Nuestras vidas son obra de amor en Dios

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
Después que Dios puso el mundo en movimiento, mediante la obra de la creación, formó al hombre y la mujer del polvo de la tierra a la imagen y semejanza divina y les confió la tarea de desarrollar esta gran obra.
Entonces y ahora, Dios quiere que no perdamos de vista su presencia divina cuando usemos nuestros talentos para construir un mundo que dé gloria al creador, dignidad a la vida humana en todas partes y un asombro profundo por la belleza de nuestro planeta.
Para mayor motivación e inspiración, nosotros, como discípulos del Hijo de Dios, recordamos las palabras de la Sagrada Escritura que proclaman, “En él Dios creó todo lo que hay en el cielo y en la tierra, tanto lo visible como lo invisible, así como los seres espirituales que tienen dominio, autoridad y poder. Todo fue creado por medio de él y para él. Cristo existe antes que todas las cosas, y por él se mantiene todo en orden.” (Colosenses 1: 15-17) A través de la fe sabemos que el amor es nuestro origen, el amor es nuestro llamado constante y el amor es nuestra plenitud en el cielo.
También sabemos que mientras vivamos hay mucho por hacer. Quizás este Día del Trabajo nos recuerda más que nunca que a lo largo de nuestras vidas el trabajo de construcción y reconstrucción es constante. Recuerde las palabras aleccionadoras pero esperanzadoras de la carta de San Pablo a los romanos. “La creación espera con gran impaciencia el momento en que se manifieste claramente que somos hijos de Dios. Porque la creación perdió su verdadera finalidad, no por su propia voluntad, sino porque Dios así lo había dispuesto; pero le quedaba siempre la esperanza de ser liberada de la esclavitud y la destrucción, para alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que hasta ahora la creación entera se queja y sufre como una mujer con dolores de parto.” (Romanos 8: 19-23)

Obispo Joseph R. Kopacz

Hemos estado alguna vez quejándonos en estos días, mientras la pandemia avanza en muchos rincones de nuestra sociedad y el mundo; quejas por nuestros hijos, ya sea académicamente y desde el punto de vista de su desarrollo; o quejas por la pérdida de vidas y el sufrimiento que sobreviene con esto. Será necesaria una reconstrucción considerable.
La bendecida Madre Teresa comprendió bien la tarea de toda la vida, de construir una comunidad religiosa que sirva a las urgentes necesidades del momento presente y que perdure para las generaciones venideras en un mundo donde no hay garantías. En un poema atribuido a su autoría y titulado “De todos modos”, ella reflexionó, “Aquello que pasas años creando, otros lo pueden destruir de la noche a la mañana. Crea de todos modos.”
Claramente está diciendo que cuando sea necesario, reconstruya y cree algo mejor. Podemos aplicar su sabiduría a los impulsos destructivos inherentes a la humanidad o al poder abrumador de la naturaleza. Parece que dondequiera que miremos, demasiados están atrapados entre la espada y la pared, Escila y Caribdis, los bajíos rocosos o el remolino agitado.
Por un lado, está el poder destructivo de la naturaleza en el virus que acecha silenciosamente, en los incendios furiosos, en los huracanes aulladores, en las inundaciones imprevistas o en los terremotos. Por otro lado, la destrucción brota del abismo de la naturaleza humana, alienada de nuestro amoroso creador, en actos de violencia, terrorismo y guerra. Lo que una vez fue, ya no existe y la gente se ve presionada a elegir. O mira hacia adelante y reconstruye de una forma u otra o mira hacia atrás y se deja llevar por la inercia. El Libro de Eclesiastés nos recuerda que en el ciclo de la vida, “Un momento para destruir y un momento para construir.” (3: 3) Como hijos de Dios, queremos estar ocupados viviendo.
Este fin de semana es el vigésimo aniversario del 11 de septiembre que arrasó con muchas vidas, destruyó estructuras icónicas, causó estragos en la psique de nuestra nación y desató una guerra de 20 años cuyo final oficial sigue derramando sangre. De hecho, toda la creación gime. Sin embargo, esta crisis reveló de inmediato la bondad y el coraje de los socorristas y muchos otros que dejaron de lado la preocupación por sí mismos con la esperanza de rescatar a su vecino y al extraño. Se necesitaron 14 años para que el majestuoso One World Center se construyera en el lugar de las Torres Gemelas que fueron destruidas. Los que experimentaron directamente este horror tardarán toda una vida en sanar. Oramos para que la obra de reconciliación no cese nunca.
El Hijo de Dios, aquel a través de quien y para quien llegó a existir toda la creación, reveló la inevitable vulnerabilidad de la vida en el Calvario. Sin embargo, el Domingo de Resurrección, el amanecer de lo alto amaneció sobre nosotros, quienes caminamos en la sombra de la muerte y que ahora caminamos por fe, trabajando con un propósito todos los días de nuestra vida, porque Cristo vive.
En las grandes preguntas sobre nuestra vida y en nuestras tareas cotidianas y familiares, sepamos que, en Dios, nuestras vidas son un trabajo de amor, ya sea que estemos construyendo algo nuevo con gran confianza o reconstruyendo ante la pérdida. En el Prólogo de San Juan, sabemos de dónde viene el poder para recuperar nuestro equilibrio y nuestra esperanza. “En el principio ya existía la Palabra; y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla”.