Echegaray cardenal, Henri de Lubac y Vaticano II

Obispo Robert Barron

Por Obispo Robert Barron
La semana pasada falleció el cardenal Roger Etchegaray. Quizás el suyo no era un nombre familiar, pero este hombre muy decente hizo una contribución sustancial a la vida de la Iglesia, sirviendo en varias capacidades diferentes a lo largo de los años y colaborando estrechamente con el Papa Juan Pablo II. Tuve el privilegio de conocerlo a mediados de la década de 1990, cuando visitó el Seminario Mundelein donde yo era profesor de teología. El Cardenal quería dirigirse a la comunidad, pero su inglés era un poco inestable, así que traduje para él. Pero recuerdo que su sonrisa y su gozo evidente en el Señor no necesitaban ninguna traducción.
La primera vez que vi a Roger Etchegaray fue algunos años antes, en un día extraordinario en la Catedral de Notre Dame en París: el funeral del legendario teólogo Henri de Lubac. En ese momento, como estudiante de doctorado de tercer año, me dirigí a Notre Dame, con la esperanza de poder participar en la misa del funeral. Cuando me acerqué a la puerta, un agente de seguridad me detuvo y me preguntó: “Est-ce que vous êtes membre de la famille? (¿Eres miembro de la familia?),” “Non,” respondí. Luego me preguntó: “¿Est-ce que vous êtes theologien? (¿Eres un teólogo?). ”Con cierta inquietud, dije:” Oui (Si), ”y rápidamente me guió a una posición privilegiada cerca del frente de la Catedral.
Al sonido profundo de las campanas de la Catedral, el sencillo ataúd de madera de de Lubac fue llevado por el pasillo central. Noté, cuando pasó por mi posición, que el ataúd estaba coronado por la birreta roja del cardenal de Lubac. Al final de la misa, el cardenal Etchegaray se levantó para hablar en nombre del Papa. Leyó un hermoso homenaje de Juan Pablo II, y luego compartió la siguiente anécdota. Poco después de su elección al papado, John Paul vino a París para una visita pastoral. Hizo una parada especial en el Institut Catholique de Paris para reunirse con teólogos y otros académicos católicos. Después de sus comentarios formales- continuó Etchegaray – Juan Pablo II levantó la vista y dijo: “¿“Où est le pere de Lubac? (¿Dónde está el padre de Lubac?) ”El joven Karol Wojtyla había trabajado estrechamente con de Lubac durante el Vaticano II, específicamente en la composición del gran documento conciliar Gaudium et Spes. De Lubac dio un paso adelante y, Etchegaray nos dijo que el Papa Juan Pablo II inclinó la cabeza ante el distinguido teólogo. Luego Etchegaray, volviéndose hacia el ataúd, dijo: “Encore une fois, au nom du pape, j’incline la tête devant le pere de Lubac (Una vez más, en nombre del Papa, inclino la cabeza ante el padre. de Lubac).“
Esto es mucho más que una historia encantadora, porque sobre la reverencia de Juan pablo II por Henri de Lubac hay una historia muy interesante de relevancia continua para nuestro tiempo. De Lubac fue el defensor más destacado de lo que llegó a llamarse la nouvelle theologie (la nueva teología). Apartándose del Tomismo estricto y bastante racionalista que dominó la vida intelectual católica en la primera mitad del siglo XX, de Lubac y sus colegas se volvieron con entusiasmo a las Escrituras y a las obras maravillosas y multifacéticas de los Padres de la Iglesia. Este regreso a las “fuentes” de la fe produjo una teología que fue espiritualmente informada, ecuménicamente generosa e intelectualmente rica, y que puso a de Lubac “al fuego (hot water)” a un nivel considerable con el establecimiento académico y eclesial de esa época. En el apogeo de sus poderes, durante la década de 1950, fue silenciado y se le prohibió enseñar, hablar o publicar. Rehabilitado por el Papa Juan XXIII, de Lubac desempeñó un papel fundamental en el Vaticano II, influyendo decisivamente en muchos de sus principales documentos. Es completamente correcto decir que este defensor de la reforma del Concilio Vaticano II no era amigo del conservadurismo católico preconciliar.
Sin embargo, en los años inmediatamente posteriores al Concilio, Henri de Lubac se impacientó con el liberalismo católico, liderado por figuras como Hans Küng, Karl Rahner y Edward Schillebeeckx, que estaba superando los textos del Vaticano II y que se acomodaba demasiado fácilmente con la cultura ambiental, perdiendo su union con el cristianismo clásico.
Y así, junto con sus colegas Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger, fundó la revista teológica Communio, que era un contrapeso a la revista Concilium, que publicó los trabajos de los principales liberales. Fue esta escuela de Communio, ese camino intermedio entre ambos, el conservadurismo y el liberal rechazo del Vaticano II, algo que Juan Pablo II abrazó con entusiasmo. Si usted busca una evidencia clara de que el Papa polaco favoreció este enfoque, no busque más allá del Catecismo de 1992, que está lleno del espíritu de la nouvelle theologie (la nueva teología), y del hecho de que Juan Pablo II honró especialmente a los tres fundadores de Communio, haciendo a José Ratzinger jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe y nombrando cardenales a de Lubac y a Balthasar.
¿Se exhiben hoy los rechazos del Vaticano II de parte de la izquierda y de la derecha? Simplemente vaya usted al espacio de los nuevos medios católicos y encontrará la pregunta fácilmente respondida. Lo que aún es muy necesario es la actitud de Lubac: profundo compromiso con los textos del Vaticano II, apertura a la conversación ecuménica, disposición a dialogar con la cultura (sin ceder) y reverencia por la tradición sin sofocar al tradicionalismo. Quizás podría invitarlo a usted a reflexionar sobre ese gesto y esas palabras del cardenal Etchegaray que aprendí hace muchos años: “Una vez más, en nombre del Papa, inclino la cabeza ante el padre de Lubac.”

(El obispo Robert Barron es autor, orador, teólogo y fundador de Word on Fire, un ministerio global de medios de comunicacion – Wordonfire.org)