Pastoreemos con su mente y corazón

“El Señor es mi pastor;nada me falta.
En verdes praderas me hace descansar,
a las aguas tranquilas me conduce,
me da nuevas fuerzas
y me lleva por caminos rectos,
haciendo honor a su nombre.
Aunque pase por el más oscuro de los valles,
no temeré peligro alguno,
porque tú, Señor, estás conmigo;
tu vara y tu bastón me inspiran confianza.
Me has preparado un banquete
ante los ojos de mis enemigos;
has vertido perfume en mi cabeza,
y has llenado mi copa a rebosar.
Tu bondad y tu amor me acompañan
a lo largo de mis días,
y en tu casa, oh, Señor, por siempre viviré.”

Por Obispo Joseph R. Kopacz, D.D.
El pasado fin de semana marcó el Domingo del Buen Pastor, para todo el mundo católico, en el punto de inflexión de la temporada de Pascua. El salmo 23 es una de las piezas amadas del salterio en alabanza del pastoreo de Dios a su pueblo.
Jesús abrazó esta imagen como piedra angular para reflejar su misión en nuestro mundo. De hecho, el fresco más antiguo de Jesús que se conserva se descubrió en las catacumbas en el siglo II y representa al Señor como el Buen Pastor. En el Evangelio de Juan del domingo pasado, el Señor proclamó: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; pero el que trabaja solamente por la paga, cuando ve venir al lobo deja las ovejas y huye, porque no es el pastor y porque las ovejas no son suyas. Y el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones. Ese hombre huye porque lo único que le importa es la paga, y no las ovejas. Yo soy el buen pastor. Así como mi Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas.” (Juan 10: 11-15)
A medida que el Señor nos pastorea, nos manda que pastoreemos con su mente y corazón, lavándonos los pies unos a otros (Juan 13, 1-20) y amándonos unos a otros. (Juan 13:34) Este estándar está destinado, ante todo, a sus discípulos, en todos los ámbitos de la vida, pero puede ser una piedra angular para todos los que ejercen una autoridad, en el hogar, en todos los niveles de la sociedad y, por supuesto, en la iglesia. Dentro de la mayoría de los grupos de personas, sabemos que hay buenos pastores; hay jornaleros y hay lobos. Esto es cierto para el clero, los oficiales de policía, los maestros, los padres, los trabajadores de la salud, etc. Muchos se ocupan genuinamente y dan su vida por las ovejas. Otros están trabajando por el cheque de pago o esperando un momento oportuno y algunos son lobos.

Obispo Joseph R. Kopacz

Considere los trágicos eventos que rodearon la muerte de George Floyd a manos de Derrick Chauvin y otros oficiales. Han degradado la insignia y la reputación de muchos que son buenos pastores en las fuerzas del orden. Un periodista opinó que en el rostro del ex oficial Chauvin había una expresión de indiferencia, sin empatía ni remordimiento. El Papa Francisco a menudo critica el pernicioso virus de la indiferencia. “En medio de una cultura de indiferencia que no pocas veces se vuelve despiadada, nuestro estilo de vida debe ser devoto, lleno de empatía y misericordia.” Todos los que dan su vida para proteger a la ciudadanía del elemento criminal, que no tiene en cuenta la vida o la decencia, tienen una deuda de gratitud. Aquellos, en las fuerzas del orden, que solo están cobrando un cheque y esperando su momento, deben ver la urgencia de convertirse en buenos pastores. Los que son lobos deben ser removidos.
Desde el título de la última exhortación apostólica del Papa Francisco, “Fraternidad y Amistad Social,” una conversión de corazón y mente, que derribe los muros del racismo y la indiferencia ante el sufrimiento de las personas, es la mejor esperanza para la humanidad. Hay paralelos en las filas del clero y en cada una de las profesiones. En la crisis de abuso sexual en la iglesia, se hizo evidente que había lobos entre los muchos buenos pastores. La buena noticia es que esta corrupción oculta ha sido traída a la luz del Evangelio y las demandas de justicia, la conversión y el cambio genuino están transformando la iglesia. Los Buenos Pastores continúan sirviendo bien. Aquellos que se sientan como jornaleros y que trabajan por un cheque, son llamados a encender la llama del regalo que recibieron en el día de la ordenación. Todos los lobos conocidos son removidos.
Durante este año de San José, recordamos las palabras del Papa Francisco que describen el consentimiento del padre adoptivo de Jesús al ángel Gabriel como una entrega total de sí mismo en servicio a María, su prometida, al niño Jesús y al plan de salvación de Dios. Este santo silencioso es un modelo excepcional de buen pastor. El niño Jesús fue el Buen Pastor que entregó su vida como don puro por la salvación del mundo. A su vez, somos hijos de Dios y ahora la ofrenda de uno mismo encuentra su fuente en nuestra identidad como hijos e hijas de Dios, miembros del cuerpo de su Hijo y templos del Espíritu Santo. Esta es la piedra angular sobre y contra la violencia, el odio y la indiferencia generalizados.
Que las palabras del salmo 23 resuenen en nuestras mentes y corazones: “El Señor es mi pastor; nada me falta. En verdes praderas me hace descansar, a las aguas tranquilas me conduce, me da nuevas fuerzas y me lleva por caminos rectos, haciendo honor a su nombre. Aunque pase por el más oscuro de los valles, no temeré peligro alguno, porque tú, Señor, estás conmigo; tu vara y tu bastón me inspiran confianza. Me has preparado un banquete ante los ojos de mis enemigos; has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar. Tu bondad y tu amor me acompañan a lo largo de mis días, y en tu casa, oh, Señor, por siempre viviré.”