Llamados a la santidad
Por Jaymie Stuart Wolfe
A veces pasan cosas malas. Y cuando esto sucede, sobre todo cuando les ocurren a personas buenas, surge una pregunta que parece estar detrás de todas las demás: ¿Dónde está Dios?
En estos tiempos han sobrado razones para hacernos esa pregunta. Ya sea que estemos tratando de asimilar un hecho de violencia en un campus universitario en Utah, en un tren ligero en Charlotte o durante una Misa escolar en Minneapolis, la pregunta “¿Dónde está Dios?” se ha escuchado con frecuencia.

La violencia sin sentido que hemos presenciado últimamente nos hace dudar a todos. Sin embargo, “¿Dónde está Dios?” es la pregunta del incrédulo, el refrán burlón que acrecienta la duda y ridiculiza a quien alguna vez creyó. “Las lágrimas son mi único pan de día y de noche, mientras me preguntan sin cesar: ‘Dónde está tu Dios?’ … Mis huesos se quebrantan por la burla de mis adversarios; mientras me preguntan sin cesar: ‘¿Dónde está tu Dios?’” (Sal 42).
El trauma distorsiona nuestra manera de ver el mundo. Pinta un cuadro de la realidad en el que lo que está en juego no podría ser más importante y la supervivencia no está nada asegurada. En ese contexto, es tentador creer que Dios está, en el mejor de los casos, lejos de nosotros y, en el peor, que es indiferente o incluso cruel. En ese lugar oscuro, algunos pierden por completo su fe. Y cuando lo hacen, es porque les resulta más fácil rechazar la existencia de Dios que asumir la carga de intentar entender por qué permitió el sufrimiento. Es más fácil decir que Dios no existe que seguir buscándolo entre los escombros y en la oscuridad.
El sufrimiento, incluso cuando no es nuestro, nos desestabiliza. Nos aleja del lugar donde nos hemos asentado, ya sea acercándonos a Dios o alejándonos de Él. Pero cuando el sufrimiento nos toca de cerca, cuando el dolor es nuestro, se nos sirve en bandeja de plata una elección muy clara: creer en Dios –y confiar en Él– o no hacerlo.
Esa elección se hizo patente en un servicio de oración interreligioso organizado para reflexionar sobre el vigésimo aniversario del huracán Katrina. Dos décadas después, las emociones siguen a flor de piel y las pérdidas abrumadoras todavía se sienten profundamente. Pero aquellos que finalmente respondieron al daño sufrido con fe no se preguntan dónde estaba Dios durante la tormenta. Saben que estaba allí con ellos, y que sigue estando.
“Puede que hayamos perdido cosas”, declaró Brandon Boutin, pastor principal de la Iglesia Bautista United Fellowship Full Gospel. “Puede que incluso hayamos perdido a personas. Pero no perdimos la presencia de Dios”.
Nuestra fe nos enseña que Dios está presente en todas las circunstancias, en todos los lugares y en todos los momentos, sin excepción. Dios nunca está ausente, ni siquiera en las circunstancias más oscuras y terribles que podamos imaginar.
Si todo eso es cierto, deberíamos poder ver pruebas incluso en un campo de concentración nazi. Cualquiera que piense que es exagerado debería ver la nueva película “Bau, Artist at War”, que se estrenaba en los cines el 26 de septiembre.
El romance durante el Holocausto no es precisamente un género muy explorado, pero de eso trata la apasionante historia real de Joseph y Rebecca Bau. No voy a adelantar nada de la trama. Pero poco antes de su muerte en 2002, le preguntaron a Bau: “¿Cómo encontró la fuerza para sobrevivir al Holocausto?”. Él respondió de manera sorprendente: “No se trata de fuerza. Se trata de amor”.
La fe no solo cambia las respuestas a nuestras preguntas, sino que cambia las preguntas que nos hacemos. Para ser claros, los creyentes siempre tendrán preguntas, y muchas. Pero en lugar de preguntarse dónde está Dios, o si existe, la persona de fe responde a las circunstancias trágicas con un tipo de interrogante completamente diferente: “¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia?” (Sal 139). La respuesta del salmista en los versículos siguientes es simple: a ninguna parte.
Dios está presente en las noticias de hoy, en los traumas que preferiríamos no recordar y en acontecimientos que hace tiempo quedaron en el olvido. Dios se encuentra entre los restos de vitrales destrozados por las balas. Puede hallarse en una azotea rodeada de agua que parece no tener fin, y vive en las grietas entre el cemento y el alambre de púas.
Porque Dios es amor, el lugar no importa. Cada historia puede convertirse en una historia de amor. No necesitamos fuerza ni resiliencia para superar las peores circunstancias que podamos imaginar. Solo necesitamos amor. Y sin importar a dónde nos lleve la vida, el amor ya está ahí esperándonos.
(Jaymie Stuart Wolfe es escritora y editora independiente, conferencista y le encanta la vida en New Orleans).
