CAMINANDO CON LOS MIGRANTES
Por el obispo Nicholas DiMarzio
PLa opinión pública parece afectar de manera directa las políticas sociales relacionadas con la migración.
Entre diciembre de 2003 y diciembre de 2005, representé a Estados Unidos como uno de los 19 comisionados de la Comisión Mundial sobre Migración Internacional, que rendía informes a las Naciones Unidas. Durante mi mandato, visitamos los cinco continentes en busca de las causas del fenómeno migratorio mundial.
Si bien se encontraron pocos elementos en común, en todos los continentes el efecto de la opinión pública, moldeada por los medios de comunicación, parecía determinar las políticas públicas adoptadas por los gobiernos. ¿Por qué existe una relación tan estrecha entre la opinión pública y las políticas migratorias de un gobierno? Parece que los funcionarios públicos son muy sensibles a la percepción que tiene la población sobre cómo implementan las leyes y regulaciones relacionados con la migración.
Hoy en día, la opinión pública suele estar influida por los medios de comunicación en todas sus formas, y cualquier representación negativa de las cuestiones migratorias parece afectar la opinión pública de manera especial.

Esto quedó comprobado en julio, cuando se produjo un cambio drástico en la opinión pública respecto al programa de deportaciones masivas del gobierno actual.
Una encuesta de Gallup publicada el mes pasado reveló que solo el 30 % de los estadounidenses está a favor de reducir la inmigración, frente al 55 % de hace apenas un año. Un número récord del 79 % considera que la inmigración es beneficiosa para el país, y el apoyo a la construcción del muro fronterizo y a las deportaciones masivas ha disminuido. Estos cambios revierten una tendencia de cuatro años de creciente preocupación por la inmigración que se había registrado antes de la nueva administración.
¿Qué ha provocado este cambio en la opinión pública? Parece que la cobertura mediática sobre la detención de migrantes, como si fueran ganado, sumado a los esfuerzos de grupos de derechos humanos que se manifestaron pacíficamente, ha provocado este cambio en la percepción pública.
Los ciudadanos estadounidenses no están acostumbrados a ver a los agentes del ICE y al personal del Ejército involucrados en operaciones de deportación masiva. De alguna manera, esto parece antiestadounidense y nos recuerda las tácticas brutales de regímenes autoritarios.
La opinión pública sobre la deportación de extranjeros delincuentes no ha cambiado. Sin embargo, ahora hay una mayor aceptación de que se ofrezca a los trabajadores indocumentados con muchos años de residencia en el país un camino hacia la ciudadanía y de legalizar a quienes fueron traídos al país siendo menores de edad.
Las medidas de control en los lugares de trabajo también han influido en la opinión pública, ya que las operaciones policiales en los centros de trabajo suponen un riesgo para la seguridad tanto de los agentes como de los inmigrantes, y provocan confusión, lesiones y, como se confirmó el mes pasado, incluso una víctima fatal.
La actitud del presidente Donald Trump hacia las industrias afectadas por la deportación de trabajadores necesarios también ha cambiado.
El presidente ya ha insinuado que los trabajadores agrícolas, si cuentan con el apoyo de los propietarios de las granjas, podrían quedarse. Sin embargo, todavía no se ha tomado ninguna medida al respecto. Además, ha dado a entender que los trabajadores de la industria hotelera y otros empleados de trabajos básicos, como los del sector de la carne, serían considerados de manera especial.
Está claro que no solo estamos ante una cuestión migratoria, sino también ante un problema del mercado laboral. Los trabajos que la mayoría de los estadounidenses no quiere ocupar son fundamentales para nuestra economía y bienestar. Los trabajadores de la salud, y en particular los cuidadores a domicilio, son empleos de este tipo que en gran medida ocupan inmigrantes, especialmente indocumentados.
La historia de nuestra nación está marcada por inmigrantes que han ocupado puestos necesarios que la mayoría evita, para brindar a sus hijos la oportunidad de alcanzar el Sueño Americano.
Sería interesante identificar los puestos básicos que ocupaban nuestros antepasados inmigrantes. Tengo la fortuna de conocer los empleos de mis cuatro abuelos, todos inmigrantes procedentes de Italia antes de las restricciones de 1924 sobre la migración del sur y este de Europa. Incluso conservo algunas fotos de sus lugares de trabajo.
Mi abuelo paterno trabajó en una fábrica de muñecas Kewpie en Newark, Nueva Jersey, y una foto suya en esa fábrica muestra a un joven demacrado. Mi abuela paterna y su hermana trabajaban en una fábrica de pañuelos, donde debían usar uniformes impecables. Mi abuelo materno trabajó en una fábrica de botones y material de costura, donde finalmente llegó a ser capataz.
Quizás el caso más interesante sea el de mi abuela materna, quien era una campesina en Italia y cuyo primer trabajo en Estados Unidos consistía en enrollar cigarros en una tabaquería en Newark.
Si conociéramos y valoráramos nuestras propias historias de inmigración, tal vez tendríamos una visión muy diferente de los migrantes actuales.
Existen mejores soluciones que las deportaciones masivas para resolver la situación actual. Necesitamos trabajadores inmigrantes para cubrir puestos esenciales, algo que siempre ha ocurrido en Estados Unidos. Sin embargo, nuestras leyes de inmigración no se han adaptado a nuestras necesidades laborales. No obstante, el trato despectivo e inhumano hacia nuestros trabajadores nunca ha sido la forma de actuar estadounidense, al menos en la historia reciente.
Esperamos que la administración comprenda esto y tome medidas para otorgar un estatus legal a los trabajadores indocumentados, una medida que, además de beneficiarlos, contribuiría al bienestar y progreso de toda la nación.
(El obispo Nicholas DiMarzio es obispo jubilado de la Diócesis de Brooklyn, Nueva York. Escribe la columna “Walking With Migrants” para The Tablet y OSV News.)