hear me now? Who can doubt that prayer has a 365(6) day season each year?
Fasting clearly is the most under-appreciated and under-utilized of the three pillars of transformation. The Catholic Church through the ages rightly has focused on moderation during the days of fasting and abstinence, mindful of the words of the Lord to the tempter at the end of his 40-day fast that man and woman do not live by bread alone, but on every word that comes from the mouth of God. (Matthew 4:4) A more intentional discipline toward our culinary consumption every day would be ideal, doing much more than promoting healthy living, as dignified as this is. Pope Benedict offers us the supreme rationale. The ultimate goal of fasting is to help each of us to make the complete gift of self to God. This is the beginning and the end of fasting and it is not only a matter of food control, but of fasting and abstaining from all of our idols and there are legions. Fasting from “recreational” drugs and alcohol (addiction, a disease, offers no latitude), from gambling, immoral sexual indulgence, pornography, excessive television, our gadgets that impede our relationships, fasting from anger and laziness, envy and pride, greed and cynicism.
The list can go on, but the fasting that is life-changing permeates all aspects of our being, right sizing all that is a blessing in our lives and liberating us from all that can harm us or another, or weaken our relationship with God. Obviously, this is not a 40-day enterprise, but a way of life that Lent can renew for us.
Almsgiving: So that we do not stall at the threshold of our own self improvement or preoccupations, the third pillar allows us to place our prayer and fasting at the service of the Lord who teaches us to love God, our neighbor and ourselves. Almsgiving is a generosity of spirit, a magnanimity, that allows us to serve and to share, to forgive and to respond to the needs of others in our personal lives and in our world, in a manner that can only come from the mind and heart of Jesus Christ revealed through our prayer and fasting.
In last Sunday’s gospel from the Sermon on the Mount we heard Jesus say that we are to be perfect as our heavenly Father is perfect. It is not a matter of not making mistakes, or of being on our game each and every day, but in light of all that Jesus is teaching during the Sermon on the Mount, it is the path of self emptying, a dying to self, like the seed that falls to the earth (John 12,24), so that we can bear the fruit of the Kingdom.
As we arrive at the threshold of Lent and prepare to receive the ashes, physically or spiritually, may this mark on our foreheads be for us an invitation to turn away from sin and believe in the Gospel as our standard for living. But, let’s enjoy also a serving of King Cake, a Mardi Gras specialty that I’ve come to relish since moving to Mississippi. In moderation, of course.

El Espíritu Santo ‘dirige’ al equipo hacia una nueva visión

Por Obispo Joseph Kopacz
Entre los muchos ejemplos que mostraron a la Iglesia viva en la Diócesis de Jackson esta semana pasada, dos en particular resaltaron en mis visitas pastorales. La conmemoración anual de la Semana de las Escuelas Católicas fue marcada con abundante alegría y creatividad en 10 de las 16 comunidades escolares donde celebré la Eucaristía. (Tengo previsto visitar y celebrar la Eucaristía en las restantes seis escuelas en las próximas semanas.) El orgullo de las escuelas fue evidente en cada esquina y en cada pasillo. Estoy agradecido a los muchos que están dedicados por el bienestar de nuestras escuelas católicas que siguen siendo una parte vital de nuestra misión diocesana para proclamar a Jesucristo, de manera que todos lo puedan experimentar a él, crucificado y resucitado.
El segundo evento de esta última semana fue la convocatoria que se realizó y en la cual participaron los líderes de las parroquias, los sacerdotes, diáconos, los ministros eclesiales laicos (LEMs) y varios del personal diocesano quienes se sumergieron en la renovación de nuestra misión, visión y prioridades pastorales.
