Llamados por el bautismo a discernir vocación

Por Obispo Joseph Kopacz
La Semana Nacional de Sensibilización Vocacional es una oportunidad anual para orar, dialogar y ser testigos de la llamada del Señor a cada uno de nosotros que empieza a través de la fe y el bautismo. Dado que a muchos de nosotros nos llevaron a la iglesia para el sacramento del bautismo una respuesta genuina al Señor debe ser amorosa, de oración e intencional con el pasar de los años. El viñador desea enviar obreros a su viña, en temporada y fuera de temporada, y una parte esencial de la mano de obra es el sacerdote ordenado.

¿Quién terminará la Eucaristía?
El Arzobispo Oscar Romero fue martirizado cuando estaba en el altar en medio de la Plegaria Eucarística. La sangre brotó de su corazón en armonía con su Señor, cuya sangre y agua, brotando de su costado en la cruz, comenzó el río del martirio que ha continuado incesantemente durante casi dos mil años. “Este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes; ésta es mi sangre que será derramada por ustedes”. El Arzobispo Romero no finalizó la celebración de la Eucaristía. Tampoco fue finalizada la misa de su funeral. Los disparos y la muerte estaban presentes de nuevo y la gente tuvo que apresurarse a la catedral por seguridad.
Quién terminará la Eucaristía es la invitación en el espíritu de la vocación al sacerdocio desde donde la fuente de la gracia de Dios faculta al sacerdote para ser un fiel administrador de los misterios de Dios, los sacramentos, un celoso heraldo de la Palabra de Dios, y siervo-lider que guia al rebaño en santidad y que inspira a los miembros de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, para ser fieles a su llamada.
La Eucaristía es la representación del drama de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Oscar Romero y todos los sacerdotes se ofrecen a sí mismos con Cristo como una ofrenda de paz a fin de que la tierra pueda reconciliarse con su creador y los pecados sean perdonados. ¿Quién terminará la Eucaristía, la fuente de la vida sacramental de la iglesia que anunciará la muerte del Señor hasta que él venga?
La llamada al sacerdocio cobra vida a través de la oración, de la meditación de la Palabra de Dios y discerniendo el diálogo. El Papa Francisco repetidamente alienta al diálogo porque no se trata de hacer concesiones, ni sobre la negociación, sino acerca de la transformación. Las verdades más profundas del propósito de vida de un individuo, discerniendo su vocación, sólo son accesibles a través de un intercambio paciente, fomentando la amistad y transformando nuestros corazones y nuestras mentes.
Este proceso se abre paso a través de la superficial o estrecha identidad personal de un individuo y lo deja libre para una amistad con Dios. Este es el terreno fértil del cual una vocación al sacerdocio y a la vida religiosa se alimenta. Todos tenemos el privilegio y la responsabilidad de responder a la pregunta, ¿quién va a terminar la Eucaristía?
Sabemos que en la vida de una persona la gracia de Dios fluye a través de muchos riachuelos que hacen que una vocación sea posible. La más común y la fuente ideal de la vida está en la familia, donde la gente de varias generaciones aprenden a vivir y amar. La reciente canonización de los padres de Santa Teresa del Niño Jesús, Luis Martin y Zelie Martin, en medio del Sínodo de la Familia, es un excelente momento para enseñar que la vocación del matrimonio y de los ordenados y/o religiosos está estrechamente ligada.
La iglesia doméstica planta y nutre el don de la fe en el hijo joven, y esta presencia viva de Dios puede florecer en un deseo de dar la vida en servicio al Señor en una vocación en armonía con la voluntad de Dios. La santidad es parte integral de todas las vocaciones, y el pacto matrimonial, el amor del esposo y de la esposa del uno por el otro, da testimonio del amor de Cristo por su iglesia, cada momento de cada día.
El don del celibato en la vida de los ordenados y los consagrados es un signo claro de la promesa del Reino de los Cielos, y a veces un signo de contradicción cuando los valores evangélicos tienen conflicto con los valores del mundo. Ambos no son mutuamente excluyentes y Santa Teresa capta la santidad de sus padres en una de sus entradas de su diario. “El buen Dios me dio un padre y una madre más dignos del cielo que de la tierra”.
La cultura por las vocaciones comienza en el hogar, pero se amplifica a través de la iglesia y de la sociedad en la medida en que cada persona en su respectiva forma de vida, casada, sacerdote, religioso y soltero llegan a ser  testigos vivos de Jesucristo, en sus actos cotidianos de servicio amoroso, sacrificio, alegrías y sufrimientos. La promesa de las vocaciones comienza en casa, pero le toma a todo el cuerpo de Cristo llevar a cumplimiento lo que Dios ha comenzado.
El recién concluido Sínodo sobre la Familia contribuirá a un renovado amor y respeto por la vida familiar que es esencial para la iglesia y la sociedad. A la luz de esto estará el desafío de la iglesia para levantar con renovado ardor la vocación del matrimonio y la familia en nuestro mundo moderno. Hacer esto es fortalecer las bases para el llamado a los hombres y mujeres al sacerdocio y a la vida consagrada. En este Año de la Vida Consagrada, junto con la extraordinaria labor del Sínodo de la Familia, que el Señor nos fortalezca para despertar al mundo a todo lo que es bueno y duradero.
¿Quién terminará la Eucaristía? Damos las gracias a todos los que continúan sirviendo al Señor en el sacerdocio y la vida religiosa, y que podamos orar fervientemente por aquellos que están discerniendo, mendigándole al viñador para que envíe obreros a la viña.