El entusiasmo y el trabajo colaborativo fueron evidentes desde el lunes por la noche hasta el miércoles por la tarde, el primer paso importante de la aplicación de nuestro plan pastoral que comenzó el pasado año en las sesiones de escucha alrededor de la diócesis. Ha sido un proceso inspirador que me recuerda las cautivadoras palabras del profeta del Antiguo Testamento, Habacuc, las cuales fueron leídas al final del taller. Entonces el Señor me respondió diciendo: Escribe la visión, anótala en tablillas para que pueda leerse de corrido. Porque es una visión con fecha exacta, que a su debido tiempo se cumplirá y que no fallará; si se demora en llegar, espérala porque vendrá ciertamente y sin retraso. (2:2-3)
El siguiente paso, casi un año después de las sesiones de escucha, serán sesiones de implementación alrededor de la diócesis para los líderes parroquiales y personal de las parroquias quienes a su vez trabajan con sus párrocos, vicarios parroquiales, LEMs, y diáconos de maneras muy específicas en cada escenario pastoral. Nuestra declaración diocesana de visión renovada está bien diseñada en su sencillez, y de gran alcance en su pertinencia. Servir a los demás — Inspirar a los discípulos — Abrazar la diversidad.
Estas tres frases surgieron de las deliberaciones del equipo diocesano visionario durante siete sesiones durante el verano y el otoño que se caracterizaron por una gran reflexión y diálogo tenaz, todo ello bajo la inspiración del Espíritu Santo. La información recogida durante nuestras 17 sesiones de escucha y el clamor de nuestra cultura actual claman por nuestra declaración de visión. Hay prioridades pastorales con metas y tareas vigorosas que derivan de la visión y estas se presentarán y comenzarán a aplicarse a partir del próximo mes. Cada parroquia, escuela y ministerio pastoral participarán en el labor de aplicar concretamente la visión a la realidad de cada ministerio.
Escribo esta columna en la víspera del tercer aniversario de mi ordenación e instalación como el undécimo obispo de Jackson y, sin duda, ha sido una aventura repleta de acción en la fe desde el principio.
Recuerdo que inmediatamente después de la ceremonia de ordenación un periodista me preguntó si podía elaborar sobre la visión que tenía para la diócesis. Sonreí porque aún no pude encontrar la mitad de las cosas que empaqueté para el traslado a Jackson de la diócesis de Scranton, y mucho menos articular una visión para una diócesis que sólo tenía dos horas de servicio. Seriamente, yo sabía que iba a tomar tiempo para asentarme y tener la oportunidad, en las palabras del papa Francisco, “de un encuentro, de diálogar y acompañar” a los fieles de la diócesis de Jackson, a fin de que el Espíritu Santo nos lleve a la vista que ahora pone ante nosotros. Esto es claramente uno de los significados de las palabras proféticas de Habacuc, citado anteriormente con respecto a la espera de la visión para que llegue en su momento designado.
Recuerden que la misión de la Iglesia Católica y de cada diócesis permanece igual hasta que Cristo venga de nuevo, es decir, hacer discípulos de todas las naciones. Nuestra sagrada misión como una diócesis es proclamar a Jesucristo viviendo el Evangelio para que todos puedan experimentar al Señor crucificado y resucitado. De esta misión viene nuestra visión que nos guiará durante los próximos tres a cinco años. Uno espera la bendición de lograr una unidad más profunda a lo largo de nuestros 65 condados que puede ser compleja debido a nuestra geografía como la diócesis católica más grande al este del río Mississippi. Una de los mantras que periódicamente he escuchado en mis viajes y visitas pastorales es que “no sentimos que somos una parte de la diócesis porque Jackson está tan lejos”.
Esto es difícil de superar, pero creo que nuestra visión renovada con sus prioridades pastorales se esforzará para lograr una unidad que nos facultará. Una exhortación de San Pablo a los corintios que luchaban con la unidad por muchas razones, nos ayu-da a entender la sabiduría de quiénes somos. “Les ruego, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que se pongan de acuerdo y superen sus divisiones, lleguen a ser una sola cosa, con un mismo sentir y los mismos propósitos.” (1Cor 1:10) Una visión puede suscitar en nosotros el mismo espíritu y propósito que la distancia no puede debilitar.
A medida que nuestro 180º año como diócesis se desarrolla ante nosotros, el Señor Jesús, siempre antiguo y siempre nuevo, que comenzó esta buena obra en nosotros, continúa renovándonos e inspirándonos a servirle con fe y creatividad en estos tiempos difíciles pero llenos de esperanza.